Querer ser influencer está de moda. No son pocas las personas que quieren ingresar a este mercado cada vez más saturado. El mismo término anglosajón se carga de un hype que para qué les cuento.
Está de moda porque Internet le ha dado al individuo de a pie un canal para aspirar a ser famoso. No tiene que tocar las puertas de Televisa ni algún otro medio tradicional para ver si después puede aparecer en una novela, en un programa de revista o de debate político, basta un canal de Youtube, una cuenta en Instagram o Twitter y cómo grabarte ¿no?
Suena muy sencillo, pero no lo es.
Muchas de las personas que aspiran a ello creen que no es tan difícil. Ven algún video de Yuya y dicen «es banal y frívolo, que cualquiera lo puede hacer». Entonces, los ilusos y las ilusas hacen cualquier cosa, como irse a emborrachar a un antro para subirlo a Instagram Stories y presumir una vida frívola o empezar a seguir a multitud de personas esperando que les den follow-back, de esas personas me he topado mucho en Instagram.
Pero detrás de los videos de Yuya y de los influencers exitosos hay mucha preparación y mucho trabajo: hay que escribir guiones, investigar, y mientras no tengas los recursos necesarios, encargarte de toda la edición, y eso de verdad que es algo bastante pesado. Implica encerrarte un día y «picarle» al Adobe Premiere e implica que le estudies en Internet para que ese producto quede lo suficientemente decente. Implica prueba y error. Vaya, implica «ponerte en la madre».
A diferencia de los influencers con mucha audiencia, que al final son muy pocos, que son los que llegaron primero y que tienen una estrategia y muchas horas de esfuerzo duro detrás, estas personas que aspiran a ser influencers no tienen una estrategia clara y creen que todo se trata de inflar followers para venderse a las marcas. Creen que basta un cuerpo bonito o que se trata de presumir su vida cotidiana para hacerse famosos y así monetizar a su persona para vivir de ahí. Vieron que otra persona ya lo hizo y le funcionó, pero esa persona ya acaparó el mercado, y lo hizo de una forma mucho más inteligente que ellos.
Ellas y ellos creen que la vida de influencer es fácil y, en realidad, no lo es. Hay que chingarle, como en cualquier proyecto, como en cualquier empleo, y más aún ahora cuando el sector está cada vez más saturado.
El problema más grande de estos influencers de medio pelo es que se concentran tanto en su ego (que me conozcan, que tenga muchos followers) que olvidan que se trata de generar contenido para los demás. No se preguntan bien siquiera ¿qué es lo que la gente quisiera ver? ¿Es mi contenido original? ¿A qué segmento de mercado puedo aspirar a entrar con mis talentos y habilidades? Se preguntan ¿Cómo me voy a ver? ¿Qué tan famos@ voy a ser? ¿Cuánto voy a ganar?
Creen que son lo suficientemente cool como para atraer a las masas a sus cuentas, pero no lo son. Muchos influencers ni siquiera necesitan ser tan cool (algunos incluso son antipáticos y saben explotar esa antipatía a su favor), necesitan una fórmula que funcione, para eso se necesita mucha creatividad, trabajo y esfuerzo.
Y por eso entendemos que la mayoría de aspirantes a influencers están condenados al fracaso.