Hace 15 años, frases como «ingue su» o «arribototota» (que puso en boga Adal Ramones, el conductor de Otro Rollo) se incrustaron dentro del lenguaje de los jóvenes. Las señoras hablaban de las telenovelas, emulaban las situaciones y personajes que ahí se presentaban, el día en que se transmitía el último capítulo era un día de asueto. La televisión era casi la referencia absoluta para los mexicanos, los educaba, los «informaba» ,dibujaba el entorno en que se desenvolvían, y hasta les fabricaba sus gustos musicales.
Pero ahora los jóvenes no dicen «ingue su», dicen ALV. Ya nadie habla del «noticiero» y es muy extraño que alguien mencione algún personaje de alguna telenovela. Peor aún, mucha gente no puede siquiera decir el nombre de alguna de las telenovelas que ahora se están transmitiendo.
De hecho, la influencia (decreciente) que tiene la televisión dentro de la sociedad actual tiene que ver con la nostalgia, con aquellos tiempos, no porque fueran mejores que los actuales, sino porque marcaron a una generación (esa que ahora definen como «la generación de los chavorrucos»). Todos aquellos grupos pop fabricados dentro del ambiente televisivo (algunos decentes, otros no tanto) han visto que pueden salir de gira para rentabilizar dicha nostalgia. A veces en una gira participan dos grupos para así llenar el auditorio en el que se vayan a presentar, y funciona.
Dicha nostalgia también se presenta en forma de memes, llámese Catalina Creel, Soraya, Jaime Maussan (incluso Netflix ha recurrido a ellos para vender sus series) e influyen, de alguna manera, en la cultura actual. Pero la televisión actual ya no tiene nada que ver con esto, incluso han sido torpes en tratar de sacar provecho de ello (véase Blim).
Doña Tele no sólo ha perdido el monopolio, sino que incluso ha dejado de ser relevante como influencia cultural. Si ellos antes marcaban la pauta de la cultura y la idiosincrasia de la sociedad, ahora recurren a ella, que ellos ya no definen, para sobrevivir. En los programas de revista transmiten los videos de Youtube más famosos porque no tienen otra cosa que mostrar, ponen a sus «artistas» a bailar «Despacito» o «Felices los Cuatro», no importa que repitan dichas canciones hasta el hastío. De forma ingenua, creen que todavía están influyendo sobre el inconsciente colectivo, creen que llevan la pauta cuando en realidad son ellos los que tienen que agarrarse de las tendencias que ya no definen.
Las televisoras ya perdieron la capacidad de moldear a la sociedad. Apenas se han dado cuenta de que la conversación está en otro lado, y a donde a ellos se les tiene prohibido entrar. Las nuevas generaciones no sólo ignoran a las televisoras, sino que les tiene alguna suerte de recelo, las relacionan mucho con los conceptos de «manipulación» o «contenido chatarra» aunque consuman contenidos de calidad similar en Youtube.
Las televisoras intentan reciclar una y otra vez a las «estrellas» que todavía tienen, que a veces no son tan estrellas de lo que ellos consideran que son. Incluso los ponen a hacer de todo: a los cantantes de La Academia (de quienes muy pocos se acuerdan) los meten a los programas de revista, los ponen a ser jueces de cualquier cosa o a ser actores de telenovelas. A los comentaristas deportivos (quienes todavía son muy conocidos, al menos los de TV Azteca, porque apenas están perdiendo el monopolio de las transmisiones de partidos de futbol) los ponen a dirigir programas de concursos. Consideran que tienen en ellos un gran capital, pero en realidad, las estrellas, al menos los que tienen más talento, prefieren irse a probar suerte a otro lado, a Hollywood, a Netflix, a ESPN o al cine mexicano aunque sea.
Y como las televisoras tienen cada vez menos recursos, se ven obligados a prescindir de algunas de sus estrellas. Algunas figuras que tienen cierta relevancia (como los comentaristas deportivos) terminan en el cable.
Mientras eso pasa, los dueños se percatan de que sus acciones van en picada y apenas entienden que la conversación está en otro lado. Pero aún así parecen subestimar el fenómeno, creen que van a poder traer a esos «mocosos millennials» de regreso. Se renuevan la cara pero mantienen a los añejos productores en sus filas. Les piden que hagan una serie como las de Netflix que termina siendo, si bien les va, algo así como la familia peluche. ¿Y quién habla de ella? Nadie.
Televisa y TV Azteca han perdido el monopolio de la información; y lo que es peor para ellos, su capacidad de ejercer influencia dentro de la sociedad. Se han convertido en irrelevantes. Apenas sí pueden influir sobre los sectores más pobres que tienen poco más que una televisión. Pero incluso ahí la «banda ancha» amenaza con penetrar y arrebatárselos.
Antes, hasta el lujo de promover candidatos a la presidencia se podían dar.
Los tiempos cambian, las circunstancias también. Pero el tiempo le ha arrebatado lo más preciado a las televisoras. Sus dueños, en especial Emilio Azcárraga (Salinas Pliego al menos se puede consolar con sus otros negocios), observan pasivamente cómo caen las acciones de Televisa, cómo se deprecia y cómo el valor de su marca cae (por eso es que se ha hecho a un lado). Pero peor aún, es testigo de la pérdida de lo que más puede desear un hombre ambicioso: el poder.