¿Qué implica ser oposición? ¿Qué es lo que hace que yo me defina como opositor de un gobierno? ¿Qué es lo que haría que yo fuera un simpatizante o no de éste?
Todos se dicen opositores, pero me temo que es un poco más complicado definir este término de lo que uno podría pensar. Incluso no descartaría la posibilidad de replantear el uso del término y la forma en que lo utilizamos para definirnos.
En una definición apresurada alguien podría decir que ser oposición implica, como el término lo sugiere, oponerse a una entidad, en este caso a un gobierno. Si AMLO está gobernando el país, yo como opositor me opondría a él y a su gobierno.
Pero si tomáramos esta definición de forma literal, estaría siendo irresponsable. ¿Por qué? Porque qué pasaría si AMLO toma una decisión que creo acertada. Si me tengo que oponer a AMLO, entonces implicaría que me tendría que oponer también a sus aciertos. Ser oposición en ese sentido implicaría ser un fanático porque entonces oponerme sería llevarle la contra a todo lo que una figura haga. Y cuando se trata de gobiernos lo que una persona sensata esperaría es que el político gobierne con base en lo que creemos mejor para el país.
Y como hasta el político más desgraciado puede llegar a tomar una buena decisión alguna vez, entonces es casi imposible que se de el caso que estemos en contra de absolutamente todo lo que haga algún político si lo evaluamos de acuerdo con lo que creemos que es mejor para el país y para la sociedad.
Para estar totalmente en contra de todas las acciones de un político por lo que su figura representa se necesita cierto grado de cinismo o de supeditar el bien común a las simpatías políticas o a algún capricho.
Entonces tendríamos que desligar el término opositor de esa definición apresurada, ya que seríamos irresponsables si fueramos opositores de esa forma.
Otra definición, más sensata, es decirse opositor de una figura con la que se está de acuerdo la mayoría de las veces o con quien no se comparte su proyecto o sus ideales. Es más sensata porque, en este caso, hay cierta flexibilidad para aceptar y reconocer los aciertos del político, al menos desde la percepción subjetiva del individuo. Si el político en cuestión cambiara su programa y empezara a tomar decisiones muy diferentes, es posible que el opositor llegue a la conclusión de que ya no hay elementos para seguir siéndolo.
El primer opositor toma una postura a priori con respecto del político con base en lo que representa para él: he decidido que tal político me cae mal porque es de tal corriente política, o simplemente porque su cara no me gusta, entonces me voy a oponer a todo lo que haga. Incluso si hace cosas bien, voy a buscar pretextos para demeritar su trabajo.
El segundo opositor, más responsable, toma una postura a posteriori. Es decir, primero evalúa las acciones del político y con base en ellas se determina si es opositor (es decir, que se oponga la mayoría de las veces) o no. Él no juzga por ser opositor, él juzga y, como consecuencia de ese juicio, decide si es opositor o no. Es cierto que puede darse una idea del político a priori antes de que llegue al poder y tome cierta postura o guarde cierto escepticismo. rechazo o temor, por lo que el político le transmite, porque su postura política es distinta o por sus declaraciones, pero no toma una postura opositora de forma tan categórica y definitiva, sino que espera a ver si las acciones que tome el político confirma la idea que tenía sobre él y es capaz de evaluar las acciones por sí mismas y no por medio de una falacia ad hominem.
El problema en México es que tenemos muchos opositores del primer tipo y pocos del segundo. No importa si se trate de López Obrador o de Enrique Peña Nieto.
Los opositores del primer tipo no pueden priorizar el bien común por obvias razones. Ellos incluso esperan, tal vez de forma inconsciente, que el político fracase para confirmar su postura. Eso explica por qué ante cualquier acción de AMLO (aunque no tenga relación alguna) algunos digan «así empezó Chávez ¡aguas!» y empleen silogismos abductivos para forzar la realidad de tal forma que su postura se vea confirmada. Estos opositores no investigan, no indagan y no se cuestionan nada. Menos profundizan, lo que provoca que ni siquiera pongan atención a aquellas cosas criticables por concentrarse en superficialidades a las cuales atienden para confirmar su postura.
A los políticos incluso les conviene tener una oposición del primer tipo (aunque sean opositores suyos). Aunque suene paradójico, son más fáciles de engañar. Se les puede distraer con nimiedades. Se puede hacer una declaración polémica para mantenerlos distraídos e indignados de tal forma que no pongan atención aquello que sí debería ser más polémico.
Tal vez por eso AMLO puede sentirse tranquilo. Porque mientras sus opositores sigan diciendo «está tonto y está loco» o «es ignorante» o «es como Chávez», o «él estuvo detrás de la muerte de Érika Alonso y Moreno Valle» no tiene que preocuparse tanto por aquello que sí debería importar.