Amigo, te voy a hacer una pregunta: ¿guardas simpatía con una o algunas de estas corrientes de pensamiento?
Capitalismo, liberalismo, conservadurismo, catolicismo, socialismo, feminismo, protestantismo, comunismo, cientificismo, anarquismo, machismo, islamismo, humanismo, masculinismo o cualquiera de todos los ismos habidos y por haber.
Entonces temo decirte que estás ideologizado, o de la misma forma, adoctrinado. Y no hay escapatoria.
Incluso si eres una persona que no conoce nada de política ni de la vida, seguramente sigues alguna de ellas cuando menos aunque no la sepas nombrar.
Y es natural, porque nosotros nos valemos de relatos para explicarnos el mundo. Incluso los más tecnócratas y aquellos a los que les encanta el positivismo.
Y en este mundo posmoderno donde el individuo aspira a construir su propio relato, es posible que sigas más de una doctrina (conservador en lo social y liberal en lo económico; o liberal en lo económico y feminista y un largo etcétera) pero de igual forma estás ideologizado.
El conservadurismo ha renegado de esa definición argumentando que ellos no siguen ideologías (Russell Kirk) sino que aspiran a que los cambios sociales sean lo suficientemente lentos como para que no trastoquen el tejido social. Pero esa aspiración en sí ya es una idea, una idea sobre cómo el mundo debería funcionar.
Peor aún, el conservador actual sigue ciertas ideologías que, al estar ya establecidas en el ethos social, considera casi como naturales. Algunos de ellos siguen el liberalismo económico, algunos otros profesan el catolicismo.
Algo similar pasa con las religiones. La diferencia más notable entre una religión y una ideología secular es el componente trascendental de la primera que una ideología no tiene. No es gratuito que algunos aseguren que una ideología es una religión secular. Tanto las ideologías como las religiones tienen dogmas (aunque la religión los reconoce de forma más abierta) y de igual forma, de las dos se desprenden una serie de valores éticos y morales. La religión no deja de ser una suerte de ideología.
Y lo diré claro: en tanto una persona tenga la capacidad de comunicarse, interactuar con las demás personas y formar parte de una sociedad, estará ideologizada. Es imposible no estarlo porque la ideología (o el conjunto de ideologías) le sirve como una suerte de brújula para entender el mundo y porque sin ideología no puede existir cohesión social alguna.
Que una serie de ideas te parezcan normales o naturales no dejan de formar parte de una ideología por su mera condición de ideas. Puede sonar chocante pero lo explicaré de una forma sencilla: en el medievo, la idea el progreso básicamente no existía: el mundo se concebía como algo estático. Esta idea que nos parece natural, de ver al mundo como algo que progresa y evoluciona la heredamos de la modernidad o, mejor dicho, del liberalismo y no ha estado siempre con nosotros.
El liberalismo también nos trajo esa herramienta útil que llamamos «método científico» que aspira llegar a los hechos reales (no falsables, como diría Karl Popper) y lo más limpios posible de cualquier sesgo ideológico. Realmente es útil y gracias a éste se explica gran parte del desarrollo que hemos alcanzado, pero ni el método científico está libre de ideología porque parte de su legitimidad está articulada por argumentos ideológicos (adheridos al liberalismo y su concepción de lo que el mundo debe ser) y porque es inevitable que lo ideológico (no necesariamente liberal) opere en el proceso de las siguientes formas:
1) El individuo hace ciencia o busca conocer la verdad motivado por razones que a su vez están influidas por razones ideológicas. El individuo que hace ciencia no es neutro, siempre tiene una motivación, y ello puede hacer que publique su paper en caso de que su hipótesis haya resultado verdadera, pero es posible que no lo haga cuando ella sea falsa (este fenómeno tiene un nombre que no recuerdo, se los debo) dando más visibilidad a la forma de pensamiento afín de los científicos que la llevan a cabo.
2) Los hechos en sí son objetivos en tanto que residen fuera de la mente del individuo, pero la interpretación de éstos puede estar influenciada por razones ideológicas al punto de correr el riesgo de hacer interpretaciones erróneas de un fenómeno que es en sí verdadero. Ya que todos los seres humanos estamos condenados a conocer la realidad de forma subjetiva o intersubjetiva (consenso de varios individuos subjetivos) y porque nuestras convicciones ideológicas afectan ese «conocer la realidad», nadie, absolutamente nadie, es ajeno a esa posibilidad y sólo puede evitarse en tanto los instrumentos utilizados sean lo más precisos posible. A mayor precisión, el sesgo ideológico queda más restringido. De igual forma, el consenso entre distintos científicos, producto de experimentos practicados por diferentes personas y en distintas circunstancias también ayudan a reducir el sesgo ideológico a su mínima expresión (y aún así no hay nada que nos garantice que éste estará completamente ausente).
