Un fantasma está recorriendo México, es el fantasma del «emprendimiento positivo».
A ver, el emprendimiento no es malo. Por el contrario, a nuestro país le urgen emprendedores que innoven y creen riqueza. Pero, de hace algunos años para acá, se ha enquistado una cultura nociva, frívola y superficial que poco abona a este propósito: es eso que yo llamo el «emprendimiento positivo» porque más de estrategias de emprendimiento e innovación parte de la premisa «motivacional» de que si tienes una actitud positiva o una mentalidad de tiburón (que no es otra cosa que un nuevo concepto que utiliza los mismos clichés de la autoayuda), te vas a convertir en millonario.
En esta cultura no se trata tanto de darle a la gente las herramientas para que logre innovar o emprender: por lo general esos contenidos suelen quedar en un segundo plano. Esta cultura trata, más que nada, de jugar un poco con las ambiciones inmediatas de la gente haciéndole sentir que «sí puede ser exitoso», «sí puede ser millonario», porque, ante la necesidad que mucha gente tiene de tener más recursos económicos (a los cuales van acompañados deseos de status o autorrealización), este tipo de discursos se vuelven mucho más atractivos (y más fáciles de comprender) que la transmisión de metodologías y conocimiento para que una persona pueda emprender.
Es más, voy más allá: este «emprendimiento positivo» es una ideología populista. Si bien, los politólogos no nos hemos terminado bien de poner de acuerdo sobre qué es el populismo, sí podemos percatarnos que el «emprendimiento positivo» comparte algunas nociones de las definiciones de populismo más aceptadas.
Una de las características de los populismos tiene que ver con una visión moral dualista de los buenos contra los malos: buscan librar a la política de la corrupción ocasionada por la élite (argumenta Pipa Norris). Aunque la definición de la élite para este caso pueda parecer difuso, puede estar fácilmente por 1) los empleadores, aquellos que contratan a personas para tenerlas trabajando a sueldo y 2) el sistema educativo: los gurús del emprendimiento siempre insisten en que la educación no funciona.
El emprendimiento positivo también hace una distinción dualista entre los emprendedores y los empleados (godínez). Los emprendedores se conciben (nótese incluso el aire marxista) como aquellos sujetos emancipados del godinato, de los jefes que los explotan y hacen uso de su tiempo. El emprendimiento positivo no hace distinciones y no explica que mientras algunos se encuentran cómodos emprendiendo, a otros les va mejor tener un empleo. En el emprendimiento positivo hay una superioridad moral del emprendedor sobre el empleado: el emprendedor siempre será mejor que el empleado: el empleado es el sujeto que no se ha emancipado, el que «no ha pensado fuera de la caja», el que «se deja explotar».
Otra de las características achacadas a los populismos es la presencia de los líderes mesiánicos que promueven una retórica populista que consiste en «la adopción de ciertas ideas específicas en el discurso a partir del dualismo entre buenos y malos» tales como «librar a la política de la corrupción ocasionada por la élite» o «regresar el poder a la gente ordinaria». El emprendimiento positivo no tiene a Donald Trump o Hugo Chávez, pero sí que tiene a Carlos Muñoz, Richie Espinoza y demás gurús que pululan por Instagram y que, por medio de frases triviales, crean un culto a su persona.
Para el populista del emprendimiento el pueblo son sus seguidores, los emprendedores (que los siguen) o aspirantes a ello, su tribu: el propio Carlos Muñoz, en su debate con Diego Ruzzarin, afirmó que cuando muriera él iba a tener el funeral más grande del mundo. Los emprendedores (obviamente, afines al líder) forman parte del pueblo, mientras que los empleadores, los mismos empleados, los profesores y todos aquellos que no caben en el concepto de emprendimiento forman parte de esa élite o los «conservadores» como diría cierto político mexicano.
Así, el emprendimiento positivo se vuelve objeto de culto. En Instagram gustan de subir frases motivacionales: «sé tu propio jefe», «cambia tu mentalidad», «los ricos invierten, los pobres gastan». «tu competencia está en el espejo», «haz que el dinero trabaje para ti», «logra tus metas en 5 pasos», todo ello acompañado de imágenes de «gente exitosa» de un stock de fotos o de gente reconocida que muchas veces no tiene nada que ver con el texto de la imagen. Así como el populista político te dice que votes por él para que te saque de la pobreza, el populista del emprendimiento te dará consejos, te dirá qué hacer pero no cómo hacerlo.
El emprendedor populista insiste mucho en las inversiones, en la imagen personal y en las ventas (aunque no ahondará mucho en metodologías y sí mucho en clichés emocionales), pero poco te dirá sobre innovación y creación de riqueza. Al igual que el populista político, para el emprendedor populista los símbolos y las narrativas importan muchísimo más que el diseño de políticas públicas o, en nuestro caso, de metodologías para que las personas puedan adquirir las habilidades necesarias.
No se trata de que seas millonario: no se trata de ti, se trata de él, de que él construya una imagen de éxito para sí mismo y que tú lo sigas y admires para que consumas sus cursos, para que compres sus libros. Estos gurús te hablarán mucho de Robert Kiyosaki y otros «motivadores de negocios», pero poco hablarán de Peter Drucker o Michael Porter (autores que deberían estar en el librero de cualquier emprendedor) porque es aburrido, es técnica, es metodología. Se trata más de hacer sentir que de hacer: se trata de hacer sentir a la gente que puede ser millonaria, no de ayudar a que sea millonaria, son dos cosas distintas. También se trata de pertenecer, de prometer: no se trata de «voy a ser rico porque estoy trabajando duro», sino de «voy a ser rico porque estoy siguiendo a Carlos Muñoz». Un emprendedor sensato no perdería su tiempo consumiendo una y otra vez videos y frases motivacionales en Instagram: el tiempo es dinero, y no hay que malgastarlo.
Por eso el «emprendimiento populista» es un ideología: porque contiene un marco normativo que dicte cómo es que las cosas deberían de ser: «todos deben emanciparse del godinato para ser emprendedores». Y es populista por este binarismo entre emprendedores y empleados oprimidos, por las retóricas incendiarias, por las promesas que no van a poder cumplir (la de hacerte millonario). Tal vez no sea casualidad que este tipo de cultura abunde en América Latina, región donde los populismos abundan.