Un problema que adolece la sociedad contemporánea es la ausencia de liderazgos. Algunos insisten, cuando hablamos de política, en que no son necesarios, como si el líder necesariamente tejiera una relación paternalista con sus seguidores (aunque se ha insistido que el buen líder no crea seguidores sino nuevos líderes).
Dicen que la horizontalidad a la que dicen aspirar las sociedades modernas (que se muestra patente no sólo en las organizaciones sociales, sino también dentro de las empresas vanguardistas) no requiere de líderes sino de colectivos autónomos, que todo sea producto de la votación y deliberación del colectivo. La realidad es que dentro de las organizaciones humanas siempre emergen líderes, es parte de nuestra naturaleza. Deberíamos preguntarnos más bien qué tipo de líderes necesitamos.
Las organizaciones horizontales son vistas como parte de una evolución que comenzó con las organizaciones jerárquicas, donde existía una estructura fija en la que el líder era quien se encontraba al tope. Él ordenaba y encargaba a las ramas que se encontraban debajo de él que dichas órdenes se ejecutaran, y para satisfacer la orden del superior los de estas ramas, a su vez, encargaban tareas a las que estaban por debajo de ellos. De tal forma, toda la maquinaria trabajaba para cumplir lo que el líder ordenaba. Bajo un orden social donde se obedece al superior no es difícil adivinar que se esperara que el «líder o la autoridad» resolviera los problemas de los demás dada la poca autonomía de los individuos y la cantidad de poder que el primero acumulaba.
En este sentido, Max Weber hablaba de 3 tipos de autoridad: El líder carismático cuyo poder era producto de su carisma y la fe (a veces irracional) que le gente depositaba en él. El líder legal, cuya autoridad está regida por las leyes, y el tradicional, cuyo poder depende de la tradición o el orden ya establecido.
Tiempo después, las estructuras comenzaron a cambiar y a modernizarse. Así, apareció aquel líder cuya tarea no era ejecutar órdenes sino involucrar a todos en el proceso. El líder generalmente tiene la última palabra, pero sus subordinados pueden opinar y proponer e incluso tomar decisiones. El líder aprendió a delegar no sólo funciones sino parte de la toma de decisiones. Poco a poco, el líder comenzó a forjar su liderazgo desde el mérito y la legitimidad, y no por medio de la coerción. Así dio paso a lo que conocemos como el líder moderno, ese liderazgo del que tanto se habla.
El líder moderno no da órdenes porque «se le antoja la gana», persuade y empodera. El líder moderno no entra del todo en las definiciones que hizo Max Weber, sino que toma esa posición por mérito, tiene el consentimiento de los demás para serlo y aunque pueda fungir como autoridad legal (en el sentido weberiano) en algunos casos, sabe que esa condición no es suficiente para poder ser un buen líder que sea reconocido por su comunidad.
Cuando se habla de que en el mundo faltan líderes no nos referimos a los primeros, de quienes se espera que resuelva los problemas de los demás, sino a los últimos, quienes tengan la capacidad de inspirar, quienes estén bajo el escrutinio de sus gobernados o de quienes lo consienten.
Habiendo explicado esto, traigo a colación un artículo que causó mucha polémica y con el que tuve muchas discrepancias. La autora Ana G. González, tomando como referencia el fenómeno «Kumamoto», alertó sobre el potencial mesianismo que podría gestarse. El planteamiento del problema no es malo (el mesianismo siempre es peligroso e indeseable), el enfoque es más bien el problema no considera, como acabo de explicar, que hay distintos tipos de liderazgo y confunde el liderazgo de Kumamoto como fenómeno con un liderazgo meramente carismático (tomando como referencia a Max Weber de nuevo) donde irracionalmente sus seguidores depositan su fe esperando que resuelvan sus problemas. El argumento que Ana esboza en dicho artículo para alertar sobre el mesianismo es el siguiente:
Me preguntan que si conoces al muchacho que está haciendo política diferente en Guadalajara. Que ya no le creen ni al PRI ni al PAN ni a nadie, solo a Pedro Kumamoto. La mera mención de Pedro está acompañada ya de un aura de “sí se puede”. Lo peligroso de creer a Pedro Kumamoto el mesías de la política es creerlo incorrompible, invencible.
