Cierto es que Diego Armando Maradona Franco fue un jugador genial. La genialidad no queda a debate. Maradona fue hecho un mito en tiempos donde todos los mitos han sido sujetos de una deconstrucción muy abrasiva (y tal vez de más).
Quienes lo vimos jugar (aunque en ese entonces estaba muy chico) sabíamos del genio que el argentino tenía en sus pies. Quienes no lo vieron jugar afortunadamente tienen Youtube para poder ver sus grandes proezas. Fue una cosa de otro mundo, fue uno de esos destellos que el futbol solo da de cuando en cuando. Seguramente, junto con Pelé, el mejor jugador del siglo XX.
Basta ver ese golazo que le metió a Inglaterra en el mundial de México 86 y con la herida de la Isla de las Malvinas muy reciente. El Diego se fue solo con el balón, se llevó a la media, a la defensa, al portero, a todos, y metió el mejor gol de todos los tiempos.
Pero justo en ese mismo partido metió ese otro gol, ese que no habla de la proeza, sino de la trampa: la mano de dios.
Maradona tuvo la gran suerte de que el árbitro no viera tan grosera mano que el resto del Estadio Azteca sí vio: una mano que fue de alguna forma, si no sé si determinante (aunque fue el que abrió el marcador), sí muy relevante en el triunfo de Argentina que, a la postre, los llevaría al campeonato. Una actitud antideportiva que le pudo merecer una tarjeta (tal vez roja) se convirtió en un mito en sí mismo. El nombre que se le dio, “la mano de Dios”, es toda una contradicción: de los dioses se puede esperar una virtud que el ser humano terrenal es incapaz de alcanzar; la mano, por el contrario, es totalmente opuesta a cualquier manifestación de virtud y sería algo más parecido a alguna representación del mal.
Diego Armando hizo felices a muchos. Cierto es que el futbol es un espectáculo, pero dentro de ello a los argentinos les dio muchas glorias y algo de lo que sentirse orgullosos. Maradona fue una suerte de reafirmación nacional: “nosotros tenemos a Maradona”, “el genio es argentino”. Me atrevo a decir que la rebeldía de Maradona encajaba bien dentro de ese arquetipo que los argentinos sentían que necesitaban y, en parte, ello también explica la mitificación de la que ha sido sujeto. Sin duda Maradona tenía personalidad, imponía, hacía lo que quería. Nunca se llegó a crear un mito de ese tamaño ni siquiera con Pelé, tampoco con Messi quien, aunque a mi juicio es aún más talentoso de lo que fue Maradona, se queda corto en cuanto a mitificaciones.
Pero no todas las rebeldías son buenas. Cierto es que muchos rebeldes suelen agitar las estructuras sociales y sus convenciones para exhibir sus carencias, cierto es que es la rebeldía la que hace que este mundo no sea tan rígido y predecible. Pero las rebeldías mal encausadas generan efectos adversos, y la de Maradona fue, en muchas ocasiones, una mal encausada, ya que no era que se rebelara necesariamente contra las injusticias, sino que llegaba a causarle algún agravio a alguien más (e incluso a sí mismo).
Fue esa rebeldía la que le llevó a consumir drogas, y si no lo hizo para mejorar su desempeño en la cancha, sí a sabiendas de lo que ello le podía acarrear en su carrera profesional. El problema no es que haya consumido drogas, sería incorrecto estigmatizarlo por ese hecho en sí (la gente cae en las drogas por muchas razones), sino por el contexto, por el daño que le hizo a su carrera, porque creyó que era invencible y lo podía todo, y no era así.
Maradona perdió casi todo ese lapso que va de 1990 a 1994 donde todavía tenía la edad para seguir brillando, y regresó ese mismo año para participar en el Mundial de Estados Unidos donde metió un gol pero donde volvió a ser sancionado por dar positivo en el antidopaje. Ahí se acabó su carrera como futbolista, luego jugó un pequeño tiempo en Boca Juniors pero eso ya fue como un “tiempo extra”, como un homenaje a lo que fue.
