Un amigo me decía, considero de forma acertada, que hay que temer más a los movimientos de ultraderecha que al radicalismo de algunos progresistas. Los ultraderechistas pueden imponerse más fácilmente en tanto los progresistas terminan, con el tiempo, siendo víctimas de sus propias contradicciones. Podemos condenar la corrección política que se promueve desde el progresismo, pero son más graves los actos racistas de la ultraderecha que per sé incitan a la violencia y que no se pueden explicar sin ella.
Lo que ocurrió en Virginia es una muestra de ello. Charlottesville tiene la peculiaridad, como algunas otras ciudades de Estados Unidos, de tener varios monumentos confederados, por lo cual Alt-Right decidió llevar a cabo su manifestación con antorchas ahí (dicha ciudad había decidido remover la estatua de Robert E. Lee), para que un día después, en la «contramanifestación», algunos ultraderechistas estamparan su automóvil contra los manifestantes liberales matando a uno e hiriendo a casi veinte más.
Pero las dos facciones políticas, que explican la polarización ideológica en Estados Unidos, no pueden entenderse sin su contraparte. El progresismo radical y el ultraderechismo son antípodas, pero como lo sugiere la teoría de la herradura, los extremos ideológicos suelen parecerse más bien:
Ambos movimientos son utópicos, románticos (en el sentido de que son excesivamente idealistas) y tienen sus orígenes en la «contrailustración». Es decir, ambos movimientos son antiliberales (aunque algunos de izquierda se hagan llamar liberales) y están influenciados por corrientes de pensamiento irracionales. Son utópicos porque quieren establecer un modelo de sociedad de forma artificial. uno con base en el racismo y otro en el igualitarismo.
Ambos se fortalecen y se radicalizan gracias a la presencia de su contraparte. Por un decir: la ultraderecha defiende un modelo de sociedad de supremacía blanca; luego, en consecuencia, el progresismo encuentra un argumento para fortalecer su discurso del «white privilege«. Entonces sugieren políticas públicas orientadas a buscar un estado de igualitarismo artificial por medio de políticas de acción afirmativa (que no debe de confundirse con acceso a oportunidades a todos con independencia de su raza, género y demás), y eso a su vez fortalece el discurso de la ultraderecha. Ahí está el ejemplo del ex empleado de Google, James Damore, que fue despedido y linchado en las redes sociales por sugerir que la diferencia entre la representación de género en las STEM se debía a ciertas diferencias de carácter biológico. Alt-Right ha decidido presentar a Damore como víctima, como mártir del progresismo, para así, fortalecer su discurso racista.
Así, ambas facciones caen en un círculo vicioso. Peor aún, piensan que para combatir a su contraparte deben ser más beligerantes, pero eso sólo termina fortaleciendo a su oposición. Conforme crece más, entonces creen que deben serlo aún más.
Ambas facciones son proclives a la generalización o incluso a la adopción de mitos para sostener sus argumentos. Mientras la ultraderecha afirmará que los negros son menos inteligentes, los progresistas radicales dirán que todos los hombres blancos son patriarcas opresores hasta que no demuestren lo contrario. Ambos optan por la coerción y en muchos casos la violencia para impulsar sus agendas. Los ultraconservadores buscan controlar a la mujer condenándola a roles tradicionales, pero los progresistas radicales también buscan controlarla para que adopte una forma de ser que no represente aquello que asumen que es parte de la «cultura del patriarcado». Así, mientras unos le prohiben a la mujer tener un rol activo en la sociedad, otros le prohiben ser tiernas, sensibles o sentirse orgullosas de su maternidad.
Es también una generalización decir que el feminismo como tal es una conspiración marxista (el espíritu marxista es patente sólo en sus vertientes radicales, que ciertamente hacen mucho ruido) o que todos los conservadores son racistas o machistas (de la misma forma, es algo que se ve más bien en sus vertientes extremistas). Pero los extremos intentan convencer al individuo que la otra facción política (desde la moderada a la radical) es completamente igual para así fortalecer su discurso: Todas las feministas son «locas feminazis marxistas» o todos los conservadores son «mochos blancos supremacistas».
Entonces, lo que sucede es que las posiciones moderadas, aquellas que van de la centro-izquierda a la centro-derecha, terminan en el limbo y poco a poco son superadas por sus vertientes extremistas. Este fenómeno es muy peligroso y es algo que tenemos que aprender a parar.
Y no puedo terminar este artículo diciendo que el ascenso de Donald Trump (quien relativizó descaradamente el atentado de los supremacistas blancos) y los amagos de la ultraderecha en Europa se explican, entre otras muchas razones, por este fenómeno que acabo de explicar.