Tatiana Clouthier publicó en su cuenta de Twitter una especie de manual de resistencia para que los seguidores de López Obrador «conviertan» a los suyos al lopezobradorismo. Llama la atención que se sugiera no descalificar a los demás y ridiculizarlos sino empatizar con ellos y explicarles con argumentos por qué «AMLO es la mejor opción».
Llama la atención porque ciertamente muchos de los lopezobradoristas no se caracterizan por seguir a pie juntillas lo que ese manual dice; a veces su postura suele ser la contraria, la de la descalificación, la denigración y la ridiculización del oponente. Basta con darse una vuelta en Twitter.
Pero no sólo un considerable sector de los lopezobradoristas suele ser así, ya que también es una práctica recurrente si hablamos de muchos de sus oponentes, quienes también ridiculizan y denigran a los primeros (el término «chairo» es un gran ejemplo de ello). Muchas veces se quejan de la «intolerancia» de los lopezobradoristas mostrando una actitud asombrosamente similar que a veces hasta la excede. Frases como «chairo güevón intolerante, ya cállate» los exhibe.
Lo peor del caso es que muchos piensan que así, con una preocupante indisposición al diálogo, van a lograr persuadir a sus oponentes de votar o dejar de votar por un candidato, como si por medio de insultos fueran a «agarrar la onda». Nada más falso. Su actitud, que es un claro ejemplo de lo que el sesgo de confirmación es, tan sólo abona a crear una cámara de eco donde las personas escuchan lo que quieren escuchar y lo reinterpretan a su manera: si alguien piensa diferente es porque está manipulado, ya sea por la «mafia del poder» o por el mesías tabasqueño. No hay lugar para un pensamiento libre, se cree que el que piensa libre es, coincidentemente, el que piensa como yo, en tanto que el otro es necesariamente un esclavo de sus pasiones.
Muchos incluso suelen cuestionar la capacidad intelectual de sus oponentes. No dan crédito que alguien esté a favor de cometer el «mismo error que Venezuela» o que los otros piensen en votar por «la corrupción», por los que nos «han chingado tanto». Lo piensan así porque en muchos casos ni siquiera se han sentado a dialogar para comprender cómo llegaron a esas conclusiones. Ante la falta de argumentos sólo resta el uso de los prejuicios y las generalizaciones.
Yo no creo que alguien debería tener la necesidad de obligarse moralmente a «convertir» a alguien más. El voto es una decisión personal que debe ser producto de una deliberación propia y no de la presión social. Sí, es muy sano y deseable que las diferentes personas debatan y contrasten sus puntos de vista ya que eso les ayudará a tener un voto muy informado, pero eso no es lo que ocurre en la mayoría de los casos (sobre todo en las redes). Lo más común es que la gente quiera imponer su punto de vista a los demás, y aunque digan que su propósito es el del convencimiento, en el fondo quieren tener la razón y reafirmar su postura.
Su aspiración es llegar con un claro sentimiento de superioridad y reafirmación personal y decir: ¿ves? Te lo dije. Yo tenía razón, tú estabas equivoado, ergo, tú «me la pelas».
Entonces, si ambas partes quieren reafirmar su postura, no se puede esperar que lleguen a un punto de común acuerdo ni que se retroalimenten; se trata de vencer al oponente, se trata de un juego de suma cero donde para que uno gane el otro tiene que perder.
Así, muchos comparten información de dudosa procedencia, de la cual solo se percatan cuando beneficia al candidato opositor, para defender su punto de vista; el sesgo de confirmación está ahí en su máxima expresión. Investigan para reafirmar su postura. Si la realidad los contradice, entonces es la realidad la que hay que tergiversar reinterpretando, relativizando y deconstruyendo significados.
En realidad no van a convencer a ninguna persona y sí van a perder unos cuantos amigos.