¿Usted ve un mesianismo implícito en este argumento? Yo no. Decir «no le creo al PRI ni al PAN y sólo a Pedro Kumamoto» no lleva un mesianismo implícito. Ana asumió con esto (no se lo dijeron) que Kumamoto era invencible e incorrompible. Partiendo de que Kumamoto, hasta la fecha, no se ha involucrado en un acto de corrupción y ha hecho bien su trabajo, hasta lo podría interpretar de la forma inversa: no creo en el PRI ni en el PAN porque ya se corrompieron, creo en Kumamoto porque él no se ha corrompido, ergo, si Kumamoto se corrompe ya no voy a creer en él.
Cuando uno navega por las redes sociales uno se da cuenta que muchas personas admiran a Pedro Kumamoto, pero eso por sí sólo no es un rasgo de mesianismo, admirar a alguien no es malo per sé, puede ser algo muy bueno si el líder en cuestión es positivo y congruente. Para que pudiéramos hablar de mesianismo se tendrían que dar las siguientes condiciones:
- Que la admiración sea irracional y se le atribuya a quien es objeto de admiración poderes o capacidades que no tiene. Que la admiración sea producto del carisma del líder y que el propio carisma tenga más relevancia que los propios actos o los resultados.
- Que quien es objeto de admiración busque deliberadamente ungirse como líder carismático, que se otorgue poderes o facultades que no tiene, y que adopte un discurso maniqueo que polarice a la sociedad creando una batalla entre los buenos (quienes simpatizan con él) contra los malos (quienes rivalizan con él).
En la mayoría de los casos, el primer punto no se cumple: al decir «yo sí le creo a Kumamoto» no se le está otorgando ni poderes ni capacidades de las cuales carece. Por ejemplo, Juan Pardinas, director del IMCO y quien si de algo entiende muy bien es de participación ciudadana, dice:
En mi lista de héroes @pkumamoto aparece muy arriba. Hay que exportar #SinVotoNoHayDinero de Jalisco al resto del país.
— Juan E. Pardinas (@JEPardinas) 1 de junio de 2017
Pardinas, a pesar de ser muy halagador, no le está dando un cheque en blanco a Kumamoto. Por el contrario, Pardinas considera héroe a Kumamoto por sus actos a los cuales considera heroicos (como promover y lograr que #SinVotoNoHayDinero se convirtiera en una reforma en Jalisco), su admiración está condicionada por dichos actos y por la congruencia de Pedro Kumamoto. A diferencia de los líderes carismáticos, Kumamoto no da discursos incendiarios ni invita a la confrontación, mucho menos es un líder que se impone.
Habrá quienes (excepción y no regla) idealicen en exceso a Pedro Kumamoto, digan que debería apuntarse a la Presidencia de la República (no tiene la edad para hacerlo, y yo considero que todavía está muy verde para ello) y que lo puede todo, pero eso también tiene que ver mucho con la ignorancia y el desconocimiento de cómo funcionan las instituciones.
El segundo no se cumple en lo absoluto en tanto Kumamoto nunca ha pretendido ser un líder carismático, incluso ni siquiera se trata de una persona que presuma un gran carisma. Por el contrario, siempre reconoce a su equipo como parte esencial para que sus logros se pudieran llevar a cabo. Es decir, el mismo Pedro Kumamoto no se entiende sin su equipo:
¡Se aprobó #SinVotoNoHayDinero en Jalisco!
