Asumimos que el mundo progresa, o al menos pretendemos que lo haga.
Si el mundo progresa, entonces ocurre que, al voltear al pasado, observaremos cosas que nos parecen reprobables o cuestionables. Por más progrese, más «negro» nos va a parecer el pasado.
Y tiene sentido. Al estar menos evolucionados, las formas de convivencia entre humanos solían ser más arcaicas, más injustas y, por lo general, más violentas.
Y quienes vivieron en tiempos pasados (ya sea en 1970 o en 1600) crecieron bajo paradigmas y cosmovisiones más arcaicas. Se adaptaron a ellas porque era lo que había, como ahora nos adaptamos a lo que hay. A una persona de 1600 nunca le pasó la idea de equidad de género por la cabeza ni la idea de que todos los seres humanos somos iguales ante la ley.
Por eso cuando escucho a alguien proponer cancelar tal caricatura o programa de hace algunas décadas porque lo encuentra misógino, machista o racista, pienso que puede haber algo problemático ahí.
Si no conocemos nuestro pasado ¿cómo entonces vamos a conocer los errores que cometimos?
Porque entonces el progreso se vuelve algo paradójico: a mayor progreso, más incentivos para borrar nuestro pasado de un plumazo, y eso me parece algo preocupante. Si juzgamos a todos los contenidos, pensadores o filósofos del pasado con nuestros estándares actuales (lo cual es un grosero anacronismo), entonces tendríamos que cancelarlo todo, porque incluso resultará aquella figura tan «admirable» del pasado guardaba pensamientos y comportamientos que hoy nos son reprobables.
Pero ¿podemos juzgar a alguien del pasado por su machismo con la misma severidad con la que juzgamos a un contemporáneo cuando aquella persona creció bajo otros paradigmas tan diferentes a los nuestros? Si la respuesta fuera afirmativa, entonces tendríamos que esperar que nuestros descendientes nos cancelen a nosotros mismos.
Pero necesitamos conocer nuestro pasado. Conocerlo es condición necesaria para progresar. Si no conocemos nuestro pasado ¿cómo entonces vamos a conocer los errores que cometimos? ¿Cómo vamos a saber qué podemos rescatar de él? Porque cuando se pretende cancelar algo, en muchas ocasiones se le termina cancelando por completo, incluso las aportaciones positivas que un pensador pudo tener (me viene a la mente Schopenhauer quien evidentemente era un misógino, pero que, dejando eso del lado, derramaba sabiduría con su pensamiento).
¿Qué es?
La cultura de la cancelación es, aunque a algunos les suene paradójico, una hechura conservadora. Hasta hace pocos años, eran los sectores conservadores quienes tenían el monopolio de la cultura de la cancelación: «que no podemos permitir esa música o esos contenidos porque es inmoral», nos decían (y a la fecha lo siguen haciendo). La diferencia es el enfoque: la cultura de la cancelación de los conservadores está orientada hacia el futuro: el conservadurismo suele pugnar por la cancelación de aquellos contenidos o expresiones que representan una afrenta al statu quo prevaleciente, mientras que la cultura de la cancelación de algunos sectores progresistas suele estar orientada hacia el pasado. Es decir, pretenden cancelar aquellas expresiones que están siendo desplazadas por la cultura prevaleciente con el supuesto de que de esa forma dichas expresiones (a las que se les considera nocivas) van a desaparecer de la faz de la tierra y lo cual se va a traducir en un mundo más justo e idílico.
Pero ese supuesto me parece erróneo: para empezar, los seres humanos siempre hemos mostrado una fascinación con lo que está prohibido (o cancelado). Si los padres nos «cancelaban los Simpson» (en mi infancia era común que los padres no permitieran ver a sus hijos esa serie) ello creaba incentivos de sobra para verlo a escondidas. Todos los niños de mi época terminamos viendo los Simpson porque como estaba «prohibido» nos daba mucha curiosidad. Y como lo veíamos a escondidas, se perdía la oportunidad de que nuestros papás dialogaran con nosotros sobre ciertas conductas que aparecían ahí.
Y si lo mejor es que nuestros padres dialogaran con esos contenidos, ¿no sería mejor que como individuos dialogáramos sobre los contenidos que hoy algunos quieren cancelar? ¿No sería mejor que habláramos por qué tal o cual conducta en tal caricatura o en serie tiene connotaciones racistas o misóginas? ¿Y no sería mejor contextualizar dichos contenidos a su tiempo antes de linchar categóricamente a quienes los crearon?
