Varios están sorprendidos por el contundente triunfo de Bolsonaro en Brasil en la primera vuelta presidencial. ¿Cómo es que un personaje que arremete abiertamente contra los homosexuales y los negros en pleno siglo XXI gana una elección? Pero en esa sorpresa se refleja la poca capacidad que tienen para entender por qué han surgido este tipo de liderazgos. Si entendieran el contexto no se sorprenderían, y si lo entendieran posiblemente podrían haber «hecho algo más» para evitar que estas figuras estén tomando el poder en detrimento del «buenaondismo» progresista cuyas batallas culturales de los últimos años parecieran haber servido más para polarizar la política y dar pretextos a la extrema derecha que para generar mayor equidad de género y aceptación hacia los gays.
Las razones por las que Bolsonaro ha tomado mucha fuerza no son exactamente las mismas que explican el triunfo de Donald Trump, el triunfo de este último tiene que ver con la automatización de varios empleos (era culpa de los robots, no de los mexicanos) y de los liberales que, al estar tan concentrados en las identity politics, se olvidaron de «los de abajo» que fueron seducidos por el discurso de Trump. En Brasil tiene que ver más bien con el fracaso de la era Lula que durante años había generado la ilusión de un Brasil que progresaba, que comenzaba a volverse importante en el concierto de las naciones y que terminó sumido en escándalos de corrupción y crisis económicas.
Los líderes fuertes o los «hombres alfa» como los llamó Carlos Yárnoz de El País, se vuelven atractivos en un entorno donde el pueblo se siente desesperado por su situación. No es que la mayoría de los brasileños sean unos «sucios homofóbicos», al igual que muchos de los votantes de Trump no eran necesariamente misóginos ni sexistas y eso no fue lo que les motivó a votar por Trump. Posiblemente varios de ellos no estén muy de acuerdo con las declaraciones de Bolsonaro, más bien lo que les atrae es lo que dichas posturas reflejan: un hombre que está dispuesto a rebelarse contra lo políticamente correcto y contra los estándares es un hombre que tendría la capacidad de hacer algo más de lo que el político normal hace. Así esperan una mano dura y firme para manejar los problemas económicos y sociales que tanto les aquejan.
«Sería incapaz de amar un hijo homosexual. No voy a ser hipócrita aquí. Prefiero que un hijo mío muera en un accidente a que aparezca con un bigotudo por ahí» – Jair Bolsonaro
El progresismo buena onda ha empoderado de forma indirecta a estos líderes. Al enfocarse demasiado en la corrección del lenguaje y de lo que se puede o no decir (en ocasiones llegando al extremo de encontrar resquicios de discriminación donde nunca los hubo), oponerse a ello y de forma visceral y contestataria se convirtió en una forma atractiva de rebeldía. Lo vemos en las mismas redes sociales donde muchas personas se han dado a la tarea de pronunciar discursos abiertamente sexistas o discriminatorios porque sienten que se están rebelando contra algo, como si fueran una especie de hippies reaccionarios. Así como en décadas anteriores se volvió atractivo rebelarse contra la corrección política de los conservadores (no digas groserías, guarda las formas, respeta a la autoridad y no hables mal de ella) ahora parece suceder lo opuesto en un mundo donde debes tener mucho cuidado con tus palabras porque ellas pueden discriminar (aunque no sea tu intención y aunque en realidad no lo estés haciendo).
Estos líderes autoritarios saben lucrar muy bien con esta rebeldía. Así como el hippie o el joven universitario le gritaba consignas al gobierno y se burlaba de la autoridad, estos líderes se suben al estrado para arremeter contra las minorías que habían encontrado un resguardo y protección dentro del progresismo que poco a poco se ha convertido en una suerte de status quo.
Los negros no hacen nada, creo que ni como reproductores sirven más – Jair Bolsonaro.
Los progresistas deberán ser críticos con ellos mismos y determinar si, en estos últimos años, sus batallas han logrado sociedades realmente equitativas y tolerantes o si por el contrario han alienado a un sector de la sociedad que ha visto en la corrección política un pretexto para rebelarse contra algo. En vez de «convencer a los indecisos que se encuentran en el centro que es lo que las causas sociales exitosas han logrado» parece que solo han logrado crear una creciente y preocupante polarización entre izquierdas y derechas, donde la izquierda se atrinchera cada vez más en la corrección del lenguaje y sobredimensionar la opresión en tanto que la derecha se da más permiso de hacer pronunciamientos cada vez más sexistas y discriminatorios de tal forma en que se han roto ya los puentes de diálogo entre ambas posturas.
La culpa no es solo del progresismo y todo esto que acabo de decir no explica toda la historia, tal vez ni siquiera su mayor parte. La incapacidad de quienes creemos en la democracias para solucionar los problemas sociales y políticos en medio de un entorno globalizado y muy cambiante explica mucho el surgimiento de los líderes autoritarios. Pero el punto al que quiero llegar es que los progresistas deberían ser más críticos consigo mismos y con sus planteamientos ya que la excesiva corrección política ha sido un pretexto para que líderes como Bolsonaro, Duterte y Trump se legitimen y ganen fuerza por medio de discursos muy políticamente incorrectos.