Destruir o vandalizar estatuas porque las figuras que representan no sostuvieron los valores que hoy impulsamos es un terrible sinsentido.
Sería comprensible si dicha estatua es de un dictador sanguinario o de una figura que refleje los más profundos antivalores de una nación o una sociedad. Pero ¿atacar la estatua de Winston Churchill y destruir todo su legado porque sus posturas raciales no serían muy aceptadas hoy en día y que, aún así, fue clave para destruir un régimen que era muchísimo más racista como el de Hitler?
Si procuramos el progreso, si los individuos hemos ganado derechos con el tiempo y muchas minorías han ganado reconocimiento que en el pasado no tenían, entonces ello implica que quienes vivieron antes de que eso ocurriera no reconocieran ni conocieran esos derechos. Por lo tanto, lo que hoy nos parecería aberrante antes era la norma.
Dicho esto, casi todas las figuras nacionales tenían formas de pensar que a la fecha de hoy nos parecerían aberrantes, y ello es regla y no excepción. Basta leer la epístola de Melchor Ocampo (político liberal) para darse cuenta de ello.
Y si comprendemos que dichas figuras vivieron antes de que el mundo «progresara», entonces sería injusto que los juzgáramos bajo nuestros criterios del siglo XXI. Más bien tendríamos que contextualizar su legado y su altura moral de acuerdo con su tiempo y no con el nuestro, porque las convenciones contemporáneas ni siquiera las conocían. ¿De acuerdo con su época, podemos decir que tal individuo fue recto?
Si no aprendemos a contextualizar, entonces vamos a llegar a la inevitable conclusión de que nos tenemos que pelear con nuestro pasado y que tenemos que borrarlo. Eso es muy grave, porque las sociedades necesitan un legado, un pasado sobre el cual sostenerse y justificar su esencia. ¿Qué nos volveremos incapaces de reconocer el papel de Winston Churchill a la hora de combatir el nazismo?
La verdad es que, a pesar de que algunas de las formas de pensar y de actuar hoy nos sean aberrantes, el legado de muchas de esas figuras debe mantenerse. ¿Voy a despreciar toda la filosofía de Schopenhauer porque era misógino, algo que era la regla en sus tiempos? ¿No puedo ser una persona madura y aprender a separar la misoginia de Schopenhauer, muy típica en su tiempo, de su legado filosófico? ¿Los gringos tienen que pelearse con George Washington porque no defendió la paridad de género en su gobierno o porque no incluyó negros en su gabinete?
¡Qué terrible sería voltear al pasado de esa forma y concluir que los seres humanos éramos esencialmente malos y abominables!
Y lo paradójico es que, asumiendo que en el futuro los individuos puedan adquirir otro tipo de derecho, bajo la misma tesitura entonces ellos juzgarían de abominables e inhumanos a quienes hoy protestan por la «inhumanidad» de sus antecesores.
Voltear al pasado y percatarnos de que las figuras de antaño sostenían pensamientos y hasta actos hoy calificados como aberrantes debería de generar el sentimiento opuesto, que hemos evolucionado como sociedad y que podemos enorgullecernos de ello, no lo opuesto. Lo primero ayuda a fortalecer nuestro ethos social, lo segundo lo destruye.