Muy difícilmente la derecha le va a ganar a la izquierda en la construcción de la narrativa.
¿Qué es lo que la derecha nos va a venir a contar? ¿Que lo mejor es que todo siga más o menos igual? ¿Qué alguna suerte de progreso va a llegar si no le movemos mucho a las cosas o si le bajamos los impuestos a los ricos?
A partir de ahí tan solo puede tejerse una historia plana, predecible, aburrida y sin imaginación. Porque no se requiere mucha imaginación para imaginar un mundo que consiste del mismo estado de las cosas que existe actualmente.
La izquierda, por el contrario, contiene esa epicidad que se asemeja a los relatos heróicos o fantásticos. La izquierda habla de mundos posibles que funcionan como escape para aquellas personas que se sienten frustradas o indignadas con el estado de las cosas, o que simplemente requieren de un estímulo para saciar sus juveniles energías. La izquierda estimula la imaginación y por ello es capaz de crear relatos e ídolos.
La derecha le recrimina a la izquierda que su relato carece de sentido común, que no es realista, y teme que, a la hora de tratar de convertir al mundo en un relato épico, terminen creando caos y destrucción. Así, la derecha se aferrará al estado de las cosas como el mejor de los mundos y apelará a un supuesto hiperrealismo mientras la izquierda le recordará que a lo largo de la historia no es como que las cosas se hayan mantenido igual, por lo cual le invita a soñar e imaginar.
La derecha difícilmente va a construir seres cuasimitológicos como la izquierda lo ha logrado hacer con Salvador Allende. La izquierda incluso es capaz de elevar a personajes tan terribles como Fidel Castro o hasta al propio Mao a lo más alto. El término «derecha», por el contrario, tiene una connotación peyorativa. La derecha, dicen, quiere que permanezca todo igual, que no haya justicia, y eso debe ser moralmente reprobable.
Se ha escrito mucho más de Rousseau que de Burke, Marx suena más controversial que Adam Smith (a quien incluso sería difícil catalogar como de derechas dentro de su contexto). Los Flores Magón son más referidos que Lucas Alamán. Abundan los intelectuales de izquierda o los liberales, pero los de derecha no son tantos y, generalmente, no son tan reconocidos.
Para decir que todo debe permanecer igual no se necesitan pronunciar tantas palabras porque no tienen que construirse nuevos mundos, no debe imaginarse tanto. La derecha no ha desarrollado ese músculo y, por tanto, es posible que el relato de las izquierdas les haga pasar un muy mal rato.
La izquierda, por su parte, puede papalotear, incluso puede ser poco realista y dejar volar su imaginación. Su relato épico posiblemente se traduzca en adherentes o en votos. La derecha estará condenada a esperar que en la práctica ese mundo posible de la izquierda choque con la realidad.
Por eso a veces la derecha, impotente a la hora de tejer una narrativa propia, se ve orillada a atemorizar a la gente y por eso es que es lo que en muchas ocasiones es lo mejor que le funciona. Al hacerlo, juega el juego de las izquierdas y convierte ese relato épico e heróico en uno de terror, en una macabra y oscura historia del peor de los mundos posibles donde nadie querría estar.