Me imagino que ser comediante no ha de ser una tarea muy fácil, o tal vez lo pienso porque a mí no sé me da. No es como que no tenga capacidad de hacer reír pero no soy muy histriónico.
Cuando Chumel Torres llegó a la «pantalla de Youtube» lo hizo con una propuesta muy fresca. Me había dado gusto que alguien tuviera la iniciativa de hacer un canal de comedia política. Durante varios años el Pulso de la República me pareció una joya, no me lo perdía. El formato era innovador para nuestro país.
Pero, a diferencia de Stephen Colbert o John Oliver, Chumel no es un comediante político completo. ¿Qué quiero decir con esto? Es simple:
John Oliver o Stephen Colbert siempre van a brillar por sí solos. Son muy buenos comediantes, pero también conocen muy bien aquello sobre lo que están haciendo comedia. Chumel no, él tenía lo primero (sabía hacer comedia) pero necesitaba de Durden quien hacía todo menos hacer reír y le daba sustancia a la comedia que Chumel hacía.
Durden se fue, tal vez justo en el momento en que Chumel más empezaba a brillar, cuando más lo empezaban a invitar a programas, y ahí se vino todo para abajo. Sin Durden, la comedia de Chumel se volvió muy frívola y visceral. A partir de ahí lo dejé de ver.
Lo que ocurrió en estos últimos días es muestra de ello (más allá de la posible censura que pudo recibir del gobierno y la cual es, desde cualquier perspectiva, reprobable). Cuando escuchas a hablar a Colbert o a John Oliver te percatas de que son comediantes que tienen sustancia, que se mofan de todo, sí, pero transmiten a la vez seriedad y confianza. Con Chumel no pasa eso, más bien parece que ha adoptado una postura más infantil, haciendo chistes sin pensar como si se tratara de cualquier jovencillo que está en una fiesta y no de un comediante profesional.
Tiene mucha razón Chumel cuando dice que él siempre ha criticado presidentes. No es, como creen algunos de sus detractores, que tenga una agenda especial contra López Obrador, pero también la forma en que reaccionó contra ese sector ha sido muy visceral. como de cantina o parranda, no tiene ese «toque» de elegancia que muchos cómicos norteamericanos tienen. De alguna forma ha caído en el juego de sus detractores y ha permitido que lo definan.
Las acusaciones de racismo no son completamente ajenas a dichos intereses políticos para mancharlo porque los pejistas no lo toleran (como no toleran a cualquier cosa que parezca oposición) y ciertamente alguien que dijo chistes racistas en el pasado puede tomar conciencia y reflexionar sobre el tipo de comedia que hace (sobre todo porque ese tipo de comedia estaba muy normalizado). Pero también es cierto que «ese ser visceral», ese «caer en la frivolidad para mantenerse vigente» (lo que explica los chistes con contenido racista) le está cobrando factura, algo que los comediantes a los que él admira sí han cuidado mucho.
Muchos echamos de menos ese Chumel de antes, ese que se reía y se mofaba de todo pero sabía de qué burlarse, ese que se podía distinguir del tuitero promedio que se burla de todo para ganar algunos retuits.
Posiblemente esté siendo muy exigente y posiblemente estar en los zapatos de Chumel sea muy difícil. Lo cierto es que su aspiración, como él mismo lo dijo, siempre fue ser una suerte de Stephen Colbert y quedó lejos de ello. Tal vez si tuviera todavía a Durden de su lado hubiera podido aspirar a algo más. Pero lo cierto es que las figuras públicas se desgastan y una vez que lo han hecho ya no hay marcha atrás. Lamentablemente, para Chumel, el desgaste le llegó algo rápido.
Hoy Chumel es, sí, una figura pública conocida por todo mundo, pero una que ya está algo desgastada y que recordamos más por lo que hizo antes que por lo que hace ahora.