Preocupante me parece es que este sea el tercer artículo seguido que escribo sobre un tema preocupante de lo que está aconteciendo con el gobierno de López Obrador (y eso que me he guardado otros temas). Pero lo que ocurrió ayer no tiene nombre y no hay manera de justificarlo.
Lo que ocurrió ayer es tan solo un peldaño más de lo que muchos estábamos alertando: que este gobierno se muestra débil, que a este gobierno le tiembla la mano a la hora de querer aplicar la ley. Lo vimos con las repetidas ocasiones en que el ejército fue humillado por pobladores o delincuentes, en aquellas declaraciones donde decía que el narco es pueblo. Lo vimos en el excesivo buenismo al tratar de abordar un tema tan complejo como es el tema de la inseguridad, el cual, como dice el ya tan cacareado slogan, dicen que puede resolverse con abrazos y no con balazos.
Que un gobierno haya liberado a un capo de la droga porque «no pudo» no tiene precedentes. Es una humillación histórica, es la renuncia del Estado a una de sus funciones más elementales que es la de proporcionar seguridad a sus gobernados.
Me dirán que el Estado siempre ha sido incapaz de proporcionar seguridad, lo cual es cierto. Pero aquí hablamos de una renuncia formal traducida en la liberación de un capo previamente capturado producto de una deficiente estrategia que orilló al gobierno a liberarlo para evitar una tragedia.
El problema no fue tanto la liberación en sí. En ese contexto, tal vez habría sido más grave no hacerlo. El problema fue eso que llevó al gobierno a liberarlo y que se puede resumir en un operativo completamente deficiente. Eso es todavía más grave porque el mensaje que se manda es muy claro:
Cedemos ante el narco porque no pudimos contra ellos.
Son preocupantes las imágenes donde la SEDENA, casi sometida, ve pasar a hombres con armas de grueso calibre sin hacer absolutamente nada porque están en desventaja. Ello es tan solo un reflejo de la incapacidad del Estado, del cual se dice tiene el monopolio de la violencia, para hacer frente al crimen. ¿12 años de campaña, 12 años de levantar la mano, para llegar a la presidencia y presentar un gobierno tan débil y tan pusilánime ante una crisis de inseguridad por la cual sufren muchos mexicanos? ¿De verdad?
Después de desmentir al propio Durazo, López Obrador declara en su mañanera que se tomó la decisión acertada, que había que liberar al hijo del Chapo para evitar un derramamiento de sangre.
El Presidente dice que en su gobierno «el derramamiento de sangre ya terminó», que no puede «valer más la captura de un delincuente que las vidas de las personas». Se contrasta con los anteriores gobiernos para decirnos que están haciendo las cosas de forma diferente. ¿Y cómo el que ese capo esté libre va a garantizar seguridad a los ciudadanos? ¿Y cómo lo va a hacer los treinta y tantos reos que se fugaron? El ridículo es tan grande que la familia de Ovidio hasta mensaje de gratitud va a enviar.
Como dije antes, con la situación ya insostenible no quedaba otra que liberarlo, pero ¿entonces por qué hacen un operativo sin pies ni cabeza que va a salir mal? ¿Por qué no lo plantearon de mejor manera? ¿Por qué improvisar de esa manera ante algo tan delicado y sobre lo cual, se supondría, ya existe mucha experiencia porque no son pocos los capos que se han detenido en nuestro país?
Hoy los cárteles se sentirán más seguros, porque frente a ellos tienen a un Estado débil, uno al que le tiembla la mano, uno que improvisa y luego recula, uno que dice que «no quiere derramamiento de sangre» ni violencia, uno que habla de dar abrazos, de recular a su tarea como poseedor del monopolio de la violencia porque piensa que basta con entender las causas por las cuales alguien se vuelve delincuente para acabar con el narco y el crimen.
El Estado mexicano fue derrotado, fue humillado. No lo fue tanto por incapacidad sino por incompetencia. El día de hoy se sienta un precedente muy peligroso, incluso para las aspiraciones de López Obrador, ya que si hay algo capaz de matar una narrativa tan poderosa como la que AMLO ha creado es una situación grave de inseguridad.
Lo que pasó es muy peligroso y preocupante. El ciudadano promedio tiene razones de peso para estar preocupado.