Tanto la garra y el deseo de lucha como sus carencias explicaron también lo que siguió. Maradona logró ser entrenador de la Selección Argentina llevándola a los cuartos de final para luego ser eliminada por Alemania de una forma humillante. Tuvo su propio programa de televisión, se hizo amigo de Fidel Castro y Hugo Chávez, deambuló como entrenador de algunos equipos en Asia, otros en Argentina, entrenó a los Dorados de Sinaloa e incluso fue rechazado por el Atlas de Guadalajara a quien pidió trabajo seguramente porque sus finanzas no eran nada sanas. Sin duda, Maradona habría sido aún más genial si no hubiese sido víctima de sus pasiones. Pero Maradona no supo administrar su fama. Afortunadamente para él, su talento con los pies era tanto, que aún con sus excesos y falencias, pudo brillar y de gran manera (fortuna que no se pueden dar otros futbolistas).
Como persona su vida fue de claroscuros. Empezó y se construyó desde abajo, desde Villa Florito, comenzó a destacar por su excepcional talento y esfuerzo. Fue leal y compasivo en ocasiones, fue un déspota y un hijo de… en otras: tuvo hijos no reconocidos, golpeaba a su ex esposa, agredía a la prensa y, al mismo tiempo, podía ser un buen amigo o podía llorar por su país. No era, como dice López Obrador, alguna persona que siempre haya defendido sus ideales y haya sido congruente con ellos, era como cualquier ser humano en ese sentido que profesaba una cosa y hacía otra, o más bien ni le ponía atención a ello y hacía lo que se le pegaba la gana.
La izquierda latinoamericana ha puesto un esfuerzo monumental en mitificarlo: un hombre venido de abajo y que se codea con los líderes socialistas del subcontinente. Basta ver cómo Eduardo Galeano se refiere a él, como el «dios más humano de los dioses»:
«Es un Dios sucio de barro humano, se nos parece mucho: pecador, mentiroso, fanfarrón, mujeriego, le gusta el trago como a nosotros. Es el más humano de los dioses y por eso muchísima gente se reconoce en él«
Eduardo Galeano
Ciertamente, Galeano no se equivoca del todo cuando dice que Maradona comenzó a ser admirado por ese gol «sucio» (el de la mano de Dios) pero él, como muchos, se subieron a esa mitificación y convirtieron casi en objeto de culto a todos sus pecados porque es un dios «de abajo» que toma, que es mujeriego, como la gente «del barrio». En este sentido, el arquetipo de Maradona no es muy diferente a aquel del populista latinoamericano: alguien visto como un padre, admirado, alabado, venido de otro planeta, pero que, al mismo tiempo, es «parte de nosotros», es «pueblo».
Así, bajo esa mitificación, se relativizan sus fallos, e incluso se le victimiza: el pobre hombre que no pudo controlar la fama y cayó en las drogas, casi como si no tuviera capacidad de decisión y fuera víctima de su contexto. Pero Maradona en este sentido no puede ser visto como un buen ejemplo. Peor aún es que sean varios de esos fallos los que han creado el mito de Maradona: la mano de dios es un mito, hasta canciones se le han hecho con ese nombre.
Maradona dejó toda una cultura tras de sí, incluso iglesias que giran en torno a su persona. La Argentina contemporánea no se puede entender sin él, es parte de su historia moderna. Maradona es un objeto de culto y muy posiblemente el futbolista más alabado de la historia, el que ha generado más fanatismo irreflexivo tras de sí.
Tristemente, El Diego se fue de este mundo por consecuencia de sus errores, pero sin duda sus virtudes futbolísticas quedarán en la memoria. Era evidente que su estado de salud (desde hace mucho tiempo) no era el más estable, tenía ya dificultades para hablar e incluso hace más de una década tuvo que operarse después de un increíble sobrepeso. Era obvio que su modo de vida iba a cobrar factura a su cuerpo y así lo hizo.
Y lo que queda es hacer un juicio justo sobre su persona, los matices y los contrastes son groseros. ¿Maradona el genio del futbol, el que vino de abajo, el que tenía una gran garra? ¿O el Maradona impulsivo, agresivo, mujeriego y misógino? Porque eso sería lo justo, reconocer y admirar sus aciertos, pero también hacer lo propio con sus errores que también lo definen. Ese partido de México 86 contra Inglaterra resume quien fue Maradona. El primero, el virtuoso: el del gol del siglo, el segundo, el tramposo: el de la mano de dios.
Y si fue un dios con la pelota, fue terrenal, muy terrenal sin ella.