Hace tiempo estaba atendiendo una clase y quienes la integrábamos estábamos platicando de temas diversos. En eso, uno de quienes estaban ahí presumió su cociente intelectual. Yo soy 132, decía (se refería a su cociente, no al contingente que se formó antes las elecciones del 2012). Lo curioso era que se esforzaba por hacerse pasar como inteligente, había que desquitar ese 132. No era ninguna persona exitosa o destacable, sin más no recuerdo era una suerte de freelancer. Evidentemente no era un tonto y su cerebro no le funcionaba mal, pero esa arrogancia era incómoda: «soy inteligente y haré cualquier cosa por recalcarlo, aunque tenga que opinar sobre temas que desconozco».
Aunque ha habido largas discusiones en torno a este tema, sabemos que el cociente intelectual es determinado en gran medida por factores hereditarios. Es decir, quien nace con un bajo o alto IQ en realidad ya no puede aumentarlo de forma considerable. Entonces se entiende que la inteligencia racional (que es lo que intenta medir este puntaje) tiene muy poco que ver con el mérito y sí mucho con un accidente hereditario. Pero a pesar de esto, muchos insisten en presumir algo por lo que no trabajaron, que les fue dado.
What is your IQ I have no idea. People who boast about their IQ are losers (¿Cuál es su IQ? No tengo idea. La gente que presume su IQ es perdedora) – Stephen Hawking.
De hecho, apelando al mérito, la exigencia debería ser mayor sobre quienes tienen un cociente intelectual más alto. Si se supone que tienen una mente privilegiada, entonces se esperaría que su desempeño fuera mejor: elaborar un cálculo avanzado o programar un sistema complejo debería ser menos meritorio para una persona con un IQ alto que aquel que no lo tiene porque para la última persona lograr aquello requirió de un mayor esfuerzo.
Es muy cierto que la sociedad debe de tener la facultad de detectar a las personas superdotadas porque con su gran potencial pueden convertirse en esos agentes que logren transformaciones: son los nuevos físicos, los nuevos empresarios o artistas. Ciertamente, en algunos casos, su condición sobresaliente suele ser un arma de doble filo para, por ejemplo, socializar dentro de una sociedad cuyo IQ es más bajo que el suyo, o también para poderse adaptar a una estructura que no contempla a quienes tienen una inteligencia sobresaliente. Pero al final, la inteligencia es más un privilegio que un mérito.
Luego, tenemos que agregar que el Cociente Intelectual mide sólo un tipo de inteligencia (racional) y que no lo hace necesariamente bien. La inteligencia en realidad está determinada por muchos factores que son difíciles de medir en un conjunto. Howard Gardner rebatió los tests de cociente intelectual al proponer la teoría de las inteligencias múltiples, que afirma que no existe solamente un tipo de inteligencia, sino que son varios y muy diversos entre sí. Después vino el concepto de inteligencia emocional popularizado por Daniel Goleman (éste sí con un alto contenido meritocrático en el sentido de que cualquier persona puede modificarla con la práctica). Por ejemplo, una persona con un alto IQ y una inteligencia emocional muy baja podría convertirse no en un físico prominente sino en un delincuente.
Entonces, con todo esto, tendríamos que preguntarnos qué es realmente la inteligencia. Y como punto de partida podemos ver que tenemos algo mucho más complejo que su definición tradicional y arcaica. Pero si sumamos todos estos componentes: que son muchos los tipos de inteligencia, y que dentro de éstos hay una inteligencia emocional, entonces podemos encontrar una mayor fuerte correlación entre inteligencia y éxito. Y aunque no todos los rasgos de la inteligencia pueden ser modificables, hay otros que sí, y así el individuo puede hacer algo más por desarrollarla. Tal vez no tenga tanto margen de maniobra en cuanto a la inteligencia lógico matemática, pero sí puede desarrollar su inteligencia interpersonal y la inteligencia emocional. Tal vez una persona con un IQ relativamente bajo pueda no llegar a ser nunca un gran matemático estrella o un filósofo de talla mundial, pero podría desempeñarse muy bien en áreas donde la empatía con otras personas y las habilidades sociales son necesarias si desarrolla su inteligencia interpersonal.
Presumir el IQ es presumir sólo uno de los tantos rasgos que la inteligencia tiene. No significa que debamos despreciar la inteligencia racional. Tal y como comenté, es importante que la sociedad sea capaz de detectar a quienes tienen un IQ sobresaliente por lo que pueden aportar. Pero también hay que dejar de pensar que la inteligencia es sólo eso, que la inteligencia son rankings de las personas más inteligentes del mundo seleccionadas de forma arbitraria y sin un test real de por medio.
Al final, el juicio que hagamos sobre las demás personas no debe recaer en su inteligencia, sino en lo que puede aportar como individuo a la sociedad y que está determinado en gran medida por su inteligencia en el amplio sentido de la palabra (entendiendo que hay varias y que hay un componente emocional). Las competencias para ver quien tiene el IQ más alto son absurdas, más cuando en muchas ocasiones no se termina viendo reflejado en el desempeño del individuo.