Hay derrotas electorales que son relativamente fáciles de digerir (en especial aquellas que son esperadas), pero hay otras que son muy difíciles:
A los demócratas les tocó vivir eso en el 2016. No se esperaban que Donald Trump vencieran en las urnas y su comportamiento tras la sorpresiva noticia fue caprichoso cuando menos. Ciertamente no buscaron desconocer el resultado (aunque sí acusaron una supuesta intromisión del gobierno ruso), sin embargo no se explicaban qué había sucedido. Incluso algunos llegaron a pronunciar comentarios desafortunados sobre la base electoral de Trump.
Pasaron cuatro años después y, para sorpresa de varios, Trump perdió las elecciones frente a Joe Biden y la reacción tanto de algunos republicanos pero, sobre todo, de la «derecha cultural» ha sido más penosa aún.
Supusieron que si en 2016 las encuestas se «habían equivocado» se iban a equivocar otra vez y Trump iba a ganar. Pero fue justo ese miedo a que se volvieran a equivocar lo que promovió la acción colectiva del antitrumpismo. En 2016, al creer tener segura la victoria, muchos decidieron quedarse en casa (asumían que el beneficio personal de ver a Hillary en el poder era el mismo, en tanto que el costo personal de ir a votar aumentaba). En 2020 los otrora apáticos fueron más bien a votar en masa.
Comenzamos por el hecho de que, al día de hoy, siguen pensando que hubo un presunto fraude cometido por el «establishment». Pasan los días y cada vez queda menos claro que existan pruebas de ello, casi todos los mandatarios (excepto Putin y… AMLO) ya han felicitado al ganador, cada vez más organismos (internos y externos) dicen no haber visto irregularidades y parece que legalmente el equipo de Trump no ha tenido mucho éxito.
Sin embargo, la derecha cultural (sobre todo la de Estados Unidos y América Latina) y algunos agregados (como algunos afines al lopezobradorismo) se encuentra muy molesta. Hablan de conjuras, complots, creen que toda la prensa internacional está en su contra (Fox News incluidos). Básicamente, están repitiendo aquellos patrones de los cuales nos insistieron una y otra vez que eran exclusivos de la izquierda.
Incluso algunos líderes de derecha en América Latina tratan de reinterpretar los resultados para mostrarlos como una «derrota» de la izquierda radical para sentirse consolados. Si bien, los resultados no son del todo satisfactorios para el ala más izquierdista del partido demócrata (Ocasio-Cortez y los suyos) ya que el siguiente presidente va a ser una figura centrista sin mayoría en el Congreso, es la derecha la que fue derrotada en las urnas.
Al igual que ocurrió en 2016 con los comentarios desafortunados de los demócratas, la derecha cultural se ha enfrascado en un mar de descalificaciones hacia sus adversarios a los que acusan de vivir en una burbuja. Muchos de los influencers de derecha en América Latina (Agustín Laje, Axel Kaiser, Javier Milei) han acusado, irónicamente, a los demócratas de jugar el papel que ellos mismos juegan en sus países y que consiste en ser parte de una élite alejada de «las mayorías» y que vive en una burbuja.
Es cierto que el trumpismo sigue vivo y la derecha también, pero negar la derrota con base en estos argumentos equivaldría a haber negado que la derrota de Hillary fuera una derrota del progresismo porque éste seguía vivo y muy ruidoso. Es cierto que el progresismo nunca se fue y trató de seguir dando la batalla «desde fuera», pero la victoria de Trump en aquellos entonces llevaba un claro mensaje a ellos y es que básicamente habían desatendido por completo a la clase media trabajadora en favor de promover la agenda progresista urbana.
Y ya que esto es cierto, podemos dar por sentado que la derrota de Trump (con todo y que haya obtenido más votos que en 2016) es también un voto de castigo por parte del electorado estadounidense a esta derecha estridente y compulsiva que él representa. Les dolió en lo más profundo del ser porque él es un hombre que es capaz de construir narrativas sólidas (privilegio que suele ser de la izquierda) y apelar a las emociones; era su representante aunque quede en evidencia que Trump está lejos de representar realmente los valores que el conservadurismo dice defender (Trump es un hombre nihilista producto de la posmodernidad que los conservadores tanto denuncian) y aunque también represente y con más fuerza aquello de lo que acusan tanto al progresismo: el relativismo moral y el poco compromiso con la evidencia empírica.
No solo la derecha estadounidense (con varias excepciones, claro está) sino la derecha dura de América Latina, aquella que se disfrazaba de liberal y científica y que resultó ser más «papista que el Papa» (al cual acusan hasta de comunista) es la que está molesta, muy molesta con lo ocurrido. Creyeron que iban a ganar, se sintieron confiados y no ocurrió así. La derrota fue de la derecha, y la derrota es más profunda en tanto no tengan la madurez de aceptar el resultado que fue expresado legítimamente en las urnas en el país vecino del norte.