Varios nos topamos con la sorpresa de que este no era el Primer Informe sino el Tercer Informe. Así lo rezaba la pared colocada en el escenario.
Pero luego López Obrador presumió el informe físico en sus manos, el cual decía Primer Informe en su portada.
Nos aclararon que era el Tercer Informe porque el primero era aquél que había hecho a los 100 días de su gobierno y el segundo era el del aniversario de su triunfo en las urnas. Algunos comenzaron a bromear que entonces las mañaneras deberían contarse como informes.
La duda será si para el Informe del año que viene (el oficial), el gobierno seguirá siguiendo ese orden que, de una forma un tanto arbitraria ha establecido, es decir, un Cuarto Informe (a menos que se acumulen más informes del día de hoy al del siguiente año), o será simplemente Segundo Informe.
Son de esos detalles que parecen insignificantes pero que dicen mucho. El orden institucional diría que éste fue el Primer Informe, pero la narrativa que pretende crear este gobierno, y que parece fungir en paralelo con el propio orden institucional, nos dice que se trata de un Tercer Informe. Como si dos realidades distintas pudieran coexistir al mismo tiempo.
No es, desde luego, un error. El detalle fue colocado a propósito. El fin era básicamente que prestaras atención a él para resaltar aún más su narrativa y el símbolo, para que notaras todavía más el contraste de su gobierno con los informes pasados, para que notaras que este gobierno es distinto y que está haciendo las cosas de otra forma. Desde esa perspectiva es una genialidad, y nadie puede rebatir la capacidad que tienen AMLO y su equipo de manejar el discurso.
De hecho, este informe tuvo el propósito de fortalecer esa narrativa sobre la que se asienta este gobierno. A diferencia de los informes pasados, vimos uno más austero: no había un gran desplante, no había pantallas ni un escenario magnánimo. Basta comparar su informe con el del año pasado.
El escenario era muy simple, pero muy bien preparado. Además del detalle del «Tercer Informe», solo se encuentra el atril presidencial y una silla, la cual es exactamente igual a las que se le colocaron a los asistentes y que son simples sillas que se utilizan para cualquier conferencia.
A diferencia de Peña Nieto, López Obrador no echó mano de ningún apoyo multimedia. Mientras que informe de Peña estaba lleno de mini spots que complementaban lo que el ex Presidente decía, con AMLO solo vimos a un presidente hablando, con un juego de tomas austero que apuntaban a él y al público asistente. El informe no se transmitió en cadena nacional. López Obrador no portó la banda presidencial (la cual solo usará el 15 de septiembre), aunque si en algo guardó los órdenes institucionales es en no tener el atrevimiento de romper los protocolos y hacerlo en público, sino que, al igual que en informes pasados, vimos ahí al poder político y empresarial quienes se sentaron frente a un escenario muy simple y austero. Ahí estaban los gobernadores, los altos mandos del ejército, ahí estaban Carlos Slim, Germán Larrea, y los empresarios prominentes. El informe fue irruptor hasta donde tuvo necesidad de serlo, lo suficiente irruptor para reforzar la narrativa, pero sin caer en rampantes exageraciones.
Si bien sí recurrió a datos y cifras, el informe de AMLO echó más mano de lo simbólico que los de sexenios pasados. Con él, buscó reforzar su narrativa y explicar lo que considera que fueron sus logros en función de dicha narrativa: «A diferencia de los gobiernos neoliberales, nosotros hemos hecho tal o cual cosa».
Nadie puede rebatir el hecho de que en lo simbólico AMLO ha logrado marcar un notorio contraste con los informes de sexenios anteriores y nadie puede negar que lo haya hecho bien. Nadie puede negar el dominio que AMLO y los suyos tienen sobre el relato, el cual explica los altos niveles de aprobación que AMLO ostenta.
La narrativa, al parecer, no ha perdido solidez. Los errores que ha cometido este gobierno y las incongruencias con el relato (la más reciente tiene que ver con Manuel Bartlett y sus casas) no lo han afectado mucho, el cual sigue siendo imponente y logra jugar incluso con sus opositores (quienes todavía no han logrado crear alguno medianamente decente). Se atreve a decir que ya hay Estado de derecho, que ya hay democracia, que los opositores (conservadores) están moralmente derrotados mientras que «el pueblo está feliz, feliz».
Es curioso que, en medio de esta austeridad, se haya hablado más de este informe que de muchos otros. Más que los datos, fue lo simbólico, el terreno desde el cual este gobierno sigue dominando y que, ciertamente, tiene preocupados a los opositores, porque a pesar de los errores que este gobierno ha cometido y a pesar de las preocupaciones que se tiene sobre de él (muchas de ellas, legítimas) sigue allá arriba, muy popular, feliz, feliz.
En el informe de hoy nada fue casualidad, así como no fue casualidad su «no es por presumir» en los spots que antecedieron a dicho evento. Todo tuvo su función, hasta el más mínimo detalle lo tuvo.