Hace poco vi este video, un tanto penoso, donde la politóloga Denise Dresser describe el presidente que quieren los millennials mexicanos. Dice, con un acento «gringo mamón», que ellos quieren un presidente ‘cool’, que se la pase mandando tweets, que tenga un tatuaje, sea fan de Gilmore Girls y se la pase visitanto la página de Buzzfeed.
Naturalmente tomó como referencia a Barack Obama y a Justin Trudeau (de quien pronunció su apellido con un tono gringo mamón y no con el francés que le correspondía), y lo hizo porque ambos mandatarios son admirados por un sector de la sociedad mexicana, pero no necesariamente por sus dotes como estadistas, sino porque el primero basó su legitimidad en la cultura popular, y el segundo en su apariencia física. Esto, dejando parcialmente del lado su forma de gobernar porque al final del día gobiernan un país distinto al de sus admiradores, y por ende, no esperan resultados tangibles como sí lo harían dentro de nuestro país.
Denise desearía que el siguiente presidente sea muy activo en Twitter y se comporte como millennial, que repita sus clichés, que vea los mismos programas para «estar en sintonía con ellos», como si con eso bastara (pregúntenle a Peña Nieto como le fue cuando su equipo de comunicación le quiso dar ese perfil). Me llama la atención que una persona que dice ser politóloga haga tanto hincapié en el empaque y no en el contenido.
Denise Dresser subestima a los millennials de una forma grosera, casi los llama ignorantes. Piensa que sólo les importa «lo de afuera», como si con eso bastara para acabar con la crisis de legitimidad de la política en Occidente. Como si el problema fuera que los presidentes no ven Gilmore Girls o que no tienen un tatuaje de infinito en el brazo: –No aplicaré políticas para generar empleos para jóvenes, pero sí me tomaré una foto en el upside down para subirme al tren del mame de Stranger Things.
Dresser dice se nota que los millennials están interesados en la política porque hacen memes, pero que el problema es que «no hay contestación del otro lado», como si todo se redujera a un problema de comunicación donde los únicos responsables son los políticos. Dice que se sienten incómodos pero «sin muchos instrumentos» para incidir. Es decir, que si la sociedad se queda en el activismo de sofá y no sale a luchar por sus derechos, si no saben organizarse como «miembros de la sociedad civil» es culpa del gobierno, de los políticos, pero no de ellos mismos. Después de subestimar a los millennials, los victimiza.
Denise se equivoca porque yo no creo que los millennials esperen un presidente que sólo se arrincone en la cultura popular, sino uno que saque al país adelante, uno que cree las condiciones para que ellos puedan tener acceso a mejores empleos y puedan aspirar a tener un mejor futuro. Denise Dresser parece creer lo que creen dentro de los equipos de comunicación de candidatos de medio pelo, que para «rejuvenecer al susodicho» lo tratan de vender como jovial, lo hacen pronunciar frases trilladas, pero que al final no conecta, porque el empaque no corresponde con el producto.
Más grave es que presente a los millennials como víctimas de sus circunstancias. Cree que van a poder influir sólo hasta que el gobierno les de las herramientas para hacerlo (lo cual es una terrorífica contradicción) cuando en realidad es desde la ciudadanía donde se tienen que empezar a crear los instrumentos para poder incidir en el quehacer político. Lo más grave es que hay claros ejemplos de que eso se puede hacer, y ejemplos de los que ella mismo ha sido promotora como la Ley 3 de 3. Denise debería más bien invitar a los millennials a que se involucren, a que sepan como organizarse, a que asuman su rol como generación, pero en vez de eso, es condescendiente con ellos y los caricaturiza como personas que están viendo series en su laptop mientras retuitean memes políticos desde su smartphone.
México no necesita un presidente cool ni que vaya a conciertos ni se aparezca en el Corona Capital y cante con Brandon Flowers, necesita un presidente que sea estadista y que haga su trabajo.
México tampoco necesita una generación que se oculte bajo su smartphone porque piensa que no puede hacer nada más dado que el gobierno «no les da las herramientas para luchar contra sus propios excesos», sino una que asuma su responsabilidad histórica para construir el México que quieren.