De lo que acontece tras bambalinas, hablando del poder político, sabemos pocas cosas.
Conocemos aquello que está expuesto al público: las modificaciones a la ley, las normas, las declaraciones de los políticos, los spots, las campañas políticas. Conocemos también aquello que los medios de comunicación nos logran revelar: algunos escándalos que salen a la luz, investigaciones y demás.
Pero muchas cosas no las sabemos porque los políticos no están obligados a exponerlas al público y porque la prensa no tiene acceso a ello. Ahí, en esa zona de seguridad, tras bambalinas, libres de todo juicio o de consecuencia de sus actos, los políticos dicen y hacen muchas cosas jamás harían fuera de ella. Lo que ocurre ahí es, en muchos casos, muy relevante dentro del ejercicio público.
¿Qué pasaría si de buenas a primeras lográramos poner cámaras escondidas dentro de esas «zonas de seguridad»? Seguramente habría mucho material para indignarse. Posiblemente alguna que otra carrera política podría quedar destruida e incluso podría crearse una crisis de legitimidad mucho más fuerte que la que vive el poder político de nuestro país y que está falsamente atenuada por el velo de eso que llaman Cuarta Transformación.
¿Qué pasó con Olga Sánchez Cordero? Simplemente tuvo la poca fortuna de haber sido grabada dentro de su zona de seguridad, en la cual se desempeña de una forma muy diferente a la que sostiene en público. En público insistió en la inconstitucionalidad de la reforma que extendía a los cinco años la gobernatura de Jaime Bonilla, mientras que en privado se regocija con el gobernador.
Aquí vemos a Olga Sánchez Cordero en público.
Y aquí en privado, en su «zona de seguridad»:
Este último video podría pasar fácilmente como escena de película de Damián Alcazar. Lo central del argumento no es si Olga en sentido estricto pueda tener razón o no al decir que es legal (entendiendo que lo «legal» no es necesariamente lo justo o incluso lo éticamente correcto en un contexto dado), sino el cinismo con el que ha actuado, el cual es suficiente como para que su altura moral quede severamente comprometida y sea cuestionada.
¿Qué puedo pensar de una Secretaria de Gobernación quien hasta hace poco decía que la reforma mediante la cual se extendió el periodo bajo el cual Jaime Bonilla va a gobernar era inconstitucional pero tras bambalinas se ríe con el propio gobernador? ¿Cómo a una persona así se le podría volver a tener confianza?
Pero no solo es preocupante la puesta en escena, lo que más preocupa es de lo que ésta trata: una reforma inconstitucional que extiende el mandato de un gobernador, lo que hace temer a más de uno que pueda ser un antecedente ante una hipotética reelección del Presidente Andrés Manuel López Obrador. Tampoco es cualquier persona, se trata de la Secretaria de Gobernación, y aquello de lo que habla tan solo refleja la constante vulneración a la que está siendo sometida la vida institucional.
Dice Olga que «recuperaron el Estado». ¿Pero a qué se refiere con Estado? Porque no me parece que implique alguna suerte de fortalecimiento institucional, más bien parece que se «apropiaron» del Estado, al cual parecen utilizar a discrecionalidad.
Yo soy un convencido de que la honestidad política no se presume, sino que se ejerce en la práctica: se es, no se dice que se es. La bochornosa escena muestra el contraste en un gobierno que se presumió de honesto pero que en la práctica ha repetido una y otra vez los vicios de los gobiernos a los que tanto criticó. Ese cinismo de la clase política que empoderó a López Obrador lo vemos repetirse de una forma monstruosa dentro de la 4T. Aquí lo dije en este espacio al mostrar mi profundo escepticismo sobre la idea de que si el Presidente no era corrupto, su gobierno tampoco lo iba a ser. Me parece que esa tesis ha quedado refutada, y solo podría no serla en caso de que el mismo presidente fuera corrupto.
La Cuarta Transformación está lejos de ser esa expresión de honestidad que tanto nos vendieron y más bien parece un gobierno sumido en el caos que no sale de un escándalo para entrar en otro, donde todavía se seguía hablando de Ovidio Guzmán y Santa Lucía cuando la Secretaria de Gobernación sacó a relucir la hipocresía del discurso del gobierno actual.
Y lo más curioso es que si esto hubiese ocurrido en el sexenio pasado, no pocas personas se hubieran lanzado a las calles. Parece que nuestra sociedad ve pasar una y otra vez diversos atropellos por una clase política de esas que «son más iguales que los otros» sin hacer nada, como esperando a que la inercia lo arregle todo.