Viajan en los vagones del metro cansados después de una dura jornada de trabajo. Apenas es lunes y parece ser un día ordinario. Algunos de ellos exponiéndose a algunos riesgos de más por el Covid debido a las aglomeraciones que se dan en las estaciones del Metro. Todo parecía tan cotidiano. Desde allá arriba, desde el paso elevado construido por ICA y Grupo Carso, se ven las luces de la gran ciudad. De pronto, en un instante, todo se cae. Todo pasa tan rápido que a algunos apenas les dio tiempo de sentir subir la adrenalina antes de fallecer. Otros, lesionados o ilesos, tuvieron suerte como para poder contar esa terrible experiencia que marcará sus vidas. A nadie se le ocurre que el tramo elevado en el que uno se desplaza vaya a colapsar. De entre millones que usan el metro a diario, solo a ellos, a esas decenas, les tocó la trágica suerte: una tragedia que nunca debió ocurrir.
Tragedias ocurren en la vida, pero las que indignan y encabronan son aquellas que son producto de fallas éticas humanas: de aquellos que sabían del desperfecto que tenía ese tramo, de aquellos que «le metieron materiales más baratos» para quedarse con el sobrante, de aquellos que no fueron profesionales en su trabajo, de los que simplemente fueron omisos. Por eso encabrona, porque la tragedia se habría podido evitar.
Las autoridades lo sabían, los vecinos lo advirtieron, las mismas estructuras «gritaron» desde hace años que estaban en riesgo de colapsar.
Hoy las huestes obradoristas insisten en que no politicemos lo ocurrido, que no nos «aprovechemos» para criticar al régimen. Pero está muy bien que se politice: lo ocurrido es un asunto de interés público y, por tanto, político. Poco ético sería que los opositores pronunciaran calumnias o difamaran. No lo hacen, en principio porque ni siquiera tienen necesidad: es evidente que hay responsables y quiénes son ellos. Criticar el derecho a politizar una tragedia es faltar el respeto a las personas que murieron, ellas merecen justicia y merecen que los responsables paguen de forma categórica (cosa que anticipamos no va a suceder). Las huestes nos reclaman cuando ellas mismas, cuando opositoras, fueron campeonas no solo de la politización (en algunas ocasiones tenían razón en sus críticas), sino de la difamación virulenta. Es más, estando en el poder siguen difamando a aquellas personas que osan disentir con el régimen. Ello es tan solo una expresión de intolerancia y autoritarismo.
Una de las ventajas de la democracia y los partidos es ello: la politización de lo público. Los partidos pueden acusarse de todo por interés propio, pero esa dinámica (en tanto no implique mentira o difamación) da a la ciudadanía más información sobre sus representantes. Antes no conocíamos cuán corruptos eran muchos de ellos, hoy lo sabemos más y tenemos más información para tomar decisiones al respecto. Así supimos que Peña Nieto es un corrupto, y así sabemos que Marcelo Ebrard, Mario Delgado y todos los involucrados en la construcción y mantenimiento de la línea 12 son responsables (funcionarios, empresas privadas como Grupo Carso) y deben pagar por ello.
Después de la tragedia, uno habría esperado que la mañanera se tratara sobre ella, sobre las labores de rescate. En vez de eso, López Obrador se encargó de linchar a la prensa además de presentar estampas. No hubo solidaridad con las muertes más que algunas condolencias verbales y decretar luto nacional (vaya, nada que le requiera un gran esfuerzo de su parte), porque pareciera que importan más las víctimas que convienen a la narrativa del régimen: los indígenas ultimados por los españoles, las víctimas de Porfirio Díaz, pero no importan tanto las de ayer, con todo y que seguramente varios de ellos votaron por López Obrador. Es cierto, López Obrador no es directamente responsable de la tragedia como sí lo son sus colegas Marcelo Ebrard, Mario Delgado, Miguel Mancera así como las empresas privadas involucradas en la construcción de la línea 12 (varias de ellas, de los empresarios favoritos del régimen), pero al evadir responsabilidad y tratar de diluir el golpe político que implica lo ocurrido, entonces se vuelve cómplice. Él no fue, pero tapa a los responsables.
¿Dónde está esa izquierda que decía velar por los de abajo? Son los de abajo los que más han pagado por las irresponsabilidades de este gobierno con respecto de la pandemia, son los de abajo los que fallecieron en los vagones del Metro. En los hechos, ellos siguen siendo ignorados o, en todo caso, utilizados políticamente, incluso más que en los «gobiernos neoliberales». Los muertos merecieron poca empatía por parte del gobierno que insiste en el pueblo bueno, fueron plato de segunda mesa en la mañanera porque el banquete principal era el linchamiento a la prensa. Hasta los mandatarios extranjeros se mostraron más solidarios. De López Obrador no merecieron un tuit.
El régimen actual se precia de ser como un ave que vuela sobre un pantano y no se mancha, pero los responsables de la tragedia (con excepción de Miguel Mancera) hoy forman parte de esa denominación oligofrénica llamada Cuarta Transformación y son sus pilares principales. No hay razones para tener esperanza en el régimen, ayer a decenas les quitaron la vida y no recibieron siquiera la compasión del Presidente. Un Presidente que se precia de representar al pueblo se hubiera involucrado de lleno, hubiera ido al lugar, hubiera instruido órdenes, hubiera hablado con las familias, pero López Obrador no lo hizo, para él lo ocurrido quedó en el anecdotario porque le importa más el impacto político de un evento que las vidas humanas.
Los muertos y sus familias merecen justicia.