Las elecciones del 2018 están cada vez más cerca y la terna de participantes comienza a configurarse. Pero esta no será una elección cualquiera.
De hecho, en estos años veremos (o ya estamos viendo) una reconfiguración del sistema partidario de México que romperá de algún modo con el orden de las cosas que se mantuvo desde los años noventa, y que muchos dieron por sentado que continuaría así. Países europeos como Italia, Grecia y hasta Francia, son claros ejemplos de que las cosas pueden cambiar radicalmente, de que los partidos hegemónicos no lo son tanto, y que no son inmunes a desaparecer o caer en la irrelevancia.
Hasta ahora, el sistema partidario consistía en un PRI, que por su ambigüedad ideológica siempre se coloca al centro político y que se ha caracterizado como «el partido», que gracias a su voto duro y sus estructuras, siempre estaba ahí. A la derecha se encontraba el PAN, como la opción más «capitalista» de todas y que en algunas de sus facciones representa el conservadurismo; y a la izquierda, un PRD que se balanceaba entre la izquierda nacionalista de López Obrador y la socialdemocracia de hombres como Marcelo Ebrard.
Todo eso va a cambiar. El desencanto de la ciudadanía con la clase política más los juegos de poder producto del progresivo debilitamiento de dicha clase, harán que el orden cambie. Ya comenzamos a ver algunas manifestaciones de ello:
Por un lado, tenemos a un PRD que se está desdibujando rápidamente, al punto en que no son pocos los que dudan si conservará su registro. Y mientras eso pasa, MORENA, un partido unipersonal de izquierda nacionalista que representa los intereses de López Obrador, emerge en el panorama político como «el partido de izquierda».
Por otro lado, y que todavía no es tan visible pero que se puede observar por debajo del agua, es la decadencia del PRI. El Partido Revolucionario Institucional, a la fecha, gobierna el país y mantiene algunos estados clave. Pero debido al desgaste como marca, producto de las acciones del Presidente de la República y de algunos gobernadores en los últimos años, así como por el envejecimiento de sus estructuras, se antoja difícil que vuelva a ostentar el poder e influencia que todavía tiene. En el Estado de México, una entidad donde no tiene segura la victoria, ya pusieron a trabajar a toda su maquinaria, lo cual incluye llevar a miembros de gabinete y asignar recursos federales (como afirman algunas fuentes) a la campaña. El PRI sabe que si pierde el Estado de México, recibirá un golpe del cual muy probablemente no se vuelva a recuperar.
El único que se mantiene relativamente estable en el panorama político, es el PAN. A pesar de que también ha sufrido cierto desgaste y ya no inspira tanta confianza (no son pocos los que se han decepcionado del partido azul), esa relativa estabilidad, aunada a los conflictos en la izquierda y la degradación del PRI, lo mantienen con cierta relevancia. Un escenario donde el PRI sea relegado al tercer lugar en el país, y que sean el PAN y MORENA los partidos más importantes, quienes se disputen la presidencia y las gobernaturas de algunos estados, no es improbable.
Pero hay otro factor muy importante que debemos considerar, y que es claro producto de la decadencia del sistema partidista: los candidatos ciudadanos (también llamados independientes).
Cuando hablamos de ellos, nos vienen a la cabeza Pedro Ferriz, Jorge Castañeda (quien se bajó de la contienda como candidato pero sigue siendo uno de los principales promotores), Emilio Álvarez Icaza, Denise Dresser (autodescartada también) Armando Ríos Piter (el único con trayectoria política anterior) y otros personajes que en algún momento han considerarse lanzarse como independiente por la Presidencia de la República. En realidad no es algo tan improvisado como parece: al parecer, existe una agrupación o una plataforma que busca lanzar al candidato independiente que tenga más posibilidades de ganar.
Todos los nombres, con sus virtudes y sus defectos, pero ciertamente más honorables que los políticos tradicionales (incluso Pedro Ferriz, de quien dije que no consideraba que estuviera completamente apto para ser Presidente), rompen con el perfil del político tradicional; ese que vive en una burbuja y que se ha aislado tanto de la sociedad a la que dice gobernar. Muchos de ellos están ahí porque son capaces de observar esa contradicción, de los políticos, servidores públicos en teoría, pero que le han dado la espalda a la sociedad, a la cual ya no entienden, y a la cual parece que sólo son capaces de medir con números fríos.
Un candidato ciudadano no puede ir solo. Pedro Kumamoto, en su momento, recibió el apoyo de toda la clase intelectual y académica del ITESO. Sin ésta, difícilmente hubiera ganado. Pero obtener el registro en un área urbana no es lo mismo que hacerlo en todo el país. Es mucho más fácil conseguir las firmas necesarias en las colonias del distrito, cuya mayoría ya conoces, que hacerlo en toda la República Mexicana, donde se tendrá que acudir a los pueblos y a los lugares más recónditos.
La legitimidad del candidato ciudadano no puede darse solamente por su condición de ciudadano, el candidato debe demostrar que tiene la credibilidad y los tamaños.
El reto del candidato ciudadano es poder cruzar esa barrera, el de las limitaciones legales que siguen poniendo muchas trabas para no quitarles el privilegio a los partidos. Si el candidato la cruza, automáticamente se convertirá en un serio contendiente. Pero aún así tendrá otras limitaciones que no existieron, o al menos, no hicieron tanta mella, en las campañas de los candidatos independientes que contendieron por una ciudad o un estado: el candidato independiente seguramente llegará a ser muy conocido en las grandes urbes que están conectadas e inmersas en el mundo digital. La falta de presupuesto no será problema para poder llegar a esos sectores.
El gran problema para el candidato ciudadano residirá en las áreas más deprimidas de las ciudades, en el campo, en los pequeños poblados, en las regiones más atrasadas; el número de electores ahí es considerable si tenemos en cuenta que en México hay más de cincuenta millones personas que se encuentran en situación de pobreza. Ahí será un mayor problema, a diferencia de las ciudades, que no esté respaldado por un partido y que su presupuesto sea muy limitado.
El candidato ciudadano necesariamente tendrá que partir de los sectores ilustrados de las grandes urbes, y de ahí, extenderse a los demás sectores sociales. La legitimidad del candidato ciudadano no puede darse solamente por su condición de ciudadano (un narcotraficante o un empresario corrupto podrían utilizar la vía independiente para postularse), sino que tiene que demostrar que tiene la credibilidad y los tamaños. Por eso entonces, necesitará conseguir el apoyo de académicos y personajes de la sociedad civil que avalen, dentro de las grandes urbes, su calidad como candidatos. A partir de la legitimidad conseguida ahí, el candidato ciudadano tendrá que extenderse y acudir a los demás sectores, con la gente de escasos recursos, los sectores marginados y los alejados de las ciudades. El candidato ciudadano tendrá que romper con la tradición clientelar que han establecido los principales partidos políticos (sobre todo el PRI) en esos sectores. Ahí tiene una tarea muy difícil, pero si dicho candidato es honesto, empático con ellos, y tiene la verdadera intención de ayudar al país, podrá encontrar alguna forma.
A pesar del panorama oscuro y sombrío (la terna con Margarita Zavala, López Obrador y cualquiera del PRI no hace pensar en otra cosa), se abre una puerta. El camino es difícil, mas no imposible. Ahí se abre una oportunidad para quien realmente quiera representar a la ciudadanía.
En ellos reside si la nueva configuración nos conducirá al retroceso, o, por medio de su liderazgo, lograrán traer nuevos bríos y cambios concretos a este país tan falto de esperanza.