La presidencia ha cambiado de forma radical en tan solo unos días. La mayoría de los mexicanos, ante un estado de las cosas del cual estaba muy inconforme y harto, querían un cambio radical, un giro de 180 grados.
AMLO ya se los dio, al menos en lo simbólico que es lo único que el actual presidente puede ofrecer, porque lo otro, en caso de que llegue, va a tardar más en llegar. En los símbolos, en las formas y en la narrativa, el cambio es muy palpable.
Pasamos de un presidente ausente, que no salía de espacios muy controlados (nunca salió ante un público abierto más que en las dos primeras ceremonias del Grito de la Independencia), que daba pocas entrevistas y que parecía esconderse en un refugio desde el cual gobernar, a uno muy presente (tal vez en exceso) que se rodea de la gente, del pueblo, que da discursos largos, que da conferencias mañaneras.
Pasamos de un presidente muy odiado, que se fue siendo aprobado por menos del 25% de la población, a uno que llega con índices de aprobación cerca del 70%. Peña Nieto no se atrevía a salir a la calle porque sabía que no era querido. López Obrador, en cambio, toma vuelos comerciales confiado, excesivamente, en que el pueblo lo va a cuidar. Mientras que Peña Nieto se cuidaba del pueblo, AMLO dice deberse al pueblo.
También vemos un contraste entre el derrochamiento y la ostentación de Peña Nieto y su familia: de ropa fina, de tatuadores de Hollywood que iban a Los Pinos a hacerles un tatuaje bien pinche a las hijas a uno que abre las puertas de Los Pinos para que la prole pueda entrar al cuarto donde habitaba Paulina Peña. Vemos, al menos en lo simbólico, el cambio de una presidencia ensimismada a una que se dice que no se pertenece ya, porque pertenece al pueblo.
El ambiente que se percibe afuera es muy diferente. Hasta hace pocos días, había una suerte consenso de hartazgo y casi hasta de encono hacia lo político. Ahora el sentimiento predominante en un gran sector de la población es la esperanza y la algarabía, otro sector vive dentro de la incertidumbre (por una parte le gusta el cambio, pero también guarda cierto recelo y escepticismo) y otro, más pequeño, pero significante, que tiene miedo de forma abierta. En pocos días, la dinámica social en torno a lo político ha cambiado de forma drástica.
Pero, al final, AMLO sabe que lo simbólico sirve para darle legitimidad y margen de tiempo para mostrar resultados tangibles, porque serán esos resultados con los que la historia haga el juicio sobre él.
Pero en tanto, la oposición (política y civil) deberá buscar apelar también a lo simbólico. De lo contrario, se encontrará en franca desventaja ante este alud llamado López Obrador.