Es complicado que una universidad no muestre cierta tendencia ideológica. Mantener un equilibrio absoluto en este sentido es muy difícil. Hay quienes insisten en la promoción de libertad de cátedra para llegar a ese equilibrio absoluto donde todas las voces tengan igual peso. Sin embargo, en la práctica se requeriría lo contrario: restringir la libertad de cátedra de tal forma que pueda lograrse una igualdad de proporciones en cuanto a ideologías políticas por medio de cuotas.
Pero la libertad de cátedra sí garantiza algo y por ello es que es indispensable en una universidad pública: y es que, asumiendo que en una institución universitaria haya una inclinación, se garantiza cierta pluralidad de tal forma que el alumnado acceda a corrientes distintas a la dominante.
Las universidades públicas suelen tener cierta tendencia a la izquierda. De hecho, cualquier universidad que insista en fomentar el espíritu crítico tendrá, de alguna u otra manera, alguna inclinación a la izquierda ya que la izquierda suele cuestionar el status quo mientras que en una «universidad de derechas» como la UP o la Universidad Anáhuac tenderán a promover una serie de valores preestablecidos que requieren que el alumno entienda y no cuestione. Por eso, generalmente las universidades de Estados Unidos y los países europeos suelen mostrar cierta inclinación a la izquierda o al progresismo, sobre todo en las humanidades (aunque no es falso que en los últimos años algunas de ellas se hayan inclinado en exceso con los inconvenientes que mencionaré en el siguiente párrafo).
Las universidades, sin embargo, tampoco deben estar demasiado cargadas a la izquierda si no quieren perder el espíritu crítico. Para desarrollarlo es indispensable exponerse ante distintas corrientes de pensamiento. Cuando una institución se carga mucho a la izquierda, termina por emular una conducta análoga a las universidades de derecha que tanto dicen aborrecer, ya que se vuelve sectaria y dogmática.
Una universidad pública, más que ninguna otra, debe fomentar el espíritu crítico y aceptar una pluralidad de opiniones (más allá de su natural inclinación) por el simple hecho de que es pública. Como es una universidad pública que financian los ciudadanos con sus impuestos entonces debería poder representar, de una u otra forma, a todos. Una universidad privada no está obligada a ello por el hecho de que es privada y por el hecho de que no aspira a representar a toda la ciudadanía (ni mucho menos está obligada), sino solo a un sector que comulgue con sus ideas. Así, vemos universidades conservadoras como la UP o el Anahuac, universidades más «tecnocráticas» como el ITAM o el ITESM, u otras más liberales y progresistas como la IBERO (ITESO).
Lo que aconteció en la UNAM, donde los alumnos tomaron la Facultad de Ciencias Políticas porque no estaban de acuerdo con que Ricardo Anaya diera clases en un diplomado, debe de ser reprobable porque atenta contra la libertad de cátedra que se debe esperar de una universidad pública.
Incluso la carta que presentaron muestra no un contenido propio de un alumnado con espíritu crítico sino uno dogmático gracias al cual pueden recibir ideas falaces y aceptarlas sin cuestionarlas:
Primero: dicen que Ricardo Anaya es de ultraderecha. Esta afirmación no se sigue ni en lo económico ni en lo social. Cuando mucho, Ricardo Anaya puede catalogarse como un político de centro-derecha. No es eminentemente «neoliberal» en lo económico, dado los orígenes filosóficos de su partido (que vimos puestos en la práctica en el gobierno de Felipe Calderón): su concepto (de origen católico) de subsidiariedad que siempre ha acompañado a su partido requiere de cierta participación del Estado en la economía, y lo cual se palpó en la candidatura de Anaya con la propuesta del Ingreso Básico Universal. No es gratuito que en los sexenios «neoliberales» del PAN se haya reducido la desigualdad y se haya expandido, de una u otra forma, el Estado de bienestar (con el Seguro Popular, por ejemplo). Ricardo Anaya tampoco me parece que sea una persona muy conservadora en lo social, a diferencia de algunos miembros de su partido.
Segundo: hablan de una «ultraderecha neoliberal fascista militarista y asesina». Con excepción de alguna corriente minoritaria dentro de ese partido (como el Yunque, que tampoco alcanza a ser fascista ni mucho menos asesina), la mayor parte del PAN, y sobre todo la encarnada por Ricardo Anaya, es más cercana al centro político. Dan por sentado que el neoliberalismo (un término demasiado ambiguo que suele utilizarse de forma peyotativa) implica el militarismo y el fascismo, lo cual es absolutamente falso. Intuyen que están relacionados porque en el Chile de Pinochet se implementaron políticas liberales auspiciadas por Estados Unidos, pero esa es casi una excepción a la regla. Países que suelen poner de ejemplo en sus argumentos como México y Colombia han hecho uso de la milicia por razones ajenas al sistema económico (el narcotráfico). De la misma forma, hemos visto regímenes de izquierda con una fuerte participación de la milicia como el de Chávez y Maduro.
En resumen, podemos ver cómo estos estudiantes no aspiran al uso del espíritu crítico y mucho menos a la libertad de cátedra, sino que aspiran al adoctrinamiento y al dogmatismo mediante el uso de ideas que, como no son cuestionadas ni por ellos mismos, no son rebatidas y caen en el absurdo. Así, la facultad corre el riesgo de perder su universalidad y que puedan ayudar a formar mejores alumnos para que, en cambio, produzcan meros peones ideológicos sin capacidad de cuestionar y cuestionarse.