Hay quienes argumentan que quienes están enfocados en la ciencia y la técnica son seres eminentemente racionales y que no están influidos por consideraciones ideológicas, o al menos así parecen considerarlos o considerarse algunas personas.
Pero ello es rotundamente falso.
Pensar que son seres con una racionalidad y objetividad privilegiada que no posee el resto implicaría que son esencialmente distintos de los otros seres humanos, lo cual simplemente no ocurre.
El científico y el técnico, como todas las personas, llevan a cabo sus actividades movidos por emociones e incentivos producto de consideraciones ideológicas directas o indirectas (intereses personales y profesionales influidos, a su vez, de forma consciente e inconsciente, por un esquema ideológico). También varias actividades científicas pueden ser parte de una agenda ideológica o geopolítica (la carrera espacial es un gran ejemplo de ello).
La ciencia simplemente no puede hacerse en un vacío ideológico, ya que la ideología le sirve al científico de guía para imaginar cómo el mundo debe ser, qué valores o principios defender. Sin ella, el ser humano sería un mero autómata que haría ciencia estéril sin objetivo alguno.
¿Por qué entonces la ciencia es más precisa que la mera opinión? No es porque quienes hagan ciencia sean más «racionales» y las emociones estén excluidas, sino porque sus actividades están sometidas al método científico, que si bien siempre es perfectible (como lo reconocen Bunge y Popper) ayuda a acotar las consideraciones ideológicas y reducir el efecto de los sesgos. El científico no solo debe apegarse a un metodología, sino que sus papers deben ser revisados por pares (gente que no necesariamente piensa igual que él) y sus teorías pueden ser refutadas por otros científicos a lo largo del tiempo.
A lo más que puede aspirar el científico es a ser lo más riguroso posible apegándose de forma ética al método científico y a reconocer que tiene sesgos ideológicos, que ello es inevitable, ya que vive dentro de una sociedad estructurada por los paradigmas ideológicos vigentes y que, como todas las personas, defiende ciertos principios y posturas ideológicas. Aún así, es posible que los sesgos no se eliminen por completo.
Dicho esto, la frase «ciencia, no ideología» se vuelve ociosa y, paradójicamente, es comúnmente utilizada como recurso retórico ideologizante. La pregunta correcta debería ser si el científico se ha apegado al método científico y no lo ha trasgredido para satisfacer sus fines ideológicos. Que un conservador, una feminista o un capitalista haga ciencia movido por su ideología no es algo malo en lo absoluto, en tanto haga ciencia de forma ética apegándose a sus estándares.
Lo deseable es que personas con diferentes formas de pensamiento hagan ciencia. De hecho, muchos de descubrimientos científicos de los que ahora nos vemos beneficiados son producto de actividades científicas orientadas a fines ideológicos (fines militares o nacionalistas), incluso muchas de las tecnologías que ahora se utilizan en tu smartphone tuvieron inicialmente dicho propósito.
Así como en la economía, podemos decir que en la ciencia, además de las acotaciones producto del método, hay una suerte de mano invisible donde varios científicos, afectados directa o indirectamente por consideraciones ideológicas o económicos, hacen ciencia, se contradicen, se refutan y se retroalimentan para llegar con el tiempo a consensos más sólidos.
Es por esto que, a pesar de todas estas consideraciones, a pesar de que una teoría científica no implica necesariamente que sea la «verdad absoluta», la investigación científica debe tener más peso que la mera opinión y la ocurrencia, ya que ha pasado por más filtros (por más imperfectos que sean) y, por tanto, el procedimiento es más riguroso. Por eso importa más un medicamento que esté avalado por científicos a una solución casera que «le funcionó a mi tía».
Y por todo esto es también absurdo pensar e incluso sugerir que deba ser prohibitivo tener motivaciones ideológicas (siempre y cuando se utilice el método científico de la forma correcta). También es cierto que la ciencia no puede responder a cabalidad todas las preguntas, como aquellas que tienen que ver con la ética, la moral y demás que corresponden a la filosofía.
Para concluir, no es imposible que un «hecho científico» pueda estar muy afectado por consideraciones ideológicas y que los filtros no hayan sido suficientes para eliminar los sesgos ideológicos. Afortunadamente para la ciencia, ese hecho puede ser refutado de tal forma que se pueda llegar a un consenso más cercano a la realidad objetiva y última a la que a nuestra especie le es siempre complicado llegar.