Desde hace tiempo había previsto el triunfo de López Obrador, me parecía una suerte de consecuencia natural. Lo que tal vez no preví sería la reacción de la sociedad ante su triunfo.
Yo me imaginaba a diversos sectores sociales sumidos en una fuerte incertidumbre, temerosos de la llegada de López Obrador a la Presidencia. ¿A dónde puedo enviar mi dinero? ¿Nos vamos a convertir en Venezuela? Y más lo temía si López Obrador ganaba una mayoría en el Congreso como evidentemente sucedió (pero no la mayoría calificada como para reelegirse o cambiar la constitución).
Pero, tras su triunfo, percibo un ambiente totalmente diferente: uno más bien parecido al triunfo de Vicente Fox que al de un candidato que, irremediablemente, nos conduciría al fracasado socialismo latinoamericano.
Lo que percibo más bien es un ambiente donde incluso mucha gente que siempre guardó cierto escepticismo hacia López Obrador pareciera albergar cierto sentimiento de esperanza, como si quisiera sumarse al júbilo y al éxtasis de los seguidores de AMLO que tanto esperaron este momento. Al final, la llegada de AMLO representa una sacudida al sistema político (y, sobre todo, al régimen priísta), cualquiera que fuera la opción para sacudirlo (incluso si es el candidato por el que no se votó) era mejor a nada. Algunos tal vez perciban riesgos en AMLO pero no dan por canceladas las posibilidades de que sí lo puedan hacer bien.
Incluso, dentro de la gente más escéptica, se puede percibir cierta tranquilidad. Están resignados, pero tampoco están tan alarmados como pensé que podrían estar. Veo, en realidad, pocas manifestaciones de resentimiento hacia la victoria de López Obrador: algo así como «no me gusta, pero la gente lo eligió y hay que respetarlo». Veo pocas manifestaciones de clasismo que antes me temía, pocas descalificaciones. A lo mucho dicen que «serán muy críticos con su gobierno».
Ciertamente influye el hecho de que la gente contraria a López Obrador no suela exhibir de forma tan explícita su indignación como lo hacen los seguidores del tabasqueño. Pero aún así, puedo decir que, al menos dentro de mis círculos compuestos por una mayoría panista y una minoría amloista (aunque esta no muy pequeña), el ambiente no es tan pesimista como el de 2012 cuando Peña Nieto llegó a la Presidencia. Dentro de la incertidumbre la palabra «cambio» no pierde su atractivo del todo, y el hecho de que se piense que se va a ver algo diferente a lo que vimos en el gobierno actual que tanto detesta genera cierta expectativa.
Y López Obrador, de alguna u otra forma, ha alimentado esta expectativa con las decisiones y actitudes que ha tomado desde el día de la elección, donde se ha mostrado más conciliador, donde lo primero que hizo fue reunirse con aquellos sectores con quienes tenía una relación más áspera (como las élites empresariales) e incluso se reunió con Peña Nieto (algo inédito en la corta historia democrática de nuestro país). A algunas personas no les agrada la idea de que sus ideas más radicales eran más bien demagogia de campaña, pero a muchos otros les agrada mucho saber que estas no se convertirán en políticas públicas.
Lo mismo ocurre dentro de la comentocracia. Son pocas las voces que dicen «ya valimos madre» y muchas las que mantienen sí, una postura crítica, pero que buscan darle el beneficio de la duda al tabasqueño, como pensando en que sea como sea hubo un «cambio» y por medio de sus columnas u opiniones buscaran incidir para que este cambio se lleve de la mejor forma.
Ayuda también el hecho de que, con excepción de su renuencia a la creación de un fiscal autónomo, López Obrador esté tomando hasta el momento decisiones acertadas que reducen la incertidumbre que ha rodeado a su persona. Como un amigo decía, está tan lejos de Lenin y tan cerca de Lenin Moreno (el mandatario ecuatoriano de izquierdas que ha sido pragmático y se ha recorrido más al centro). Su futuro gobierno está mandando mensajes de que el suyo no sería un gobierno radical.
Es cierto que no podemos afirmar de forma categórica, por medio de estas señales, que AMLO gobernará de una u otra forma, eso solo lo sabremos cuando ya esté en Palacio Nacional y comience a tomar decisiones. Lo cierto es que no se respira ese ambiente tan pesimista dentro de quienes no votamos por López Obrador. Pero eso no implica que no tomemos una postura crítica ante las cosas que se hagan mal. Si AMLO no va a tener una gran oposición política ni en lo cuantitativo (tiene mayoría en las cámaras) ni en lo cualitativo (la oposición proviene de una clase política muy desgastada) sí será necesaria una ciudadanía que sí, reconozca sus aciertos, pero que también sea muy crítica de sus errores.