En las últimas semanas se ha hablado bastante del acoso sexual, lo cual me parece bien porque es un problema real y que naturalmente se debe de combatir. Se ha generado un fuerte debate al respecto entre grupos feministas (como en el que se involucraron las francesas y la campaña #MeToo) e incluso vimos un debate en Televisa entre Marta Lamas, académica feminista de la vieja guardia, y Catalina Ruiz Navarro, una activista con una perspectiva más progresista.
En las redes me pude percatar que dicho debate generó reacciones viscerales dentro de las posturas contrarias: desde aquellas feministas que atacaron duramente a Marta Lamas hasta aquellas personas que la usaron como escudo para atacar duro a las propias feministas en redes. Para quienes vimos dicho programa, nos pudimos dar cuenta que el debate entre Lamas y Ruiz Navarro no era una competencia, no se trataba de ver quien ganaba, sino de un sano intercambio de ideas. Lamentablemente en redes no fue visto así por muchas personas:
Aunque Marta Lamas me causa más bien desconfianza, la «respuesta airada» de las #Feminazis me lleva a pensar que les dio un repaso…
— ● Eric… (@VotanteEnojado) 12 de enero de 2018
A ver, no, a Marta Lamas no hay nada qué reconocerle. Ella ha traducido los intereses del mercado para la venta y explotación de los cuerpos de las mujeres en «feminismo». Han sido 30 años de de encubrimiento de redes de trata.
— Luisa (@menstruadora) 11 de enero de 2018
En lo particular, a mí como hombre me parecieron interesantes ambos puntos de vista. Evidentemente, Marta Lamas es una académica de la vieja guardia mientras que Catalina Ruiz Navarro es más emocional y combativa (más propio del feminismo postestructuralista). Si bien he criticado al postestructuralismo en este espacio y disiento con esta corriente ideológica, algunas observaciones de Catalina no dejaron de parecerme bastante interesantes. Habría sido un error cerrarme por medio de juicios a priori ya que sólo hubiera reforzado mi postura, por ello decidí escuchar a las dos y sacar conclusiones al final. Es un trabajo que a mucha gente le cuesta hacer porque puede confrontar sus pensamientos y paradigmas pero es una práctica indispensable para madurar intelectualmente e incluso como persona.
No me quiero detener en los puntos que abordaron, especialmente entre los disensos entre #MeToo y las feministas francesas quienes pueden tener puntos válidos (aunque la decadencia sea muy característica a Hollywood o aunque las francesas tengan una visión más tradicional de lo que el feminismo es). Por esto creo que es importante regresar a lo básico, al sentido común. Y desde ahí intentaré argumentar sobre un concepto que me parece importante: el consentimiento.
Dejando del lado filias y fobias o las ideas que tengamos sobre los géneros, existe un principio muy básico dentro de las relaciones entre seres humanos: una persona no puede obligar a otra a hacer algo sin su permiso con el fin de obtener un beneficio propio. Es un principio de vida, es uno de los valores fundamentales que deberíamos tener como seres humanos.
Se me hace más fácil analizar los reclamos de las mujeres bajo este principio ya que es universal, no forma parte de ideología alguna y aplica en toda relación humana sin distingo de género (con lo cual podemos eliminar cualquier sesgo). Bajo dicho principio podría darle la razón a varios de los argumentos que esgrimen las activistas de #MeToo ya que si en algo insisten es en el comportamiento del hombre contra su voluntad. Básicamente, los hombres no podemos forzar a una mujer a actuar en contra de su voluntad por un beneficio propio, porque no podemos hacer lo propio con cualquier ser humano independientemente del género que sea. Hacerlo constituye una forma de abuso: si un hombre corteja a una mujer insistentemente cuando ella ya dijo que no, entonces la galantería se convierte en una forma de acoso; si una mujer no quiere tener sexo con nosotros, o si en el acto manda señales de incomodidad y nosotros las pasamos por alto de forma deliberada, entonces es una forma de acoso sexual. Incluso, si a una mujer no le gusta que le abran la puerta y el hombre, sabiéndolo, insiste, ya no se trata de un acto de caballerosidad sino de un acto abusivo ya que está haciendo algo en contra de la voluntad de la mujer (algo que lamento mucho es que se pierda la costumbre de la caballerosidad, pero quienes reciben los cumplidos son quienes deciden si están de acuerdo con ellos o no).
