En Internet se creó un debate a partir del trato que los medios le dieron al tema del jersey de Tom Brady robado por Mauricio Ortega, ex director del diario La Prensa, y al de las fosas encontradas en Veracruz y que contenían centenas de muertos (tal vez más).
Naturalmente, la nota de las fosas debe de ser la más preocupante (no es lo mismo la vida de más de 200 personas, muchas de ellas posiblemente inocentes, que un futbolista que sufrió un hurto), pero el tema del jersey robado no deja de ser importante lo que refleja. De hecho, a pesar de que se tratan de notas muy diferentes, comparten algunas causas en común: un país con un Estado de derecho demasiado lacerado, falta de valores y una profunda falta de respeto tanto a las leyes o normas como al prójimo (aún cuando la diferencia entre el hurto a Tom Brady y el asesinato de cientos de personas sea abismal).
La nota de las fosas pasó relativamente inadvertida, no sólo en los medios tradicionales donde la libertad de expresión está cada vez más restringida, sino también en los medios digitales que son más libres y plurales. En el primer caso podríamos apostar que el gobierno pudo haber ejercido presión para difundir lo menos posible la nota; pero el segundo caso, donde si bien tocaron el tema no lo hicieron con tanto ahínco. es más difícil comprender.
No sólo fueron los medios, también fue la sociedad que pareció tratar de no darle tanta relevancia al tema de las fosas. Pocos hicieron más preguntas y simplemente se limitaron a blasfemar al gobierno de Javier Duarte; porque no hubo manifestación alguna, ni siquiera recuerdo que se organizara una junta de firmas en change.org (el epítome del activismo de sofá).
Podría pensar que se trata de cierta normalización de la violencia; donde las fosas, los muertos, los desaparecidos (a quienes prácticamente nunca se les hace justicia) se han vuelto parte de lo cotidiano, de las reglas y no de las excepciones. Los mexicanos somos una sociedad tan resiliente, capaz de adaptarse al entorno, que nos hemos adaptado al punto de dar por sentados estos actos inhumanos.
En cambio, el jersey robado llamó la atención, en parte, porque la noticia llegó en un momento muy sensible, donde el Presidente de Estados Unidos nos acusa de enviar lo peor a su país, a los violadores, los secuestradores; y claro, porque se trata de uno de los jugadores más populares de toda la NFL.
Esta noticia ayudó a legitimar el discurso de Trump. Tom Brady, el quarterback de los Patriotas de Nueva Inglaterra, es amigo de Donald Trump, y Sean Spicer, el vocero de la Casa Blanca, no dejó de aprovechar la ocasión para burlarse del incidente. Pudo ser peor: afortunadamente para nosotros, Donald Trump está tan enfocado en el Obamacare (que no pudo tumbar por falta de votos) que no se molestó en aprovechar el incidente para impulsar la construcción del muro.
Que el director del diario La Prensa, uno de esos diarios pasquines del PRI, haya aprovechado el privilegio de entrar a los vestidores para robarse el Jersey de Tom Brady (lo cual no hizo en una sola ocasión), es algo que evidentemente, y más en el contexto actual, nos deja la cara roja de la vergüenza. El acto de una sola persona puede hacer mucho daño a la «marca-país». Llama la atención (lo cual responde a la pregunta de por qué sí encuentran un jersey y no a Javier Duarte) que si no fuera por el FBI quien inició la investigación, nada de esto se hubiera sabido y el «periodista» hubiera podido presumir el jersey enmarcado por el resto de sus días.
Lo correcto es que Mauricio Ortega enfrente a la justicia, lo cual, evidentemente, no va a suceder. Pero lo que es peor, es que al parecer nadie va a enfrentar a la justicia por el tema de las fosas y los más de 250 muertos. Parece que a Tom Brady no le importó tanto el hurto, pero por otro lado, hablar de 250 muertos es hablar también de 250 o más familias mutiladas y laceradas. Posiblemente nunca se sepa que pasó ahí, si se trata del narcotráfico, o el propio gobierno de Javier Duarte haya tenido algo que ver.
Y aunque se trate de dos notas muy distintas, podemos fácilmente llegar a la conclusión de que un país con su tejido social en descomposición, con unas instituciones cada vez más corrompidas, puede explicar fácilmente por qué ocurrieron ambas.