El PRI y sus secuaces nos advierten que, de llegar López Obrador a la presidencia, México se convertirá en una nueva Venezuela. El problema es que, al menos en lo político, sus gobiernos parecen tener más cosas en común con el régimen bolivariano que con la democracia: censura a periodistas (como ocurrió con Pedro Ferriz de Con y Carmen Aristegui), espionaje a personajes incómodos y ahora censura a medios por medio de la propaganda gubernamental.
Los mexicanos se enteran de las tropelías de su gobierno no por los medios impresos, sino por diarios internacionales como The New York Times o medios digitales como Animal Político: no es coincidencia que el primero haya elaborado el reportaje y el segundo haya sido uno de los pocos que le ha dado difusión. Cuando un escándalo suena, este permanece ausente de las portadas de los diarios más importantes del país. A pesar de que Internet tiene cada vez más relevancia, las notas siguen perdiendo alcance cuando son ignoradas por los principales medios del país. La gente informada se entera de dichos escándalos; la gente no tan informada, la que se entera de las noticias por medio de los cabezales de los diarios en los quioscos, no tanto.
El PRI es campeón en este tipo de prácticas que se volvieron muy comunes en regímenes como los de Luis Echeverría y José López Portillo. Pero no son los los únicos que incurren en ellas. El problema es más bien uno estructural y hasta de negocios donde los incentivos para que los gobernantes ejerzan la censura a través de la propaganda oficial son bastante altos.
Los diarios impresos (no sólo en México) están batallando por obtener recursos para subsistir. La convergencia a lo digital les está siendo un fuerte dolor de cabeza porque en los portales de Internet no generan el volumen de ganancias que generaban anteriormente y aquí es la propaganda gubernamental es un alivio: es lo que los mantiene a flote y con vida, pero a cambio de la libertad de expresión. Diarios como El Universal que habían conservado un periodismo independiente se han convertido en pasquines del gobierno. Las críticas al gobierno dentro de Milenio y Excelsior tan sólo se pueden ver dentro de algunos muy pocos columnistas que son minoría ante aquellos que mantienen una postura oficialista. Incluso hicieron lo propio con La Jornada (ahora moribundo), el diario de izquierda opositor por excelencia, llegó a publicar encabezados favorables al gobierno. El Reforma es el único que mantiene una relativa independencia periodística y lo logra por dos razones que no suelen ser del agrado de sus lectores: que sólo se puede acceder a sus contenidos mediante una suscripción de paga, y que gran parte de sus ingresos vienen del Metro, que por cierto, se vende más que el propio Reforma. Aún así, dicho diario tampoco es inmune a dichas prácticas como bien explica el reportaje de NYT.
Animal Político, por su parte, busca no depender mucho de la propaganda gubernamental y ha tenido que crear un sistema de fondeo para poder sostenerse económicamente. Esto le ha permitido mantener una independencia periodística suficiente como para publicar reportajes como La Estafa Maestra.
Después de leer la nota de The New York Times varios internautas han sugerido que se legisle para que los diarios prescindan de dicha propaganda. El problema es que si eso sucede, muchos de estos diarios desaparecerían de la faz de la tierra ante la imposibilidad de sostenerse económicamente.
Algunos sugieren que los diarios creen contenido más atractivo para atraer suscriptores, pero eso ya lo han intentado hacer, han creado portales de Internet, contenidos multimedia, video-reportajes. El problema estriba, creo yo, en que el mercado de los diarios no es muy amplio. Tan sólo una minoría los lee (ya sea en físico o en Internet), la gente a la que le gusta informarse es tan sólo un «nicho de mercado». Debido a esto, las empresas que se anuncian en medios impresos no estarán dispuestas a pagar grandes carretadas de dinero como sí lo harían si los lectores fueran una mayoría. ¿Y sabes quien sí está dispuesto a hacerlo? El gobierno.
Dudo de la efectividad de la propaganda del gobierno e incluso dudo que les preocupe demasiado porque su función es más bien controlar lo que dicen los medios. No les preocupa tanto la imagen positiva de la propaganda oficial, sino evitar la «imagen negativa» de las notas críticas del gobierno.
Lo más grave de todo es que para ellos este mecanismo de coacción y censura es tan importante que pueden, sin remordimiento alguno, recortar presupuesto de otras áreas como el sector salud o las becas de Conacyt con el fin de que los diarios más importantes no sean críticos con el gobierno y «se comporten bien».
Y ahí está la pregunta, difícil de responder, y posiblemente aún más difícil de ejecutar la respuesta ¿cómo hacer para que los medios dejen de depender de la propaganda gubernamental?
Y es necesario que lo hagan, una democracia necesita un periodismo independiente, no pasquines al servicio del gobierno en turno.