Si Juárez viviera, sería opositor de López Obrador

Dic 18, 2019

López Obrador dice ser juarista y liberal. Pero en la práctica hace lo opuesto: se atreve a dictar moral como ningún mandatario conservador y da acceso a los evangélicos a actividades de gobierno.

Si Juárez viviera, sería opositor de López Obrador

Digamos las cosas como son: López Obrador no es liberal. La forma en que concibe el ejercicio de gobierno lo delata.

AMLO es juarista en la retórica, pero antijuarista en los hechos.

Podría decirse que en algún sentido es posmoderno, no en el sentido de suscribirse a las corrientes progresistas influenciadas por filósofos posmodernistas o postestructuralistas, sino porque no se adscribe a una metanarrativa o gran relato. En cambio, construye una micronarrativa muy propia que espera que sea adoptada por todo el ethos. Así, AMLO crea una donde caben desde conceptos socialistas hasta otros tan conservadores que ni los gobiernos de derecha anteriores se atrevieron a abordar. Pero esa narrativa de liberal tiene poco.

López Obrador no es entusiasta de la autodeterminación del individuo, no es gratuito que deje de lado el término «ciudadano» que asume su heterogeneidad por el de «pueblo» que la niega, y en cambio incluya a la sociedad en su conjunto dentro de esa entidad superior homogeneizante (exceptuando, claro, a los privilegiados con excepción de aquellos afines al gobierno).

López Obrador no se asume como un funcionario público o representante de un país, sino que cree estar destinado a moldearlo de acuerdo con su forma personal de lo que la sociedad debería ser. Y cuando se tiene una aspiración tan ambiciosa, poco lugar queda para aspirar a defender la idea íntimamente liberal de la autodeterminación del individuo, quien construye su proyecto de vida y el cual solo tiene como límite las normas legales a las que está sujeto y ciertos principios que buscan promover cohesión social (como algunos conceptos y símbolos afines a un espíritu de patriotismo). Las convenciones sociales o normas morales a las que el individuo está sujeto no son competencia del gobierno, sino más bien de la sociedad o el sector social en el que se encuentra inserto y que buscan regular y armonizar la convivencia social (que tienen que ver con las características y/o idiosincrasia del sector al que pertenece, con su credo religioso, etc.)

López Obrador busca adjudicarse muchas más atribuciones que las que un gobierno liberal suele tener. Así, puede atreverse como ningún mandatario moderno a utilizar símbolos cristianos para promover la moral dentro del «pueblo»: sugiere a sus gobernados que vayan a misa y que no cometan «pecados sociales». López Obrador cree que debe moralizar al pueblo ¿y cuál moral? En resumidas cuentas, su propia concepción personalísima de lo que la moral debe ser. Es cierto, todos los mandatarios tratan de reflejar sus principios a la hora de gobernar, pero ello no implica que se involucren en la esfera íntima del individuo, ni que influyan sobre sus creencias religiosas o no religiosas. López Obrador sí lo hace, y hacerlo es profundamente antiliberal.

El deseo de López Obrador de influir en la moral personal del individuo queda patente en las intentonas de su partido de atacar al Estado Laico (tan juarista para nosotros) como ni el PAN se habría animado a hacerlo, como ocurre con la propuesta de una senadora de MORENA quien propone una reforma tan ambiciosa que se atreve a borrar ese renglón que habla de la «separación del Estado y las iglesias» para que éstas (en específico, los evangélicos) puedan involucrarse en tareas como brindar «asistencia espiritual» en centro de salud públicos, ejército, cuerpos policiacos y demás. De la misma forma, esa pretende que las asociaciones religiosas puedan transmitir o difundir mensajes sin previa autorización de la Secretaría de Gobernación.

Debemos comprender que el Estado Laico no tiene como fin acabar con las religiones, sino convertirlas en un asunto privado y no público. Es decir, yo tengo el derecho a profesar cualquier religión (o no profesar ninguna) libremente sin que el Estado intervenga en ese ejercicio. Es una decisión privada, mía, que es transmitida por mis familiares o mi comunidad, y no por el Estado.

Esta separación de igual forma promueve la libertad religiosa ya que evita que alguna religión, producto de su relación con el Estado, tenga alguna ventaja sobre de otra o que el Estado persuada o imponga al individuo un credo.

Tal vez no sea casualidad que los evangélicos estén haciendo su agosto en América Latina con gobiernos iliberales de izquierda o derecha como el de Jair Bolsonaro, Nicolás Maduro, y en nuestro caso, el de Andrés Manuel López Obrador. Las organizaciones religiosas no están exentas de las dinámicas de poder (que incluye su ambición) por el mero hecho de ser religiosas. No lo están porque, sea cual sea su credo y por más respetable o valioso que sea, están compuestas de seres humanos falibles, y López Obrador, al permitir que los evangélicos participen en actividades que competen al Estado, está permitiendo que organizaciones religiosas acumulen más poder lo cual, aunque suena paradójico, atenta contra la libertad religiosa por lo que he comentado anteriormente.

AMLO se parece a Benito Juárez más bien casi nada. Juárez no buscaba, que yo recuerde, imprimir su visión muy personal sobre el pueblo ni pretendía dictarles moral. Menos permitió que organizaciones religiosas pudieran participar en lo público, todo lo contrario.