La ciencia es la manifestación suprema del hombre como individuo terrenal.
Lo es porque la ciencia es el producto de sus más altas capacidades cognitivas. La ciencia no es perfecta en tanto el ser humano no es perfecto, pero tiene la capacidad de autolimitarse, regularse y de ponerse a prueba a sí misma a través del método empírico. Es decir, la ciencia no puede ser producto de arrebatos y arbitrariedades, ella misma funge como filtro ante las ocurrencias de nuestra especie.
La única forma en que se puede negar a la ciencia es con más ciencia. Si alguien duda de alguna teoría o hipótesis, debe plantear otra nueva que evidencie la hipótesis anterior y la sustituya. Quien pretenda negar a la ciencia fuera de esa dinámica es un charlatán.
Pero esa negación, tomando en cuenta que el progreso humano y su autosustentabilidad tiene como base a la ciencia misma (y claramente a la filosofía que no contradice a la ciencia sino que le da sustancia), puede ser muy peligrosa.
Lo que acaba de hacer hoy Donald Trump es una rotunda negación de la ciencia. El cambio climático no es un concepto esotérico ni una arbitrariedad, es un hecho comprobable a través de la ciencia. Salirse del acuerdo climático de París es una de las decisiones más bárbaras que ha tomado Estados Unidos desde hace tiempo.
El pobre Donald Trump no entiende a la ciencia, básicamente porque su ignorancia y su desmedida ambición pesa más que la razón, porque el beneficio inmediato (si es que hay un beneficio tangible) importa más que la sustentabilidad a largo plazo. No entiende, el pobre Donald, que si no se toman medidas enérgicas (parte de la razón de ser del tratado) al planeta se lo va a cargar el payaso. Por ejemplo, se estima que en algunos años o décadas las principales ciudades del mundo tendrán un clima más cálido que cualquier otro año hasta 2005.
La ciencia es tan evidente que muchas empresas estadounidenses se opusieron a esta medida (porque recordemos que Trump busca, entre otras cosas, aumentar la productividad en su país al deshacerse de los «represivos protocolos ambientales»). Empresarios como Elon Musk y el CEO de Disney decidieron renunciar a los consejos consultivos de la Casa Blanca.
Nuestros antepasados creían que con el avance de la ciencia, la charlatanería terminaría siendo una anécdota histórica. Creían que bastaba con demostrar que algo era cierto o erróneo para que se estableciera de esa forma. Nos hemos dado cuenta que no es así, mucho de lo que ya puede ser afirmado o negado categóricamente por medio de la ciencia es ignorado (a veces de forma deliberada) para así crear una «interpretación alternativa» de la realidad, a pesar de que las evidencias son claras. El menosprecio por la ciencia que tienen algunos sectores de la sociedad estadounidense se ha traducido en políticas públicas tangibles. El dogma que puede ser fácilmente evidenciado ha logrado imponerse sobre la razón.
La decisión de Trump hará mucho daño al planeta tierra (por el tamaño, importancia y el peso económico del país al que gobierna), un planeta cuyo ecosistema ha visto deteriorarse por la supremacía del ser humano sobre todas las demás especies. Justo cuando empezamos a tomar responsabilidad sobre ello, y justo cuando posiblemente lo hicimos tarde, la ambición de un líder, alimentado por la ignorancia y el dogma, pueden comprometer la sustentabilidad de nuestro planeta en un futuro que ya no es tan lejano.
Y claro, la reacción de la comunidad internacional apareció al instante: