Cuando escuchamos la palabra estigma, inmediatamente le damos a ésta una connotación negativa, como algo que tenemos que combatir o eliminar tajantemente. Decimos que hay un estigma contra los inmigrantes o contra las personas de otra raza, ya que intuimos que, a partir de éste, se hace un juicio a priori de la persona con base en ciertos rasgos particulares.
Pero no todas las estigmatizaciones son malas. En algunos casos son muy útiles para reprobar conductas que afectan negativamente a la sociedad y me atrevo a decir que tienen una utilidad en su funcionamiento. Si una persona tiene un historial de fraudes, la estigmatizamos y ello nos sirve para prevenir ser víctimas de un fraude. Una persona que sistemáticamente agrede físicamente a sus parejas, es estigmatizada por algunas personas que no quieren correr la misma suerte que sus víctimas. Hacemos lo mismo con los actos, aquella persona que comete un acto que ha sido estigmatizado (y que parte de una norma de carácter moral), es reprobada y señalada por la sociedad porque no queremos que esos actos sigan afectando a otras personas.
Dicho esto, es necesario que empecemos a estigmatizar el acto de conducir en estado de ebriedad y debe reprobarse a aquellas personas que incurran en este tipo de irresponsabilidades ya que no se pueden tomar consideraciones con estas conductas.
Es cierto que el marco legal y normativo debe evitar, en cuanto sea posible, que la gente maneje en este estado. Tal vez no sea suficiente lo que se ha hecho, pero sí hay avances como la implementación del alcoholímetro (eso que en CDMX y ahora en Guadalajara llamamos «torito»), multas de montos considerables, e incluso la pérdida de la licencia si se reincide continuamente.
Evidentemente, estas medidas han reducido el número de incidencias, pero hay todavía una cantidad considerable de personas (aún con los servicios de Uber y similares como alternativas) que no se la piensa dos veces antes de regresarse a casa con varios alcoholes encima.
El problema es que si bien hay medidas más estrictas para combatir el problema, esto no se ha terminado por trasladar a la cultura. No solo son útiles las normas legales, sino también las sociales para prevenir que más personas mueran por la irresponsabilidad de algunos como acaba de ocurrir en Guadalajara con el caso del futbolista Joao Maleck, quien, manejando alcoholizado, asesinó a Alejandro Castro y María Fernanda Álvarez que acababan de casarse.
A pesar de las normas más estrictas, muchas personas burlan los retenes porque en las redes sociales se comparte la ubicación de éstos. Pero en vez de reprobar este tipo de actos, hay quienes hasta los aplauden como si fueran una hazaña. Agradecen que compartan la información y muchas veces ellos mismos terminan haciendo lo mismo.
Lo que deberíamos de hacer es estigmatizar esta práctica, que las personas sepan que si deciden manejar en estado de ebriedad van a ser reprobadas y señaladas por la sociedad, por sus amigos y por su gente cercana. El escarnio social a veces puede ser más duro que una multa de cuatro ceros porque afecta a la fama de quien lo recibe. Además, esta sanción social puede propagarse por sí mismo como un meme (en su sentido original) hasta que se vuelve una costumbre y así los individuos tienen pocos incentivos para manejar en estado de ebriedad y muchos para regresarse en Uber, Taxi o con algún conductor que no haya tomado.
Debe haber cero tolerancia para este tipo de prácticas ya que son otras las personas que pagan con su vida por la imprudencia que uno comete. Dejemos de evadir los retenes y, en vez de ello, seamos responsables. No escasean los Uber o los taxis que nos pueden llevar a casa.