El trailer de Cuties (anunciado aunque no producido por Netflix) hizo lo que ningún político ni movimiento había logrado hacer en casi toda la historia moderna: unir a conservadores, liberales, religiosos, feministas y progresistas en una causa: condenar el filme porque, se decía, promueve la pedofilia.
Luego llegaron a decirnos que no era así, que este filme dirigido por Maïmouna Doucouré hacía todo lo contrario: condenar la sobresexualización de los niños.
La porquería
Ahora que me di la oportunidad de ver este filme ¿quién tenía la razón? Digamos que en parte sí es una crítica a la sobresexualización de los niños (el argumento de la película va en ese sentido) y por otra parte parte sí pareciera promover dicha sobresexualización con las escenas explícitas que en la película se presentan.
La cinta trata de una niña llamada Amy, quien es parte de una familia musulmana que vive en el norte de París. Ella, ante la asfixia que impone la cultura a la que pertenece (sobre todo a la mujer) y al ver la suerte que le deparará como mujer al verse en el espejo de su madre, logra encontrar en un grupo de amigas una forma de rebelarse ante esa opresión y «liberarse».
Y escribo «liberarse» entre comillas, porque lo que realmente ocurre es que Amy cae en las garras de una cultura que le invita a abandonar a su niñez de forma precoz para envolverse en una cultura de consumo donde la mujer, a través de la sensualidad de su cuerpo, busque obtener aceptación y reconocimiento.
Hablar de la sobresexualización de los niños no debería ser tema tabú, sin embargo es importante no rebasar esa difusa frontera en donde aquello que se expone pueda terminar siendo promovido de alguna u otra manera. El problema con esta cinta es que aunque su argumento tome una postura crítica, la ejecución sobreeexpone la sobresexualización de estas niñas al punto en que la crítica termina entrando en un segundo plano. Así lo sugieren varios de lo bailes que llevan a cabo y algunas otras escenas.
Hacer esto conlleva muchos problemas éticos y morales: primero, porque las actrices son niñas, y el mero hecho de que su sexualidad sea explotada con fines comerciales (aún con el consentimiento que sus padres seguramente dieron) es un acto deleznable y reprobable que debe ser condenado, y segundo, porque aunque ciertamente el argumento de la película no lo presenta como algo bueno, las escenas, en las que la película hace mucho énfasis, sí logran ser lo suficientemente seductoras (estoy seguro que a muchos pedófilos les va a gustar) como para que atraigan al público desde el plano de lo sexual.
El simple hecho de que Netflix haya lucrado con esto como stunt publicitario ya es algo que no puede justificarse éticamente y no solo eso: ese mero atrevimiento termina fortaleciendo el argumento «pro-pedófilo» en la discusión sobre si se promueve o se critica la sexualización de los niños porque ya hubo un uso de ella para fines publicitarios.
Más allá de estos dilemas, la película en sí es pésima y es de lo peor que he visto en Netflix. Me pareció bastante aburrida y confieso que la terminé de ver más para escribir esta crítica que para otra cosa: la trama no es nada buena, las actuaciones no son destacables, algunas escenas son inverosímiles: casi nada de lo que Amy hace tiene consecuencias. Lo único rescatable es el final que presenta una suerte de moraleja, ya que Amy termina encontrándose a sí misma (lejos tanto de la opresión de la cultura musulmana como de la sobresexualización infantil) brincando a la cuerda, pero nada más.
Aunque…
Si bien no soy simpatizante de la cultura de la cancelación que abunda en nuestros tiempos, las críticas hacia la empresa estadounidense son válidas y Netflix debe recibir y comprender el mensaje. Y tal vez lo hizo, porque al entrar a Netflix la película no estaba visible en la plataforma principal, tuve que utilizar el buscador para dar con ella.
Sin embargo, hay algo que no me termina de cuadrar en torno al escándalo que se ha suscitado.
No es el hecho de que se haya criticado la película, sino el hecho de que la sexualización infantil está ahí con nosotros como si nada pasara. La película genera indignación, pero muchas cosas más indignantes pasan como si nada.
¿Cuántos pequeños no hemos visto «perrear» en las escuelas o en las comidas familiares? ¿Acaso no es cierto que muchos niños suben escenas «candentes» al TikTok para ganar likes? ¿Cuántas veces no hemos visto afirmaciones que rayan en la pedofilia a pesar de que parezcan frases inocentes como: «legalicen a las de diesiseis»? ¿Qué decimos de los casos de pedofilia, de pornografía infantil o de trata de personas?
Suena terrible, pero la explotación de la sexualidad de los niños como objeto de consumo no es algo raro ni nuevo y a veces no parece ni inmutarnos. Pocos hacen algo al respecto.
La película es tan solo una pizca, una nada comparada con el mundo de la sexualización infantil que está ahí presente y que tiene, evidentemente, como principales víctimas, a las niñas y niños.