Cuando llegamos a 1990, el discurso era uno de libertad. Caía el muro de Berlín, la URSS comenzaba a colapsar y la bipolaridad entre el occidente capitalista y el régimen comunista soviético (y satélites) llegaba a su fin. México veía los últimos años del régimen de partido único que poco tiempo después perdería mayoría en el Congreso. La apertura era patente en muchos sentidos.
Luego llegó el año 2000. En el ámbito global no había tantas novedades. Dábamos por hecho el estado de las cosas y le comprábamos a Francis Fukuyama la idea del fin de la historia, bajo la cual aseguraba nuestra civilización había arribado a la democracia liberal como punto culmen de su desarrollo, aunque todo ese optimismo pronto empezaría a resquebrajarse, sobre todo a partir del 9/11. A México le fue muy bien, el año 2000 fue el inicio de la alternancia.
En el año 2010 las cosas ya no eran tan positivas. Tanto el propio 9/11 como la crisis global del 2008 nos hizo repensar ese optimismo de las décadas pasadas. Sin embargo, con todos los «accidentes», todavía teníamos fe en la idea de la democracia liberal como aspiración, aunque su legitimidad comenzaba a recibir algunos cuestionamientos. Comenzamos a decir (en México y en casi todo Occidente) que los políticos no nos representaban, que el sistema político no funcionaba del todo bien. Pero teníamos a Internet como ese elemento liberalizador que, decíamos, democratizaría todo.
En el 2020, por primera vez después de varias décadas, entramos a una era de profunda incertidumbre. Comprendimos que la democracia liberal no era el fin de la historia, con lo cual el futuro ahora nos comenzó a parecer más bien dudoso y oscuro. En las décadas pasadas ignoramos el hecho de que los cambios tecnológicos modificaban las dinámicas sociales y nos dimos cuenta hasta que ello simplemente ocurrió. Si la imprenta o la Revolución Industrial modificaron de forma drástica todas las dinámicas sociales ¿por qué entonces subestimamos el poder de Internet para hacerlo?
El Internet había irrumpido de forma drástica. Pensamos que el sistema político-económico «antes de Internet» iba a funcionar igual de bien dentro de nuestra era y no fue así. De hecho, el estado de cosas se está modificando sin que tengamos la más mínima idea de cual vaya a ser su forma final porque el propio Internet y las tecnologías evolucionan a pasos agigantados cambiando de forma continua las dinámicas políticas, económicas y sociales.
No estamos sobre piso firme, sino desde uno muy líquido, que cambia drásticamente y que es acompañado de esta idea posmoderna de la sustitución de las grandes narrativas por la interpretación personal del mundo.
Hoy no hablamos de ningún fin de la historia. Hoy hablamos de las nuevas corrientes demagógicas de derecha e izquierda iliberal que toman popularidad, de los cada vez más sofisticados algoritmos, de la inteligencia artificial y del advenimiento de la singularidad (ese momento en que la propia inteligencia artificial se vuelva autónoma y superior al propio ser humano) como algo que ya no está tan lejos como para ignorarlo.
Hoy el futuro es incertidumbre, no tenemos la más mínima idea de cómo vaya a ser. Bueno, nunca la tuvimos, pero creímos haberla tenido y eso nos daba una sensación de seguridad y confort que hoy es prácticamente inexistente.