Las mañaneras han sido el gran estandarte de este sexenio. Todos hablan de ellas, todos critican o aplauden a López Obrador con base en lo que se dice en ellas. Y por el contrario de lo que muchos piensan, no son una mera ocurrencia.
Aunque a AMLO se le percibe como un político arcaico con «ideas antiguas», las mañaneras, vistas políticamente, conforman un gran acto irruptivo. ¿Por qué?
Básicamente porque gracias a las mañaneras, López Obrador mantiene un gran control mediático, sin que esto implique per sé algún control de los medios ni mucho menos un acto de censura. Las mañaneras se convierten en la gran fuente de información del acontecer nacional relacionado con el gobierno de la 4T, con lo cual AMLO mantiene el control de la agenda.
Basta revisar nuestras redes sociales. La mayoría de los aplausos, críticas y memes con relación a este gobierno se originan en algo que ocurrió en las mañaneras. Los diarios de gran tiraje están al pendiente de lo que ocurre ahí para alimentar los periódicos con noticias. Si Arquímedes dijo alguna vez: «dame un punto de apoyo y moveré al mundo», aquí la mañanera sirve como punto de apoyo desde el cual mover la discusión política.
Lo que dice López Obrador en las mañaneras, las acusaciones a la prensa, las críticas de la oposición, todo se amplifica e ingresa a la opinión pública con una gran facilidad. De las mañaneras se desprenden notas, columnas, programas de análisis, hashtags.
Pero la mañanera no solo tiene esa función, que no es nada despreciable. Cumple con otra función muy importante y tiene que ver con lo simbólico y con la percepción:
Después de ver a muchos presidentes distanciados, que a veces incluso trataban de no aparecer mucho en medios y cuando lo hacían lo hacían en actos más bien frívolos (véase toda la comitiva del gobierno pasado que acompañaba a Enrique Peña Nieto a casi cualquier viaje), la gente percibe un gobierno que sí está presente, que sí da la cara, que permite cuestionamientos de periodistas y que sí está trabajando.
Posiblemente, una de las cosas que explican que AMLO mantenga unos índices de popularidad razonablemente altos son las mañaneras, porque mucha gente agradece ver a un presidente que madruga para trabajar y «dar la cara» todos los días.
Pero que la mañanera sea una innovación y una buena estrategia política, no significa que traiga problemas en distintos niveles.
Porque así como impone la agenda, también amplifica los dislates y aquellas menciones o pronunciamiento que causan incertidumbre (en la sociedad, en la iniciativa privada e incluso hasta dentro de su propio gobierno).
Con las mañaneras, López Obrador corre el riesgo de sobreexponerse demasiado y así desgastar a su gobierno. El problema es que la misma dinámica difícilmente le permitirá recular. Si López Obrador decide ya no hacer mañaneras porque ha concluído que la sobreexposición le está afectando, mucha gente va a cuestionar la decisión. Si las mañaneras transmiten el mensaje de que AMLO es diferente, de que él sí está gobernando, sí está dando la cara y sí se está esforzando, entonces su ausencia inmediatamente levantará cuestionamientos sobre ello. Incluso si AMLO necesite prescindir de ellas por su estado de salud (recordemos que es una persona de edad ya algo avanzada).
También algunos de los símbolos que quiere transmitir son más bien cuestionables en los hechos, como aquella percepción de que López Obrador está dando la cara:
Estrictamente se puede decir que lo está haciendo, pero siempre lo hace desde una posición en la que él está en ventaja frente a quienes lo cuestionan. Algún periodista le puede cuestionar tal política, pero López Obrador puede responder con un juicio de valor que, a su vez, se va a amplificar en las redes producto de sus operadores con hashtags como #NarcoReforma. Los cuestionamientos de Jorge Ramos y, más recientemente, los del periodista de Proceso, son muestra patente de ello.
Las mañaneras, por último, no dejan de ser al final un aparato mediático que opera en lo simbólico, en la comunicación y hasta en las relaciones de poder, pero no desprende de ahí políticas públicas ni incide directamente dentro de los resultados que presenta este gobierno (y tan solo en la forma en que los comunica). Puede argumentarse que son una genialidad en el arte de la política, aunque más en el sentido de la retórica de los sofistas donde López Obrador busca generar un impacto en la opinión pública y no tanto en la creación de políticas que terminen beneficiando a la gente.