Coaching de vida… o muerte

Sep 13, 2019

¿Te preguntas por qué en la actualidad hay tantos coaches? ¿Por qué tu tía o tu amigo que estudiaba finanzas de pronto se convirtió en un "coach de vida"? Aquí tengo la respuesta a tus dudas.

El profesional de hoy ya no es un engranaje de una maquinaria que lo explota, ya no es ese homo laborans al que refería Hannah Arendt.

El profesional contemporáneo, por el contrario, se siente más libre porque puede construir su carrera profesional a su medida; lo cual, en teoría, la da significado a lo que hace. El profesional de hoy no hace trabajos repetitivos (de los cuales ya se están comenzando a hacer cargo los robots) sino que utiliza su mente para crear sistemas, su creatividad para aportar soluciones o su capacidad para comunicarse con otras personas.

El problema ahora no es la falta de libertad, sino la imperativa necesidad del éxito. El profesional ya no es explotado, más bien se explota a sí mismo por miedo al fracaso, a la pérdida o por miedo a no cumplir las expectativas sociales, preocupación que le puede generar frustración e incluso cuadros de ansiedad o depresión. El profesional ya no es obligado a trabajar más de 14 horas diarias como ocurría en el siglo XIX, más bien se obliga a ello.

Ello ha creado un mercado potencial explotado por los llamados «coaches de vida» quienes, a diferencia de un terapeuta, se enfocan, dicen, en desarrollar las potencialidades que lleve al individuo al éxito. Atienden eso que tanto le preocupa al profesional contemporáneo: su imperativo deseo de éxito y el miedo al fracaso. Le ayudarán a salir de su zona de confort, a tener una actitud positiva y a elaborar un plan que los lleve a la cima.

Pero resulta que la mayoría de estos coaches (hay excepciones, claro), a diferencia de los psicólogos que necesitan amplios estudios y una cédula (aún así hay varios que son malos), pueden serlo con solo con tomar un curso que durará 160 horas (mientras que un año de estudios universitarios puede rondar entre las 1,000 y 2,000 horas efectivas de clase), leer algunos libros de coaching, aprender PNL básico y recibir (comprar) su certificado.

Gracias a las bajas barreras de entrada para convertirte un coach como de esos que abundan, no pocas personas, ante la necesidad de generar ingresos o de mantener su status más que por una real vocación, se convierten en coaches de vida. No necesitas pagar una carrera universitaria, no necesitas ser un profesional de la mente en sentido estricto. Tan solo requieres algunos conocimientos básicos, alguna experiencia por aquí y alguna mentoría por acá para convertirte en un coach en cuestión de unos pocos meses. En tanto existan personas capaces de recurrir a lo que sea, en tanto exista mercado, se convierte en una opción rentable para algunos.

Así, con esas barreras de entrada tan bajas, lo que debería ser una vocación sustentada por una amplia preparación se convierte en un mero negocio de dudosa calidad, como si se tratara de entrar en una empresa multinivel o uno de esos tantos negocios donde no requieres mayores habilidades o conocimientos, pero que prometen dinero y reconocimiento.

Por eso es que hoy todo el mundo puede ser coach, por eso cualquier persona abre su cuenta de Facebook o Instagram para anunciar sus conferencias, para postear frases de Einstein o Alva Edison y decirte que tengas una actitud positiva. Basta tomar uno de esos cursos express y recibir un certificado que te permitirá ser uno de esos tantos coaches, aunque la calidad del servicio ofrecida al cliente sea muy inferior al que podría esperarse de un profesional o un experto de la mente.

Paradójicamente, son los mismos individuos ansiosos por el éxito y temerosos del fracaso los que se convierten en coaches de otros individuos ansiosos por el éxito y temerosos del fracaso. El paciente se convierte en el médico que lo es porque busca precisamente acabar con el mismo padecimiento que aflige a sus propios pacientes.