Ya mucho se ha escrito sobre la forma en que las redes sociales han cambiado la forma de comunicarnos e incluso de hacer política. Pero hoy quiero hacer énfasis en uno de los rasgos más relevantes: tu historial de Twitter.
Resulta que en Twitter podemos llegar a escribir cualquier cosa de forma desenfadada, podemos echar a andar nuestros prejuicios y decir aquello que nunca hubiéramos la osadía de decir en persona para no sufrir el escarnio de los presentes.
Pero tus tuits, esos que parecían tan inofensivos, se van guardando en tu historial. No desaparecen a menos de que los borres. Pasa el tiempo y ya ni siquiera recuerdas que hayas escrito esas barbaridades, pero ahí están, almacenados en un servidor en quien sabe qué parte del mundo. No importa si es de hace 10 años. Todo lo que está almacenado en Twitter está al alcance de cualquiera con una pequeña búsqueda.
Pero luego ese tuit misógino que escribiste (aunque ya no pienses así ni por asomo), ese tuit que critica duramente a la empresa o al gobierno para el cual trabajas, todos esos tuits están ahí escondidos pero de alguna forma listos para arruinarte la vida.
Para muchos esto es una bendición cuando se trata de casos de políticos, como si se tratara de un mecanismo de transparencia, porque en muchas ocasiones basta con hurgar en su historial de tuits para ver cómo se contradicen, cómo criticaban eso que ahora ellos hacen. En muchas ocasiones es útil, pero no siempre es el caso:
Por salud mental, busquen la forma de protegerse ante el bombardeo de mentiras en la prensa, la radio y TV, en vísperas del informe de EPN
— Andrés Manuel (@lopezobrador_) August 28, 2014
Ocurre que una persona puede revisar el historial de otra con el fin explícito de calumniarla. Por lo general, la gente no pone mucho empeño en tratar de entender lo que ocurrió ni el contexto, porque a veces no tiene siquiera el tiempo. Si me convierto en una persona famosa recientemente y dije un comentario discriminatorio en 2011, tal vez no muchas personas reparen que en estos últimos 8 años mi postura cambió, que maduré y que yo ya no pienso así. Posiblemente era un mocoso de 18 años que todavía no maduraba. Aún así, posiblemente la gente me etiquete por ello, sobre todo si soy una figura pública.
El acusado entonces se verá en la necesidad de escribir una carta de hacer una videodeclaración explicando el contexto de ese tuit para que la gente lo comprenda. Pero aún así, no toda la gente va a ver el video o va leer el texto, y es muy posible que algunas personas no le crean, por lo cual no tiene asegurada la posibilidad de que la opinión pública rectifique.
También es posible que la gente no entienda el contexto del tuit. Hay contenidos que sí son lo suficientemente explícitos como para juzgarlos por sí solos, pero muchos otros no y aún así muchas personas suelen hacer juicios categóricos con base en esos 280 caracteres sin reparar en nada más. Tal vez la gente lo malinterprete, defina de forma arbitraria eso que malinterpretó y difunda mi tuit con su particular interpretación, cosa que ocurre no pocas veces.
Twitter es una herramienta maravillosa, pero también puede ser un arma de doble filo, en especial para aquellas figuras públicas que antes de serlo escribían cualquier cosa o, ya de plano, decían una cosa y luego dicen otra.