Muchos, desde hace tiempo, advertimos que López Obrador era una persona conservadora.
Y ni siquiera es que AMLO los engañara siquiera. Simplemente fueron ellos quienes se hicieron ilusiones.
Muchos advertimos sobre los elementos cuasirreligiosos de su movimiento, o sobre su alianza con el PES (que muchos desestimaron reduciéndolo a un mero movimiento pragmático), y luego vino la cercanía con los evangélicos.
Y aún así, algunos progres creyeron que su gobierno iba a abanderar su causa, que AMLO se iba a comprometer con el tema de las mujeres, los LGBT o el ecologismo.
Muchos progresistas desestimaron las señales, creyeron que el tener a Marcelo Ebrard y a Olga Sánchez Cordero era suficiente razón para estar tranquilos. Incluso algunos de los ahora intelectuales orgánicos (en el estricto sentido gramsciano) adoptaron el lenguaje progresista para comunicarse con aquellos sectores de jóvenes universitarios y clases medias.
Pero ese compromiso sencillamente no ocurrió.
¿Ecologismo? Si con algo se ha comprometido López Obrador es con el carbón.
Pero fue en esta semana que se dió, me parece, un quiebre contundente. No es que todos los progresistas coincidieran o simpatizaran con AMLO, hubo muchos que no lo hicieron, pero otra cantidad considerable sí lo hizo.
¿Por qué se dio el quiebre?
La respuesta es sencilla, a raíz del feminicidio de Ingrid Escamilla, muchos esperaron de López Obrador una respuesta contundente. En vez de esto, recibieron de él un mensaje de displicencia, lo cual generó protestas por parte de algunas feministas que fuera de Palacio Nacional quemaron una réplica del boleto de la rifa del avión e hicieron pintas declarando que AMLO era parte del problema y no de la solución.
López Obrador replicó con un decálogo que no satisfizo de ninguna forma a las feministas, sintieron como si AMLO estuviera desconectado del problema. De la misma forma, se vieron actividades muy sospechosas en Twitter donde bots impulsaron hashtags en contra de dichas feministas como para acallar las críticas, cosa que muchos adjudicaron al gobierno de AMLO. También hubo indignación por el uso de gas pimienta para repeler a aquellas feministas que se dirigían al Ángel de la Independencia y por la reacción de Claudia Sheinbaum cuando se le cuestionó sobre lo ocurrido.
Eso que llaman izquierda no es una cosa, no es una entidad, es un significante para categorizar a un conglomerado de diversas corrientes políticas dentro del espectro público y que ha ido mutando con el tiempo. Antes de ese punto de quiebre de 1968, la relación, por lo general, de las izquierdas con la mujer o con algunas minorías sociales (digamos, los LGBT entre otros) no era tan diferente que el que tenía la derecha. El Ché es conocido por su homofobia, basta leer las cartas de Gramsci para darse cuenta que no era precisamente un campeón de la equidad de género, y ni digamos de la relación de los gobiernos socialistas de los tiempos de la guerra fría con la ecología.
López Obrador no pertenece a esa izquierda «progre», aquella más propia de los activismos urbanos de países en su mayoría desarrollados que tienen como foco las minorías. La izquierda de López Obrador es una bastante distinta: la de él es una más clásica, nacionalista y heredera de la Revolución Mexicana que el PRI adoptó durante un buen tiempo, y tal vez un poco más cercana al socialismo del siglo pasado enfocado en el conflicto de clases. López Obrador tal vez se sienta más cómodo leyendo a Marx, a los Flores Magón o la biografía de Emiliano Zapata que leyendo los textos de Michel Foucault.
Es cierto que en algún caso estas izquierdas se pueden traslapar. Dentro de las secciones más radicales del feminismo se pueden encontrar anarquistas que quieren tumbar el Estado o socialistas radicales. Pero, en términos generales, y sobre todo en América Latina, esas izquierdas suelen ir por separado. Ni Chávez, ni Nicolás Maduro, ni Evo Morales (su creencia de la relación entre el homosexualismo y el consumo del pollo es muy ilustrativo) fueron férreos defensores del ideario progresista. Incluso, en algunos casos, pueden llegar a ser más conservadores que la derecha.
Por eso me sorprendió que algunos activistas de género, ecologistas y demás cayeran redonditos, incluso cuando las señales eran evidentes. López Obrador no pertenece a esa tradición, y si en MORENA hay algunos integrantes impulsando agendas progresistas, es básicamente porque MORENA es un partido atrápalotodo que puede incluir a gente de muchas corrientes políticas. En un estado pueden promover el matrimonio igualitario y en otro oponerse completamente a éste.
Evidentemente, AMLO está perdiendo un sector que tal vez no sea muy grande en número, pero que es importante dada su proclividad a la participación política, el activismo y la protesta. Este desencanto no solo se da con los progresistas más radicales (como aquellas que hicieron pintas) sino con las corrientes más moderadas como parte de la intelectualidad universitaria y jóvenes con ideas progresistas. No es como que haya hecho muchísimos esfuerzos para ganárselos, pero tenerlos como opositores podría provocarle muchos problemas.