Es muy problemático también cancelar, por ejemplo, a alguien por aquello que dijo hace diez años (digamos, en Twitter o en alguna entrevista) ¿qué no tiene derecho la gente a cambiar de forma de pensar o a tomar conciencia? Si la respuesta es negativa estamos en un problema, porque resulta que muchas personas, a lo largo de nuestra vida, hemos llegado a pensar, decir o hacer cosas que hoy a nosotros mismos nos parecen criticables.
¿Qué no es?
Pero aquí habrá que hacer una pausa, porque no es lo mismo cancelar algo que criticar algo.
Me he percatado de que algunas personas llaman «cancelación» a cualquier crítica que hace alguna persona sobre algún contenido: si dice que le parece machista o racista, entonces «lo están cancelando». Eso incluso llegó a pasar con varios medios cuando afirmaron que The New York Times buscó cancelar a ciertos personajes. Pero eso no fue exactamente lo que sucedió (incluso yo llegué a pensar lo mismo hasta que me molesté a leer la columna). Es cierto que el autor de la columna, Charles M. Blow, dijo que el racismo debería ser exorcizado de la cultura, pero nunca sugirió que habría que censurar a las caricaturas que criticó ni hizo un llamado para que los medios de comunicación dejaran inmediatamente de transmitirlos.
Vale decirlo, cierta dosis de corrección política es necesaria para que la convivencia social sea sostenible como escribí aquí. Lo que he criticado son los excesos, no su existencia misma. Ésta nos ha acompañado siempre y voy a poner un ejemplo claro de esto.
Este programa pasó como si nada hace ya varias décadas en Estados Unidos y creo que todos estamos de acuerdo en que esto debería ser completamente reprobable.
Todas las personas sabemos que si yo le propusiera a una cadena de televisión que se transmitieran esos contenidos, me cerrarían la puerta en la cara y todos estaríamos de acuerdo en que tiene que ser así. Nadie se está quejando de censura o de cancelación. ¿Por qué? Porque hay un consenso social con respecto a este tipo de actitudes.
Resulta que todas estas convenciones sociales van mutando de forma progresiva para adaptarse a los cambios sociales que ocurren también de forma progresiva. Hoy nos es reprobable que alguien promueva la esclavitud y el canibalismo y no tenemos ningún problema con eso, no decimos que hay ahí una restricción a la libertad de expresión.
Si los cambios sociales ocurren, entonces lo normal es que cuando volteemos al pasado, varios contenidos, actitudes y tradiciones nos parezcan reprobables. Por ello es que se critican caricaturas de décadas atrás porque tenían normalizadas ciertas conductas que al día de hoy no son aceptables. Y este hábito no es cancelación sino el mero ejercicio de la libertad de expresión.
Conclusión:
Y hé aquí la diferencia que pareciera difusa pero que es determinante: el problema con la cultura de la cancelación es que adolece de un severo problema al no saber contextualizar los contenidos, cultura o actitudes que buscan cancelar. La cultura de la cancelación busca «combatir» a personas, o contenidos a través de la coerción directa. No responden a un consenso, sino que desean crearlo «borrando» dichos contenidos, evitando que la gente pueda exponerse a ellos.
Lo que describí en los párrafos anteriores, en cambio, y aunque a algunos suene muy parecido, no implica necesariamente una coerción; es más bien el producto de un consenso social. Muchos medios modifican o retiran personajes de la pantalla porque saben que hay un consenso social en el cual dichos contenidos dejarán de tener demanda. Si a la gente le parece que tal personaje es misógino y la gente está cada vez más en contra de la misoginia, entonces no tiene caso seguir escribiendo caricaturas sobre él.
Y esto no es algo nuevo, es algo que siempre nos ha acompañado: el caso del mismo Pepe Le Pew es ejemplar: este personaje (que ya había recibido críticas décadas atrás) ha sido modificado a través del tiempo por Warner Brothers para quitarle todo ese tufo sexista. Muchas de las críticas que hace Charles M. Blow ya se habían hecho tiempo antes, como bien se explica en este video.
Y es necesario hacer énfasis entre lo que es cultura de la cancelación y que no es. Primero, porque es cierto que existe y que es nociva por las razones que mencioné al inicio de este texto. Segundo, porque los sectores más reaccionarios y conservadores se están haciendo del hábito para denominar «cultura de la cancelación» a cualquier cosa o crítica con el fin de evitar cualquier tipo de cambio social o, peor aún, para promover prácticas y actitudes que son el día de hoy muy criticadas.