Pepe es un clasemediero (posiblemente esté condenado toda su vida a ser clasemediero).
A Pepe le gusta mucho leer esos libros para cambiar y mejorar su relación con el dinero, ama a esos autores que presumen vastas riquezas a pesar de que la mayor parte es producto de las ventas de sus libros. Así, Pepe carga un libro de Robert Kiyosaki en su mano y afirma de manera categórica:
– Los pobres son pobres porque quieren, los pobres deben de cambiar su actitud. Los ricos, en cambio (él no es rico) tienen una actitud positiva, se esfuerzan, saben ahorrar y «no tienen un problema personal con el dinero», no le tienen miedo. De hecho, hacen que el dinero trabaje para ellos -.
Pepe trae datos para sostener su argumento. Dice, que leyó un estudio que decía que mientras los ricos ahorran dinero, los pobres se gastan los recursos que tienen enfrente, no tienen una cultura del ahorro. El estudio que leyó no es falso y tiene rigor académico.
Pepe dice: -Ahí está, es su culpa. Ellos no tienen una cultura del ahorro, no se han molestado en aprender a entablar una «mejor relación con su dinero».
Así, Pepe presume todo aquello que le ha forjado (según él) una actitud de éxito que le permite (según él, nuevamente) criticar de forma altiva a los pobres. Pepe presume sus cursos de superación personal, su diplomado de educación financiera, todos ellos con un costo no módico (que tal vez le pagaron sus papás): – yo me he molestado en tomar estos cursos, en educarme continuamente, y los pobres nada más no lo hacen, – se dice. – Yo sí me esfuerzo por salir adelante, ¡es la actitud, es la mentalidad! – Insiste.
Pepe, el clasemediero altivo kiyosakista-multinivelista nunca se preguntó si aquel joven pobre al que desprecia tuvo no sólo el dinero para pagar todos esos cursillos que presume que «cambiaron su mentalidad de víctima a tomar las riendas de su vida» sino el tiempo o incluso el conocimiento de que esos cursos existían. Tampoco se preguntó si él, clasemediero que es, soportaría física o psicológicamente un trabajo de «pobres con actitud negativa que no le echan ganas a la vida» de 10 horas diarias en una construcción o el de la señora del aseo del Estado de México cuyo traslado de su casa a la casa de su patrona en la Colonia del Valle es de dos horas y que tiene que barrer y trapear toda una residencia para después hacer de cocinar.
Aún así, Pepe se pregunta: – ¡A ver! ¿por que la muchacha de mi casa no ha aprendido a hacer networking? A mí me va bien (no le va tan bien en realidad) gracias a mis conectes y mis relaciones -.
La cultura del pobre es diferente al del clasemediero y al del acaudalado, eso no queda duda. Los patrones de comportamiento son diferentes. Pepe insiste en que es cuestión de actitud.
– Es que a cualquier persona que le echa ganas a la vida le va bien, es cuestión de esfuerzo y nada más.
Después de rechazar una invitación de una organización civil que ayuda a los pobres precisamente para darles esos conocimientos que tanto él presume y así tengan mayores posibilidades de movilidad social (eso de ayudar no le gusta porque le quita tiempo para el business), sale a pasear a una colonia opulenta donde decidió no comer porque los costos de los restaurantes eran prohibitivos (dijo que su conciencia kiyosakiana le susurró al oído que tenía que practicar la cultura del ahorro, lo cierto es que no tenía dinero). En eso un joven acaudalado, parte de las élites de la ciudad, se le queda viendo y se dice a sí mismo:
– Ese clasemediero es clasemediero porque quiere y porque no tiene pantalones. Leyendo a Kiyosaki, que loser. Si se hubiera esforzado como yo me maté cuando estudié en la escuela de negocios de Harvard, no sería un vil clasemediero. De verdad, cómo no tiene la visión para irse a Estados Unidos y tomar los congresos de negocios del MIT. Sí, son caros, pero pues que se ponga a trabajar para pagarlos. Le falta esa actitud que los acaudalados tenemos.