Cualquier presidente, por más honesto o corrupto que sea, estará preocupado por el juicio de la historia.
El Presidente querrá que en la calle se diga que él hizo una buena gestión, que sean más las cosas buenas por las que se le recuerde que por las malas. Y es evidente, la presidencia es el punto más álgido de la carrera profesional, y tal vez la vida personal, de cualquier persona que logre llegar a ese cargo. Por eso es que algunos presidentes escriben sus memorias o hacen declaraciones tratando de defender su gestión.
Pero también sería difícil hablar de un solo juicio de la historia. Se podría decir que solo hay uno cuando se trata de una decisión casi unánime de la sociedad gobernada. Pocos podrían darse el lujo de ello: tal vez algún primer ministro como Winston Churchill, o presidentes como Abraham Lincoln o George Washington en Estados Unidos podrían presumir que el juicio de la historia ha sido casi unánime ya que la gran mayoría de quienes conforman su país los aprueban. Tal vez ocurra lo contrario con presidentes mexicanos como Luis Echeverría o José López Portillo donde hay casi una unanimidad a la hora de señalarlos como malos presidentes.
Pero en la práctica, la gran mayoría los presidentes no están sometidos a un solo juicio de la historia, sino a varios. ya que la sociedad no es homogénea, sino heterogénea, y el juicio que hagan los distintos integrantes de ésta serán diferentes. Felipe Calderón no es la excepción, y vaya que no lo es.
El juicio no tiene por qué ser justo, el juicio es más que nada un relato, lo que se dice que hizo y no hizo, y no necesariamente un concienzudo análisis de los resultados que entregó. El juicio histórico es resultado de una percepción que generalmente está moldeada por los medios, por la misma oposición y, en muchos casos, por quienes se encargan de reescribir la historia que ha de ser transmitida por medio de las instituciones educativas, biografías, libros, columnas y tal vez hasta tuits.
Felipe Calderòn fue uno de esos presidentes poco carismáticos y que no atraía muchas luminarias, de esos que gobernaban sin hacer mucho ruido. Se le retrataba como un hombre serio, algo antipático y que en muchos casos parecía estar enojado. Parecía una suerte de tecnócrata, frío, que no comunicaba mucho y que solo se concentraba en hacer su chamba, como uno de esos personajes que no ambiciona el poder, que solo tuvo la oportunidad de estar ahí y la tomó.
Muy pocos tienen una fanática admiración por Calderón, pero es evidente que un sector quedó contento con su trabajo mientras que el otro hasta este momento le sigue guardando resentimiento (sobre todo ese que, ya estando en el poder, le recuerda el 2006) además de quienes sufrieron por la espiral de violencia que caracterizó a su sexenio. Por ello es que Calderón no podrá aspirar a un juicio unánime de la historia, se tendrá que conformar con que el discurso más dominante le favorezca, y por ello es que se ha abocado a hacer una gira para presentar su libro (y de paso, promocionar su organización México Libre que, hasta ahora, no ha logrado cosechar buenos números).
Tuve la oportunidad de asistir a una de sus conferencias y ésta me pareció más atinada que su libro. En la primera logró mostrarse como un mandatario que sabe lo que estaba haciendo, que tenía un profundo respeto por la técnica y la evidencia empírica, que trataba de involucrarse de alguna u otra forma en todas las áreas. El libro, al estar demasiado enfocado en los datos, puede parecer más bien algo tedioso (más para la gente poco familiarizada con dichos temas), y se parece más a un informe de gobierno.
Hay quienes dicen que los mejores presidentes son esos, los que chambean sin hacer mucho ruido, los que se preocupan más por trabajar que por generar expectativas. Muchas veces así ocurre, pero no siempre ni mucho menos es condición necesaria. En mi humilde opinión no creo que haya sido un gran presidente, pero sí creo que ha sido el más rescatable de este nuevo milenio (por encima de Vicente Fox, Enrique Peña Nieto, y los primeros meses de AMLO). De todos los presidentes del siglo XXI ha sido el menos ruidoso pero posiblemente el más efectivo.
Calderón puede presumir haber mantenido una economía estable y sólida, puede presumir de haber expandido la red de seguridad social y no lo contrario. No puede presumir, sin embargo, haber hecho muchas mejoras en la educación debido a la alianza que tejió con Elba Esther Gordillo para ganar las elecciones (lo cual se tradujo en unos números más bien mediocre y que repercute en una deficiente creación de capital humano cuyos efectos tienen impacto en el mediano y largo plazo) ni tuvo la suficiente perspicacia para lograr pasar muchas reformas que se quedaron atoradas. Sin embargo, sí se rescata la capacidad para tomar decisiones difíciles y sortearlas de buena forma como fue el caso del cierre de Luz y Fuerza del Centro, la contingencia del virus AH1N1 y, sobre todo, la crisis económica global.
Evaluar la guerra contra el narcotráfico es un tanto más difícil y, a estas alturas, yo insisto en que pudo haberse hecho de mucho mejor forma (aunque me reservo un más profundo análisis por mi falta de conocimiento en ese tema). Si pudiera resumir la presidencia de Calderón en una frase sería: «un presidente que mantuvo el país a flote, estable y por buen rumbo, pero sin darle un empuje hacia adelante».
El problema para Calderón es que, dado los resultados que arrojó, la evaluación que la gente haga de ese gobierno se tornará muy subjetiva (tal vez por eso haya visto conveniente dejar pasar un tiempo para darse a la tarea de dejar un relato que le favorezca) Por ejemplo, quienes viven en los estados donde la violencia del narcotráfico disminuyó se sintieron muy agradecidos con él, pero lo contrario ocurrió en aquellos donde ésta aumentó. Los resultados educativos son a veces difíciles de juzgar a simple vista ya que sus repercusiones son más bien a mediano y largo plazo. Otros temas como la sustentabilidad, que tanto dice apasionarle, y que ciertamente son importantes, pueden ser percibidos como algo técnico o algo que «la gente no entiende» como para que genere un gran impacto en el relato.
Calderón acertar en tratar de modificar el relato en su favor ya después de haber estado en el poder. Hacer un buen gobierno no necesariamente va de la mano con la búsqueda del buen juicio de la historia. Lo primero es objetivo, lo segundo puede estar sesgado por las percepciones porque es más que nada un relato.