El semiólogo recientemente fallecido Umberto Eco decía que todos necesitamos tener un enemigo. Ello, dice él, define nuestra identidad y nuestro sistema de valores. Se puede tratar de un enemigo concreto (otra nación o algún personaje) o uno abstracto (alguna corriente política o forma de pensar).
Por ejemplo: la Unión Soviética forjó gran parte de su identidad con el discurso antioccidental y la conceptualización de Estados Unidos como «el enemigo». Un clásico de futbol también está explicado por ésto. Los equipos -Real Madrid o Barcelona, Chivas o América- no sólo tienen un rival acérrimo a quien odiar, sino que parte de su esencia tiene que ver con ese odio: ser aficionado al Guadalajara es odiar al América y viceversa.
De igual forma ocurre con los enemigos abstractos: Los enemigos de los libertarios son los keynesianos, el enemigo de la religión es el ateísmo y viceversa.
México ha conocido a un nuevo enemigo, una amenaza que pudiera ayudarle a reforzar su identidad: Donald Trump. Ante la amenaza, el mexicano hace énfasis en los valores que lo definen como mexicano: saca su bandera, presume el guacamole, y hasta hace campañas para producir lo hecho en México. Ante una amenaza así el mexicano intenta ser más mexicano.
Pero México tiene dos problemas, que aquel «extraño enemigo» no era el primero ni el único.
El que «pegó primero» fue aquel que primero le daba identidad a la izquierda pero que después -producto de sus errores y agravios- se convirtió un enemigo común para todo mexicano sin distinguir corriente política o posición social -el 88% según las encuestas-: Enrique Peña Nieto.
Entonces estamos en un problema. ¿Por qué?
Porque parte de la dinámica en la cual la entidad -sea una persona, un grupo o una nación- toma una postura ante el enemigo, consiste en reforzar los lazos de quienes conforman dicha entidad. Pero resulta que dentro de esa entidad hay, a su vez, otras entidades que juegan el mismo papel y que debilitan el reforzamiento de la identidad como un todo.
Para decirlo más fácil, tener un enemigo interno no permite a la nación crear una unidad absoluta en contra del enemigo exterior. Quienes forman parte de esos lazos -los ciudadanos- no sólo gastan muchas energías en tratar de combatir a los dos, sino que son incapaces de crear una unidad completa.
La única forma de hacerlo es reconciliándose con el enemigo interior, de quien se supone -y no todos concuerdan con ello- representa una amenaza inferior al enemigo exterior, y porque esas entidades internas al final forman una parte de una otra más grande y suprema -llamada México-. Si la identidad suprema se vence, las internas quedarán muy comprometidas.
Pero sí entonces tenemos tan sólo la reconciliación como opción para aspirar a la mejor unidad posible, tendríamos que poner sobre la mesa las razones por las cuales el enemigo interior -Peña Nieto- fue creado. ¿Por qué la gente odia a Peña Nieto y lo considera su enemigo? Porque está muy relacionado con la corrupción, por su postura displicente -cuando menos- con la tragedia de Ayotzinapa, por el conflicto de intereses de la Casa Blanca, por el estado actual de las cosas de nuestro país.
El enemigo de los ciudadanos es Peña Nieto en tanto que no ocurre lo contrario, al menos no con tanta fuerza. Los ciudadanos odian a Peña por las causas antes mencionadas, Peña tiene cierto resquemor con los «ciudadanos de oposición» que son el 88% porque lo odian por las causas anteriormente mencionadas.
Entonces las únicas dos formas en que ambas partes pueden conciliarse serían las siguientes:
- Que los ciudadanos cedan. Esto es, que «perdonen» los agravios al Presidente o al menos los relativicen lo suficiente para que Peña Nieto no merezca la etiqueta de enemigo.
- Que Peña Nieto ceda. Esto es, que resuelva todos los agravios de los que se le acusa y que lo haga de tal forma que dichos actos tengan credibilidad y sea perdonado por el pueblo.
Lo cual se antoja muy difícil por cualquiera de los dos partes. Personajes como Steve Bannon, el hombre detrás de Donald Trump, conocen muy bien estas dinámicas. Parece ser que en la Casa Blanca se esfuerzan por debilitar aún mas la figura del presidente, porque así la unidad es menos posible y el país se vuelve más vulnerable.
El enemigo de fuera juega con el enemigo interno. Pero el enemigo interno ha agraviado tanto a la población que los mexicanos están muy poco motivados a cerrar filas con él.
Por eso se entiende que hasta las marchas se polaricen. Ante la búsqueda de legitimidad el gobierno trata de incidir en ellas, esperando que sea algo «pro Peña», o al menos que no sea «anti Peña». Por eso los letreros de repudio a Trump se hacen a acompañar por los del repudio a Peña Nieto, por eso se debate con insistencia si la marcha de #VibraMéxico tiene que ser en pro o en contra de Peña como si no existiera un punto medio. El agravio con el enemigo interno es tan grande que muchos no pueden dejar de «recordársela a Peña.
Si esta paradoja de los dos enemigos no existiera ya hubiéramos visto las calles de México abarrotadas desde hace mucho. Pero el mexicano, con dos enemigos y no uno, se siente atacado por diferentes flancos que no puede concentrarse en uno solo.
Y por eso México llega muy debilitado al combate.