Kevin Spacey es un actor muy admirado por sus papeles, que de alguna forma, reflejan la decadencia de la cultura estadounidense.
En Seven, interpreta a un asesino en serie que «castiga» a quienes según él, han cometido alguno de los siete pecados capitales. En American Beauty (Belleza Americana) interpreta a un adulto frustrado, quien tiene un empleo mediocre, un matrimonio mediocre, se masturba constantemente y tiene sueños húmedos con la mejor amiga de su hija. En House of Cards, Spacey interpreta a un político sin escrúpulos que está dispuesto a hacer lo que sea por acaparar poder.
Ya sea la cultura de la violencia, la decadencia moral y la crisis existencial o la ambición desmedida de poder, Kevin Spacey ha logrado, a través de sus personajes, reflejar esa faceta decadente de la cultura estadounidense. Lo curioso es que ahora ha incluido un cuarto papel, donde no interpreta a un personaje suyo, sino donde es él mismo:
Spacey fue acusado por al autor Anthony Rapp de acosarlo sexualmente cuando tenía 14 años. Ante ello, Kevin Spacey «salió del closet» para intentar desviar la atención, cosa que no ocurrió, y tan solo provocó la indignación de la comunidad LGBT. Pero el escándalo no quedó ahí porque a raíz de la noticia más personas (incluidas personas que trabajaron dentro de la serie House of Cards) se atrevieron a denunciarlo. Este «empoderamiento de las víctimas» ocurrió a raíz de las denuncias que cayeron sobre Harvey Weinstein.
Para Kevin Spacey, estas denuncias podrían ser casi el fin de su carrera. Ya fue despedido por Netflix, quien terminará la última temporada de House of Cards sin él (si es que se termina produciendo), además de que ya no volverán a trabajar con él de ninguna forma.
Dentro del cine y los espectáculos, una industria que presume de ser liberal, son constantes los abusos de poder. Aquel director o productor del cual depende la carrera de muchos actores o actrices, tiene un gran poder para chantajearlos y pedirles favores sexuales. Eso no es algo que ocurra solamente en Estados Unidos, sino también en México y en otras latitudes (de ahí la fama de algunos productores de Televisa). Pero el mismo poder hace que las actrices o incluso actores que son acosados callen y no alcen la voz. Denunciar a su victimario podría suponer el fin de sus carreras.
Apenas las víctimas han decidido hablar, y la mugre y las cucarachas están empezando a salir. Lo que se ve es apenas la punta del iceberg. Seguro hay más actores y productores temerosos de que su caso salga a la luz. Temen que aquella actriz a la que acosaron o aquel individuo al que chantajearon, se anime a hablar para así acabar con su carrera.
Por supuesto que es una buena noticia. Que las víctimas se empoderen y denuncien a sus acosadores es una buena noticia, aunque no lo parezca dada la desilusión de ver que varios de nuestros actores favoritos tan sólo eran unos decadentes patanes que abusaban de su posición. Y tal vez tampoco lo parezca porque nos habla de una industria llena de perversiones, pero la industria siempre había sido así (y ya se hablaba de ello, aunque no se mencionaran muchos nombres). Y tampoco podrá parecerlo cuando la industria cinematográfica es una de las más grandes «armas de influencia» que Estados Unidos tiene sobre los demás países.
Pero es mejor eso que vivir en una mentira. Es mejor eso, conocer la dura verdad, que admirar a personajes que en realidad no deberían ser objeto de nuestra admiración.