Reconocer que operamos bajo relatos ideológicos no quiere decir que debamos caer en el relativismo absoluto y pensemos que todas las ideologías valen igual; por el contrario, es completamente sano y deseable defender las convicciones ideológicas propias. También es cierto que unas ideologías han probado ser más eficientes que otras (el liberalismo probó ser más eficiente que el comunismo, por poner un ejemplo); unas perviven y otras son vencidas fácilmente, unas se adaptan bien a ciertas circunstancias y otras no.
Del mismo modo, hay algunas ideologías más flexibles que otras, unas que restringen más la libertad del individuo que otras. Pero todas son, al final del día, ideologías.
Y por eso estamos ideologizados e incluso adoctrinados. Incluso quienes somos liberales y nos regodeamos en la flexibilidad de nuestra doctrina, fuimos educados de tal forma y recibimos información tal que somos liberales. Evidentemente el adoctrinamiento no tiene por qué ser coercitivo, uno puede «adoctrinarse» producto de la voluntad propia, de la deliberación en nuestro fuero interno y de la adquisición de conocimiento, aunque nuestros valores previos, la cultura en la que estamos insertos, nuestra experiencia de vida y nuestro temperamento en cierta medida nos llegan a predisponer, lo cual se comprueba al darnos cuenta que en un país occidental existen muchas más personas liberales que en uno de Oriente Medio.
Los autores posmodernos decretaron el fin de los metarrelatos (Lyotard, en específico) para ser reemplazados por un relato propio o microrrelato. En algo tienen razón al hablar de la sociedad posmoderna, pero dicho relato propio es, al final, una combinación de distintas doctrinas e ideologías: un ejemplo es una mujer que va a la Iglesia, en la tarde va al Yoga y estudia economía monetaria. El individuo apela a distintas doctrinas para distintos ámbitos de la vida, pero la ideologización pervive.
El eclecticismo más profundo no libera a una persona del hecho de que está ideologizada.
Es imposible desentenderse de ello. Sin ideologías no puede haber civilización y no puede existir orden alguno, sin ellas el individuo entraría en una profunda crisis existencial. Debe, a pesar de todo, existir algo parecido a un consenso.
Ese consenso es lo hegemónico. La hegemonía actual en Occidente es la democracia liberal en lo político, capitalista en lo económico y progresismo en lo cultural, lo cual es sostenido y promovido (comprendiendo a Gramsci) por ciertos conglomerados como la educación, el intelectualismo y los medios de comunicación. No todos están de acuerdo y pueden disentir o profesar «ideologías distintas», pero al final terminan viviendo, de una u otra forma, el discurso hegemónico del cual la sociedad es parte: un socialista que se pone a vender camisas para pagar la renta puede ser un claro ejemplo, o también un aspirante a dictador sabe que la mejor forma de llegar al poder es mediante elecciones.
Entonces, decir que alguien está ideologizado o adoctrinado (en sentido peyorativo) es impreciso porque de cierta forma todos lo estamos. Se dice en el argot popular que una persona lo está cuando se adhiere a otra ideología que no comulga con la nuestra, o cuando su postura ideológica es demasiado inflexible y sigue dicho credo a rajatabla y de forma profundamente dogmática. Pero que nosotros guardemos una mayor flexibilidad o sigamos la ideología dominante no implica no sigamos ideología o doctrina alguna, es absurdo.
Los conservadores pueden argumentar si es mejor que los cambios sociales (y por tanto ideológicos) deben ser lentos y es válido, pero ello no implica que no sigan una ideología. La siguen.
También es válido argumentar si una ideología puede ser peligrosa, pero ello no nos exime del hecho de que sigamos una o algunas.
Pero siempre, en cualquier sociedad se cumplirán dos cosas: 1) Siempre existirá un discurso hegemónico dominante y 2) Todo aquel individuo que es parte de sociedad alguna profesará una o más ideologías bajo las cuales regirá su vida y tratará de entender el mundo.
Estamos condenados a seguir ideologías, y ciertamente ser muy inflexible no es buena idea, pero tampoco lo es tratar de despojarnos por completo de ellas ya que nos conducirá irremediablemente al nihilismo. Lo responsable, a mi parecer, es siempre mantener un mínimo de flexibilidad a la hora de defender la doctrina que seguimos. Las ideologías son muy útiles, pero el mundo es lo suficientemente complejo como para enmarcarlo en una sola ideología, por lo cual habrá un momento en que cualquier ideología tenga deficiencias a la hora de mostrarnos la realidad de forma fidedigna.