En los últimos tiempos se ha vuelto una moda linchar a los millennials. Se ha vuelto un deporte.
Ciertamente, como ocurre con muchas generaciones, la de los millennials tiene defectos y rasgos negativos. Podrían criticarse o señalarse tales rasgos, pero atreverse a condenarla me parece un craso e irresponsable error, y explicaré por qué:
Se ha dicho que son unos buenos para nada, que no tienen ideales, que se la pasan pegados a sus gadgets, que son una generación perdida. Y se dice como si ellos fueran los culpables, como si ellos se hubieran puesto de acuerdo para condenarse a la autoperdición.
En esta tesitura, me llamó la atención la columna de Antonio Navalón donde dice que lo más que han llegado a hacer es crear filtros para Instagram; columna, que por cierto, generó una gran polémica. Navalón, como «adulto grande» (el pleonasmo es a propósito) condenó a los millennials categóricamente:
Por eso los demás, los que no pertenecemos a esa generación, los que no estamos dispuestos a ser responsables del fracaso que representa que una parte significativa de estos jóvenes no quieran nada en el mundo real, debemos tener el valor de pedirles que, si quieren pertenecer a la condición humana, empiecen por usar sus ideas y sus herramientas tecnológicas, que aprendan a hablar de frente y cierren el circuito del autismo.
Antonio Navalón dice que su generación no quiere hacerse responsable del «fracaso que los millennials representan». Lo paradójico del caso es que fue su generación la que los crió y educó. Y no sólo eso, la suya fue la que les creó el mundo en el que viven, tanto en lo político, en lo social, como en lo tecnológico. Personas como Antonio Navalón pretenden ver a los millennials como algo ajeno a ellos cuando en realidad son producto de lo que su generación engendró.
Si la generación de los millennials es tan vacía, lamentable y hasta catastrófica como los «adultos grandes» nos lo quieren pintar, entonces deberían ser igualmente estrictos con ellos mismos y responsabilizarse sobre el «monstruo que ellos engendraron». Ellos educaron a los jóvenes que se la pasan pegados a los smartphones.
De la misma forma puedo hablar sobre el terreno político. No quiero de alguna forma justificar que, por ejemplo, los millennials del Reino Unido hayan sido lo suficientemente apáticos como para que ganara el sí al Brexit, pero también habríamos de preguntarnos si las estructuras políticas actuales (justo acababa de escribir un artículo sobre su relación con la política) son capaces de representar y comunicarse efectivamente con los millennials. Habríamos de preguntarnos si la apatía es una simple indiferencia o flojera de ellos, o si bien ellos se sienten ignorados por unas estructuras políticas ensimismadas y poco dispuestas a renovarse.
Porque por ejemplo, es paradójico que en nuestro país se perciba una profunda apatía de los jóvenes cuando de salir a votar se trata, pero al mismo tiempo haya más jóvenes que nunca involucrados en organizaciones civiles y colectivos de participación ciudadana. Incluso, algunos de estos últimos forman parte de los primeros (participan activamente en temas ciudadanos pero no salen a votar porque no se sienten representados).
En el tema tecnológico y de emprendedurismo Navalón dice que la mayor aportación de los millennials son Apps y filtros de Instagram (ignora que Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, entra dentro de la categoría de los millennials). Ciertamente, los millennials tienden a ser más inestables cuando de empleos se trata y también son algo más indisciplinados que su antecesores, pero decir que no aportan absolutamente nada es un tremendo error que puede ser evidenciado fácilmente; e incluso algunos de dichos defectos parecen ir en consonancia con el entorno en que viven (y que crearon aquellos como Navalón que los condenan): por ejemplo, es casi un sinsentido esperar que un joven sea leal a la empresa donde trabaja como lo fueron los adultos cuando el mercado es muy cambiante y cuando ya ha dado por sentado que tendrá muchos trabajos a lo largo de su vida.
Así, los millennials son producto de su entorno y de sus circunstancias. Mientras los «adultos grandes» como Antonio Navalón se enclaustran en la nostalgia con el recurrente sesgo cognitivo de que lo pasado siempre fue mejor, los millennials, con todas sus virtudes y sus limitaciones, intentan crear un proyecto de vida dentro del mundo que sus antecesores les heredaron; ellos fueron los que les crearon este mundo posmodernista donde todos los simbolimos que les puedan dar una identidad son considerados constructos sociales; ellos fueron los que construyeron y diseñaron los gadgets a los que se la pasan pegados. Los grandes construyeron un mundo, y ahora se quejan de sus consecuencias.