Peña Nieto no entiende.
Ahí, en alguna sala de Los Pinos, en un día nublado que no permite al sol llevar sus rayos ante el recinto donde se encuentra, sentado en una de esas sillas donde también se han postrado varios mandatarios, Peña Nieto reflexiona:
– ¿Por qué, a pesar de las reformas que yo he impulsado la gente no me quiere?
Peña Nieto, a sabiendas de que en un año terminará su mandato, está más preocupado que nunca por el juicio que hará de él la historia. Le da un sorbo a su vaso de Coca Cola Light (esa que toma todos los días), y preocupado, comienza a reflexionar:
¿Qué dirá la gente de mí en algunos años? ¿Cómo seré visto? ¿Madurarán las reformas que yo implementé y la gente dirá «ah, cuánto estábamos equivocados sobre él, si fue un buen presidente»? Peña Nieto apuesta a las reformas, no tiene nada más. Son, considera él, su salvación.
De todo lo demás busca excusas. Cree que su mala fama no es producto de sus errores sino producto de factores exógenos.
– Mira lo que está pasando en todo el mundo, el desencanto de la ciudadanía con los políticos es un «fenómeno mundial, no es mi culpa. Y atribuyo esto a la desinformación que hay en las redes sociales. La población tiene un concepto muy equivocado de mi presidencia, básicamente porque está desinformada y está manipulada.
En eso, llega al recinto uno de sus asistentes para decirle que en un rato se filmarán los videos promocionales del Informe de Gobierno. Le avisa que el presupuesto para la comunicación tuvo que volver a subir en detrimento del presupuesto de otras secretarías y programas:
– Nada más no logramos cambiar su imagen ante la sociedad señor Presidente: tenemos a los mejores creativos, gente experta en neuromarketing, y creo que no nos queda de otra que subir el presupuesto para ver si por medio de la repetición convencemos a los ciudadanos de que usted es un gran presidente.
Peña se mantiene fiel a sus reformas. Ciertamente, algunas de ellas son, o al menos parecen ser, benéficas para el país; y ciertamente, la política hecha para que ocurrieran no se puede demeritar. Pero sólo eso y poco más puede presumir (tal vez el papel de Videgaray en la SRE donde parece que está siendo un muy buen aprendiz).
Peña Nieto no ha entrado en razón y no se ha dado cuenta que el juicio de la historia ya se ha emitido. ¿Por qué?
Porque Peña les falló y les mintió a los ciudadanos (a veces de forma descarada) una y otra vez. Por su casa blanca (y el teatro posterior con Virgilio Andrade), por el espionaje a los opositores, por su postura timorata y displicente ante la masacre de Ayotzinapa, porque su gobierno ha estado manchado de corrupción y porque solapó (y hasta se benefició de) gobiernos corruptos como el de Javier Duarte, a quien sólo se persiguió cuando fue políticamente insostenible mantenerlo. Porque las instituciones, que se supone hacen que la democracia funcione, se han deteriorado como quedó demostrado en las pasadas elecciones de Coahuila y el Estado de México. Porque beneficia a sus contratistas como Grupo Higa y OHL. Ésta última, encargada de construir una vía exprés que produjo en pocos días de inaugurada un socavón donde dos personas, que pudieron ser rescatadas, murieron producto de la indiferencia de las autoridades. Porque cuando recibió a Donald Trump en Los Pinos no tuvo dignidad y permitió que pisotearan a nuestro país. Porque utilizó programas sociales con propósitos asistencialistas y electoreros donde no sólo se distorsiona la democracia, sino que genera dependencia dentro de la población atrofiando la iniciativa de los individuos «beneficiados».
Peña Nieto nos insiste sobre las amenazas del populismo autoritario (es decir, López Obrador), pero su gobierno no es paladín de la democracia. Por ejemplo, se ha utilizado al SAT (algo más propio del régimen de Nicolás Maduro que de un país democrático) para acosar a los opositores. También le pidió al padre de Claudio X González que su hijo dejara de ser crítico del gobierno. No sin olvidar las voces silenciadas como la de Carmen Aristegui, la de Pedro Ferriz poco antes de que iniciara su presidencia, y el uso y cooptación de diarios (El Universal es un claro ejemplo) para que escriban a su favor. No sin olvidar el espionaje que sufrieron sus opositores (partidistas, organizaciones civiles y periodistas).
De la misma forma, su gobierno está peleado con casi todos los sectores y organizaciones de la sociedad. Desde la Coparmex y la Iglesia Católica, hasta las ONG’s tanto de derecha como de izquierda que cuestionan duramente su presidencia y la corrupción que la ha caracterizado.
Peor aún. Peña Nieto insiste en la amenaza de López Obrador, pero si algo ha fortalecido la campaña de AMLO más que nunca es el gobierno de Peña Nieto. Su partido busca difamar a sus opositores (como sucedió con el panista Ricardo Anaya) para dividir el voto y ganar la presidencia (lo que a la vez podría terminar fortaleciendo la propia campaña de AMLO). Peor aún, pactan con los calderonistas para que el presidente Peña Nieto quede impune cuando salga de la presidencia.
Se puede hablar de los aciertos de su presidencia, los hay, nada es blanco y negro. Pero los mexicanos se sintieron varias veces, y con toda razón, traicionados por su gobierno. Que Peña Nieto insista sobre las reformas es como un esposo que recrimina los reclamos que le hace su esposa por sus constantes infidelidades y sus agresiones físicas porque éste lleva pan a la casa.
El juicio histórico ya está hecho, y no va cambiar mucho ni con las reformas. Salinas de Gortari se presentó como reformador, pero cometió el error de traicionar a sus gobernados. A la fecha, aunque algunos reconocen su espíritu reformador, casi nadie le perdona sus errores y hasta la fecha es visto como una especie de Maquiavelo. Salinas al menos puede sentirse más tranquilo pensando que, a pesar de todo, infunde respeto. Peña Nieto ni siquiera podrá contar con eso.
Por más que intente hacer sentir a sus gobernados que el país va mejor, el agravio ya está hecho.
Por eso es que creo que su decisión de apartarse completamente de la política es sensata. Lo mejor que puede hacer, entendiendo que ni él ni nadie de su gobierno comparecerá ante la justicia, es desaparecer de foco en cuanto termine su presidencia. Por su bien, y por el bien de todos.
Y a pesar de todo, algunos insisten en que los que estamos equivocados y manipulados somos los mexicanos.