¿Qué es lo que define el abuso? La intencionalidad. Es decir, el abuso existe en tanto el individuo tiene la intención de abusar de otro para obtener un beneficio. Dentro del contexto del debate que se ha llevado a cabo podríamos plantearnos las siguientes preguntas y responderlas:
¿Qué pasa si una mujer se siente incómoda en una relación sexual y el hombre lo pasa por alto? Para que constituya un abuso, el hombre debe tener el conocimiento de que la mujer se siente incómoda. No se puede considerar un abuso si el hombre no fue consciente de dicha incomodidad ya que entonces el hombre no tuvo la «intención» de abusar. Si el hombre se da cuenta que la mujer se siente incómoda, su obligación es parar, preguntar a la mujer qué es lo que incomoda y tomar la decisión necesaria para que la incomodidad desaparezca (incluso si eso implica parar el acto sexual).
Dicho esto, la comunicación es importante. Si una mujer se siente incómoda debería hacerlo notar. La inexperiencia de un hombre, por ejemplo, puede hacer que dentro de un acto sexual no note algunas señales de incomodidad de la mujer. Pero por otro lado, si el hombre sospecha, sin estar seguro, que la mujer se siente incómoda, entonces también debe de tomar cartas en el asunto. Si ante la sospecha, el hombre continúa, también constituye una forma de abuso ya que dentro de su mente cabe la posibilidad de que la mujer se sienta incómoda.
¿Pero qué pasa si la mujer, por temor, decide no hacer explícita su incomodidad ya que el hombre se encuentra en una posición de poder (por ejemplo, que sea su jefe de trabajo)? Es la intencionalidad per sé, y no necesariamente las señales, lo que determina si el abuso existe. Si una persona usa su posición de poder para forzar a otra persona a tener sexo a sabiendas de que no opondrá resistencia alguna entonces sí constituye un abuso. El hombre que se encuentra en dicha posición también debería ser responsable y evitar, a toda costa, que esta le traiga un beneficio cuando se trate de llevar a una mujer a la cama.
Por otro lado, hay quienes dicen que quien determina si el abuso existió es la mujer. Discrepo de esa afirmación ya que lo que determina si el abuso existe es el mero acto. La mujer puede asumir que el hombre intentó abusar de él, pero si ella no pudo o no quiso mostrar su incomodidad y el hombre no se percató de ella no podría considerarse como tal; recordemos que lo que determina el abuso es la intencionalidad como acto. También es posible que, bajo este argumento, la mujer pueda denunciar a un hombre que es inocente para obtener una ventaja, y de la misma forma el hombre tampoco puede determinar si el abuso existió; ya que, aunque lo sabe, es muy probable que mienta ya que los beneficios de su engaño son mucho más altos que los perjuicios. Por otro lado, es posible que un hombre haya abusado de una mujer sin que ella se haya dado cuenta (por ejemplo, cuando se encontrara dormida), el abuso existió, independientemente de que la mujer no lo haya podido determinar como tal.
Todo esto es muy importante notarlo ya que si bien es una muy buena noticia que las mujeres se hayan empoderado y estén denunciando los actos de acoso sexual de los cuales fueron víctimas (porque vaya, es uno de los delitos que menos se denuncian), también esto puede prestarse a algunos abusos; como por ejemplo, que una mujer acuse a un hombre inocente porque tiene un interés en atentar contra su dignidad.
Asumir que un hombre puede cruzar una barrera mediante la cual la mujer ha puesto un límite sí constituye un acto de machismo, ya que ello implica asumir que el hombre, por el hecho de ser hombre, tiene más permisos. Aquí incluyo todas esas afirmaciones del estilo de «feminazis locas, hacen un escándalo porque les agarraron una pierna». Concuerdo con ellas cuando reclaman que los hombres no pueden actuar en contra de su voluntad, porque básicamente nadie puede hace actuar a nadie en contra de su voluntad para obtener un beneficio propio.
También debemos tomar en cuenta que los diferentes tipos de abusos no tienen una misma dimensión, no es lo mismo agarrar una pierna que violar a una mujer. Los castigos, que van de los informales (la sociedad te señala o te reprende por el acto) a los formales (cuando constituye una falta a la ley o un delito) deben ser proporcionales al tamaño de la falla. Posiblemente sea un exceso encarcelar a un hombre que gritó «guapa» o, de la misma forma, un castigo informal es evidentemente insuficiente para una persona que intentó violar a otra.
Más allá de filias y fobias, de simpatías o antipatías con los movimientos feministas, esto es algo que tiene que ver con el sentido común, es un principio básico. Entendiendo que los hombres y mujeres tienen el mismo valor y merecen el mismo respeto, entonces ninguna persona tiene el derecho de abusar de otra. No se trata de un acto de puritanismo, se trata de un acto de respeto a la dignidad de la otra persona.