Es probable que cuando busques la palabra México en Google en 2019, en la descripción aparezca «Presidente: Andrés Manuel López Obrador».
Como lo he señalado en este espacio (desde hace algunos años inclusive) vaticino que él será el próximo Presidente de la República. Ciertamente no hay nada seguro, cualquier cosa puede pasar, pero pareciera que todo se está configurando para que así sea.
El día de ayer, Roberto Gil Zuarth, el senador panista (ahora rebelde del PAN), escribió un artículo interesante en el que hace un buen análisis del panorama electoral pero que se vuelve más interesante si lo leemos entre líneas. Pareciera que el senador ya imaginó a López Obrador en Los Pinos, y aunque delineó algunas sugerencias para hacerle frente, parece notarse cierta resignación al punto en que al final del artículo propone ponerle una agenda al «probable presidente» en la mesa.
Conforme el tiempo pasa, la sensación de que el Peje triunfará crece.
Como habrán visto en este espacio, he sido crítico con muchas de las decisiones de López Obrador. Sin embargo, esas decisiones han resultado acertadas desde una perspectiva de estrategia electoral. Las alianzas con el PES, con Alfonso Romo, Esteban Moctezuma (TV Azteca), el suegro de Azcárraga, el nombramiento de Tatiana Clouthier como coordinadora de campaña, la incorporación de panistas, la alianza con Elba Esther, la inclusión de actores o futbolistas, son decisiones, a mi parecer, bastante acertadas desde una perspectiva electoral.
Parece que López Obrador ha entendido que las estructuras de relaciones personales y políticas son importantes. Uno de los rasgos que diferencian a los seres humanos de los animales y que explican por qué nuestra especie ha llegado a dominar el planeta tierra es que tienen una gran capacidad de crear relaciones personales de largo alcance. El PRI ganaba, sobre todo, por ello: por sus estructuras que incluían el voto duro y por sus relaciones políticas y su capacidad de llegar a acuerdos con otras facciones. Mientras que el PRI no se encuentra en las mejores condiciones actualmente por su falta de legitimidad, AMLO sabe que es su oportunidad de tejer relaciones y alianzas que coadyuven en un triunfo electoral aunque eso implique que AMLO tenga que ceder (algo que antes era impensable). Mientras el PRI tiene su legitimidad por los suelos y Anaya intentó hacer lo propio con la configuración del frente, pero conformado por partidos divididos o pequeños, AMLO toma todo lo que puede tomar para crear una estructura importante de cara a las elecciones.
Si no puedes con el enemigo, únetele. Si no puedes con la mafia del poder, hazte de una porción de esta para que la restante pierda fuerza. Tal vez sus seguidores no vean con buenos ojos varios de estos movimientos (algunos otros incluso harán malabares intelectuales para justificarlos) pero al final lo seguirán prefiriendo por mucho a Ricardo Anaya y José Antonio Meade.
López Obrador está logrando atraer a parte del poder político y económico a su movimiento. Ese efecto es muy poderoso porque también tiene un impacto mediático, más en un escenario electoral donde quien gana suele ser quien parece que va a ganar.
Ciertamente, con estas decisiones, López Obrador podría perder algo de capital político a largo plazo. Su imagen como la alternativa a la «política tradicional» tenía como base, en parte, su renuencia a negociar y pactar con «los malos». Pero en realidad eso no importa porque Andrés Manuel sabe que esta es su última oportunidad para llegar a Los Pinos y es necesario poner toda la carne en el asador.
