«Discrepancias en materia económica hubo muchas. Algunas de ellas porque en esta administración se han tomado decisiones de política pública sin el suficiente sustento. Estoy convencido de que toda política pública debe realizarse con base en evidencia, cuidando los efectos que ésta puede tener y libre de todo extremismo, sea éste de izquierda o de derecha. Sin embargo, durante mi gestión las convicciones anteriores no encontraron eco».
Este párrafo es parte de la carta que Carlos Urzúa le envió al Presidente de la República Andrés Manuel López Obrador a la hora de renunciar de la Secretaría de Hacienda. Este párrafo refleja mucho de lo que ha sido el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
No fueron muy diferentes las razones que Germán Martínez esgrimió para renunciar al IMSS. Hemos también escuchado muchos casos donde jóvenes del programa «Jóvenes Construyendo el Futuro» malgastan los recursos que reciben. Hemos visto que en Veracruz muchas personas talaron árboles para poder entrar al programa «Sembrando Vida» y recibir sus beneficios. Vimos también que, para combatir el huachicoleo, durante semanas gran parte de los mexicanos tuvo que hacer kilométricas filas para poder ponerle gasolina a su automóvil, cuando el impacto de la medida bien pudo haber sido, cuando menos, menor.
El país está al borde de entrar en recesión. Hemos visto que, debido a los recortes, hay desabasto de medicinas, muchas dependencias no pueden operar bien y programas sociales que funcionaban se han visto seriamente comprometidos. Básicamente, desde afuera se percibe más bien un ambiente caótico y de mucha incertidumbre, de torpeza y de ineptitud.
El desarrollo de las políticas públicas no es cualquier cosa, y menos se puede pensar que con el mero voluntarismo éstas cumplirán su función. Para llevar a cabo cualquier tarea o programa, por más noble que sea, se requiere de una política pública bien diseñada, donde prime la técnica y la metodología rigurosa, donde se apegue a la evidencia, al conocimiento y al método científico.
Diseñar una política pública es todo un arte que requiere la intervención de especialistas en el tema: primero debe haber un claro planteamiento sobre el fin de dicha política, deben hacerse estudios (de campo o de otro tipo) para reconocer el escenario sobre el cual se quiere actuar, debe establecerse un buen método, deben de preverse diversos escenarios. En muchos casos deben incluso hacerse pruebas piloto. Luego, cuando ya todo esto ya quedó muy en claro, se debe de ejecutar de muy buena forma, para después medir el impacto y los resultados y, con base en estos, mejorar el diseño de la política implementada y repetir el ciclo.
Si desarrollar una política pública es muy difícil, gobernar lo debería ser más, pero para nuestro presidente eso es muy fácil.
Dicho en español, para diseñar una buena política pública se requiere de técnica. Eso que está muy ausente tanto en el discurso como en la práctica. Porque AMLO, dentro de su retórica, ha ligado la técnica con la «tecnocracia neoliberal», como si diseñar una política pública con rigor fuera «hacer neoliberalismo» que, en su peculiar definición no tendría tanta relación con la liberalización económica en sí, sino con el capitalismo de cuates (crony capitalism) donde las entidades privadas se enriquecen a costa del poder público.
López Obrador nos habla de un cambio de régimen no solo político, sino económico, pero no entendemos muy bien cuál es la nueva propuesta. Paradójicamente, a pesar de la retórica, varias de las medidas que AMLO ha implementado podrían ser catalogadas como «neoliberales» (en la definición que peyorativamente se le da a la liberalización económica), como los recortes que está llevando a cabo. Más bien pareciera ser una forma de «neoliberalismo torpe e improvisado» combinada con una faceta más bien asistencialista que caracteriza a los programas sociales que propone. Hay un reencauzamiento de los recursos del welfare state institucional a programas con visión asistencialista y clientelar por medio de la entrega de recursos directos.
El problema es grave porque 1) vulnera el Estado de derecho y la institucionalidad. 2) se reencauza dinero que servía a programas eficientes a otros que no lo son, 3) porque al ser asistencialistas, genera una relación de dependencia entre gobernante y gobernado y, 4) porque, al haber un mal diseño de políticas públicas, la ejecución de una política que ya tiene defectos en su mera teoría (por el enfoque clientelar) derivará en un programa que puede ser altamente ineficiente y tal vez hasta nocivo.
Parece que este gobierno no está tan preocupado en combatir la corrupción, la pobreza y la desigualdad, más bien está preocupado en decir que va a combatir la corrupción, la pobreza y la desigualdad. Para lo primero, se necesitan políticas públicas eficientes, para lo segundo solo se necesita hablar. Lo peor del caso es que todo lo primero queda cancelado porque la retórica es importante, porque es mejor decir que se va a acabar el neoliberalismo y su tecnocracia sin importar que renunciar a la técnica comprometa todas las políticas públicas que buscarán llevar a cabo la transformación que tanto nos han prometido.
Y sí hay razones para preocuparse.