Si hoy fueran las elecciones, López Obrador ganaría.
La clase política está muy nerviosa. La guerra sucia (o campaña de contraste) ha comenzado. Pero hay tres problemas: que 2018 no es 2006, que la clase política esté desacreditada (aunque AMLO también forma parte se ha logrado desmarcar de ella en el discurso) y que en ese ímpetu por «bajar» a López Obrador, se nota mucha desesperación; eso no es bueno.
Algo que habría agradecido de Felipe Calderón, a diferencia de su antecesor Vicente Fox (que se ha convertido en una mala broma), era la prudencia de sus comentarios. Hoy ya no es así: el expresidente posteó dos tuits lamentables que se podrían esperar de Gerardo Fernández Noroña, de Donald Trump, o hasta del propio López Obrador, pero no de él:
Ya serénense #pejechairos, están leyendo muchas encuestas. Están nerviosos y agresivos, más que de costumbre. https://t.co/Xh9kTFHl15
— Felipe Calderón (@FelipeCalderon) 5 de abril de 2017
No es digno de un expresidente, quien se supone representó a todo un país, que se exprese así de un sector de la población. No es congruente que un expresidente que se lanzó duramente contra Trump por su discurso segregador, haga lo mismo al etiquetar a un sector de la población, por más que éste se le oponga y tengan diferencias irreconciliables.
Peor aún es que la encuesta que Felipe Calderón usa como referencia es muy poco fiable. Uno podría entender que López Obrador pierda puntos, pero ¿de verdad creen que Margarita Zavala, como refiere la encuesta, subió 5 puntos con su campaña desangelada? Peor ¿creen que de verdad Osorio Chong subió ¡7 puntos!? Sí, Osorio Chong, quien es parte de un gobierno cuyo timón no llega ni al 10% de aprobación.
Algunos me dirán que es parte de una campaña de contraste, que habrá que polarizar a la sociedad de nuevo como en el 2006 para arrebatar el triunfo a López Obrador. Pero no sé si una campaña como la que se hizo en 2006 pueda tumbar al tabasqueño. De hecho, en 2006 esa campaña no funcionó por sí sola, sino que necesitó que López Obrador cometiera errores (como el «cállate chachalaca» o no haber asistido al debate).
Cómo he repetido en este espacio, a diferencia de 2006, la clase política está sumamente desacreditada. Que desde el PAN o desde el PRI se diga que AMLO es un peligro no generará un gran impacto, tan sólo reafirmará a los más férreos opositores a López Obrador, quienes ya de todos modos no iban a votar por él.
Quienes están interesados en que López Obrador no llegue a la presidencia, deberían de prestar atención a lo que ha pasado en otras latitudes, sobre todo en Estados Unidos. De la misma forma que ocurrió con Donald Trump, López Obrador puede darse el lujo de decir sandeces, insultar y desacreditar a diestra y siniestra sin que eso tenga mayor afectación, lujo que no se puede dar Felipe Calderón, cuya aspiración es que Margarita Zavala llegue a la Presidencia de la República.
De igual forma, a pesar de la campaña de contraste utilizada en Estados Unidos por parte de los demócratas, Trump se alzó con la victoria. Los opositores (no sólo los demócratas, sino la propia prensa) cometieron el error de darle mucha importancia al candidato y lo dejaron crecer. Las elecciones estadounidenses se trataron de Donald Trump, quien supo manejar el show y aprovechar la cobertura mediática (incluyendo críticas a su persona) para ganar.
Ahora todos hablan de López Obrador porque sus opositores hablan de él, y en su desesperación, lo sobredimensionan. Creen que basta con asustar al voto útil para obtener la victoria; pero a diferencia de 2006, dicho segmento está harto de la clase política y les venderá más caro su voto. Ellos ya no sólo se preguntarán si con López Obrador México se convertirá en una Venezuela, sino también si tendrá sentido votar por un PRI o un PAN cuando después de 18 años, a diferencia de lo que se prometió con la idea del «cambio», México está sumido en la corrupción y padece una severa crisis de inseguridad. Del primero el PAN podrá deslindarse sólo parcialmente (no sólo porque no están exentos de corrupción sino por su displicencia con los escándalos del gobierno de Peña Nieto), del segundo no. La crisis de inseguridad se remonta a los inicios del gobierno de Felipe Calderón.
Quienes aspiran a hacer esta campaña de contraste ignoran la crisis de representatividad que vive no sólo México, sino todo Occidente. Esperar que con un candidato mediano que representa «más de lo mismo» baste para ganar es casi un contrasentido. En un escenario así, dejarán la campaña en manos de López Obrador, y sólo podrían aspirar a que el tabasqueño se hunda por sus propios errores.
Si Marine Le Pen no tiene nada seguro su triunfo en las elecciones de Francia, es porque el liberal Emmanuel Macron ha logrado presentarse con un discurso antisistema que contrasta con el gobierno de Hollande, cuya popularidad va en picada. A su vez, Hillary no supo crear un discurso parecido (en parte porque no tenía los elementos para hacerlo), y ante esa imposibilidad, aspiró a una campaña de contraste que incluso le fue contraproducente. Es cierto que tuvo un mayor número de votos, pero también es cierto que desde un inicio los candidatos conocian las reglas de juego del peculiar sistema electoral estadounidense; y así, Trump logró acaparar más delegados.
Dicho esto, la fórmula para detener el avance de López Obrador es con otro candidato antisistema, quien le robe el discurso y a la vez mantenga una postura más moderada para lograr acaparar al voto útil, el de las izquierdas que no se sienten representadas por AMLO o que no le son fieles, el de los centristas y el de los de derecha decepcionados con el PAN (que no son pocos); alguien que logre contrastar contra la clase política, que muestre un discurso firme contra la corrupción y la impunidad que impera en México.
Pero la clase política está tan ensimismada (se ha convertido tanto en el problema que les es imposible generar un candidato con tales dimensiones) que sólo podremos aspirar a un perfil así desde una candidatura independiente.
Si Calderón con sus tweets busca hacer más de lo mismo, y peor aún, si busca confrontar a los votantes que discrepan como él, no sólo no logrará afectar las preferencias de López Obrador, sino que podrá poner en predicamento la campaña de su esposa, campaña que, por cierto, ya se está tambaleando.
La desesperación se huele, se percibe. La desesperación no atrae votos, los ahuyenta.
Mientras, algunos empresarios y poderes fácticos (Carlos Slim, TV Azteca) ya no piensan en deshacerse de él, sino en hacer equipo para salvaguardar sus intereses en caso de una eventual presidencia de López Obrador.