Esta faceta más pragmática le ha podido valer muchas críticas, pero también ha reducido un poco, a mi parecer, el miedo que genera en varios sectores. Al menos parece haber convencido a alguno que otro dentro del círculo rojo (líderes de opinión) de que igual no es tan malo o tan riesgoso. Algunos de los mismos que lo critican por algunas de estas alianzas advierten también un cambio en López Obrador, uno menos berrincudo y necio, y más dispuesto a dialogar; uno menos dogmático y más pragmático. Incluso los errores que ha cometido López Obrador parece que le terminaron redituando beneficios (como aquello de la amnistía) ya que AMLO se ha convertido en el tema de conversación principal en un momento donde sus adversarios están urgidos de construir una narrativa creíble. Si antes López Obrador se quejaba de los medios que no le daban cobertura, ahora él es el que lleva la agenda, el que está a la vanguardia, el que hace ruido. Todos hablan del Peje y de sus videos chuscos, pocos hablan de Meade y su nuevo «giro de campaña» donde busca aparentar ser más conciliador. Tampoco son muchos los que hablan de su propuesta para combatir la corrupción.
Pero Meade no logra convencer a los líderes de opinión. No es que AMLO haya convencido a todos, tan solo ha reducido su imagen negativa en algunos de ellos. Pero tal vez eso le sea suficiente.
Ver al PRI tratar de enarbolar la bandera anticorrupción es surrealista. Insisten en creer que el electorado mexicano caerá una vez más en la amnesia colectiva. Esta será una elección de cambio, no de continuidad, en gran medida por los errores del propio PRI.
— León Krauze (@LeonKrauze) 25 de enero de 2018
Posiblemente hagan bien quienes se imaginen a López Obrador en Los Pinos y se planteen escenarios en caso de que esto suceda, como aquellos que guardan (guardamos) un cierto escepticismo sobre su postura económica. Si bien su triunfo no es seguro, sí es bastante probable. Me parece acertada la propuesta de Gil Zuarth de plantearle una agenda, incluso podrían llegar a acuerdos donde, en caso de que AMLO gane, él respete esta agenda a cambio de otras concesiones que consideren no impliquen un riesgo (dando por sentado que AMLO llegará con una minoría en las cámaras). Podrían contrastar esa agenda con la suya desde la campaña (acierta Zuarth cuando dice que una de las mejores estrategias electorales contra AMLO es presentar una agenda sólida y contrastarla con la del tabasqueño en vez de insistir en que es un peligro y que México se convertirá en Venezuela).
Aunque sea por sugerencia de sus coordinadores de campaña o sus asesores políticos, el hecho de que AMLO tenga la capacidad de llegar a acuerdos con otras fuerzas muestra que tendría la capacidad de hacer lo mismo siendo presidente. Sus alianzas también dejan entrever, aunque sea un poco, que la idea de la «mafia en el poder» es más bien algo retórico o demagógico, que al final podría estar más dispuesto a «hacer política» y a conceder con el fin de lograr ciertos objetivos de lo que muchos pensábamos, si bien su carácter necio y reacio nadie se lo quita.
Hacer el ejercicio no nos haría daño: imaginar escenarios de cómo sería una eventual presidencia de López Obrador. Las otras fuerzas políticas no harían mal en imaginar cuál sería su postura ante esos escenarios y tampoco haríamos mal los ciudadanos en hacer lo mismo: ¿qué es lo que haremos en caso de que se presenten ciertas situaciones?
Si bien tengo escepticismo sobre la presidencia de López Obrador y hay propuestas que me preocupan y considero un tanto riesgosas así como algunos de los rasgos del personaje, no creo que México se convierta en una «dictadura venezolana» ni creo que ocurra una catástrofe histórica. Creo que la evolución que ya ha mostrado la participación ciudadana seguirá su curso y eso López Obrador tendrá que saberlo (a diferencia del gobierno de Peña Nieto quien nunca lo entendió). Andrés Manuel tendrá, en caso de ganar, a un conglomerado ciudadano todavía más fuerte y organizado que ya no podrá subestimar ni ningunear.
Lo cierto es que la posibilidad de triunfo de López Obrador es más probable que nunca (incluso me atrevería a decir que más que en 2006 cuando tenía una ventaja mayor en las encuestas, dado el contexto actual). Tal vez, imaginarlo en la silla presidencial no sea, al final del día, tan mala idea.