Posted by Pedro Kumamoto on jueves, 1 de junio de 2017
Los líderes mesiánicos se otorgan todo el crédito, hablan de «yo». Kumamoto no lo hace, habla de «nosotros» y en el video sale junto con su equipo para mostrar que no es él, sino muchos los que lograron que la iniciativa pasara. El lenguaje corporal y las posturas hablan mucho de un tipo del liderazgo que se aleja mucho del «liderazgo mesiánico».
Para alertar sobre el mesianismo, Ana G. Gonzalez intenta relativizar el logro de Pedro Kumamoto insistiendo en el contexto:
Pedro llegó a un Congreso de Jalisco que tiene la mitad de diputados del PRI y la mitad de diputados de Movimiento Ciudadano… los diputados de Movimiento Ciudadano ya habían presentado su propia versión de éstas iniciativas. Es natural, que estando más o menos alineados a la izquierda, MC y Pedro tengan coincidencias, pero sin la voluntad política de Movimiento Ciudadano, las iniciativas de Pedro no habrían llegado muy lejos.
En política el contexto siempre importa, tanto que se debe de dar por sentado. Las decisiones políticas más importantes de la historia de la humanidad no se entienden sin el contexto bajo el que éstas se tomaron. Pedro Kumamoto encontró un escenario relativamente favorable pero eso no demerita su logro. Por ejemplo, Ana G. González dice que Movimiento Ciudadano (MC) ya había presentado su «propia versión». Pero entonces ¿por qué no la habían logrado pasar? ¿Por qué Kumamoto, diputado independiente, quien por tanto no tiene bancada en el congreso sí la logró impulsar?
Ana también ignora que Kuma y su equipo (recordemos que no es sólo un individuo sino varios) lograron colocar #SinVotoNoHayDinero en la agenda nacional. Kumamoto no fue el autor intelectual de esa iniciativa, Manuel Clouthier ya la había promovido antes y otros actores habían creado iniciativas parecidas, pero Kumamoto y su equipo (prácticamente sin recursos económicos) colocaron el tema dentro de la comentocracia nacional y las mesas de debate.
Ana no se equivoca cuando dice lo siguiente:
Nadie por sí solo puede cambiar al sistema, se necesitan muchos Kumas, muchos agentes de cambio, para romper con la política sucia. Necesitamos construir ciudadanía en lo político, regresar a las mesas de trabajo, a la consulta pública, al diálogo con la gente.
Pero erra de nuevo al decir que la admiración que muchos tienen por Pedro Kumamoto se contrapone con esta idea. Por el contrario, si hablamos de un líder, que no es mesiánico, y que creció desde la participación ciudadana, su admiración puede lograr más bien que más personas se animen y se involucren. Si los líderes de ahora tienen sus propios modelos de referencia (como el empresario que admira a Steve Jobs o el ciudadano que admira a Mandela) ¿por qué deberíamos cuestionar a la gente por admirar a Pedro Kumamoto y creer en él?
Admirarlo tampoco está o debería estar peleado con exigirle cuentas. Se le admira porque precisamente, a la hora de exigirle cuentas, ha traído buenos dividendos. Efectivamente a Kumamoto se le debe exigir y si se involucrara en un acto de corrupción se le debería juzgar de forma determinante como se hace o se debería hacer con todos los políticos.
Ciertamente eso es lo que deberíamos esperar de todos los políticos. En un país con un clase política ideal Kumamoto debería ser un político común y no el sobresaliente. Kumamoto sobresale no porque tenga ningún superpoder, sino porque hace lo que le toca, representar a los ciudadanos y trabajar por ellos. Como dice Ana, en la política debería haber «muchos Kumas», gente que construya ciudadanía y que trabaje. Pero precisamente, el modelo de Kuma puede alentar a muchas personas a hacerlo, como aquellos que admiraron a líderes importantes y que, gracias a esa admiración, se animaron a hacer cosas grandes.
En el mundo actual faltan líderes que inspiren a la gente. Son ellos, quienes con sus actos y su congruencia, pueden inspirar a muchas otras personas a hacer lo mismo.