Más allá de acotaciones, los 43 de Ayotzinapa se han convertido en un símbolo de la violencia y la injusticia en México.
Es un símbolo porque ellos representan a tantos jóvenes que mueren producto de la violencia en nuestro país.
Es un símbolo porque su muerte, ordenada por autoridades gubernamentales, representa la faceta más denigrante y corrompida del servicio público.
Es un símbolo porque su muerte también nos recuerda los débiles lazos sociales que sostiene a este país, unos que se quiebran de forma muy fácil.
Es un símbolo porque el papel del presidente Peña Nieto representó la poca empatía que las autoridades tienen con sus gobernados. El vacío tan profundo que dejó despertó las más macabras sospechas y de las cuales algunos sacaron tajada política (como aquella que decía que él estaba involucrado en la masacre)
Es un símbolo porque sacó a muchos de sus burbujas clasemedieras y les hizo voltear la mirada a ese otro México, ese más pobre, más roto. Muchos, incluso algunas personas de clases medias-altas y altas, salieron a marchar para pedir justicia.
Es un símbolo porque más allá de que muchos podamos no compartir las ideologías políticas que profesaban ni sus métodos, reconocimos su humanidad.
Y es un símbolo, sobre todo, porque las dudas que hasta el día de hoy sigue generando tan lamentable conocimiento representa la incapacidad de las autoridades por hacer justicia a aquellas personas que son víctimas de la delincuencia, del crimen, del narcotráfico, y de las autoridades mismas.
A 5 años, nos siguen faltando 43.