Donald Trump acaba de llegar a la Casa Blanca y tiene un serio problema. En medio de toda su parafernalia, el discurso beligerante y nacionalista y las secciones de cambio climático y de derechos LGBT que desaparecieron de la página oficial para dar paso a los muros y a los soldados que «hará grandes otra vez», parece no haberse dado cuenta.
Para que un líder autoritario, populista y demagogo -como el que Trump pretende ser- pueda mantenerse firme en el poder necesita tener una gran base de simpatizantes. Todos los populistas, desde Hitler hasta Hugo Chávez, son capaces de atiborrar las plazas centrales para escuchar a su líder. La toma de posesión desangelada y con grandes espacios vacíos en el National Mall reflejan lo contrario. No es que no los tenga, de alguna forma consiguió los votos para llegar a la presidencia, cuya mayoría está fuera de las grandes urbes. Simplemente que parece que no ha logrado crear una gran masa que se postre ante él, no la del tamaño que tiene la oposición. Trump es el Presidente que entra en funciones con la más baja popularidad de la historia (44% de aprobación).
Lo que importa aquí no es solamente el porcentaje de quienes lo desaprueban, sino la forma y la intensidad. No es lo mismo decir -lo desapruebo porque no me gusta mucho cómo es que está gobernando- a decir que -lo desapruebo porque lo detesto, no es mi presidente-. Quienes desaprueban a Trump tienden a pensar más bien lo segundo, el rechazo es categórico porque la postura de Trump también es categórica.
Si el 20 fue un día histórico por lo que representa el ascenso de Donald Trump al poder, también el 21 lo fue, porque bajo los principios y valores de Occidente millones de personas salieron a manifestarse no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo. Podríamos hablar de una de las manifestaciones más grandes de la historia de la humanidad, posiblemente la más grande si hablamos que todas éstas fueron producto de una sola convocatoria. #WomensMarch se llevó a cabo en todas las ciudades de Estados Unidos, de Europa, América Latina, incluso llegó a la Antártida, a Iraq y a algunos países africanos.
Women’s March tuvo como centro a las mujeres, a quienes Donald Trump considera como un objeto e inferiores a él (basta ver el trato hacia su esposa Melanie así como sus escándalos). Con valentía y a pesar de los prejuicios que siguen vigentes como Estados Unidos, ellas salieron a hacer valer lo que es suyo. Pero era claro que el destinatario de ésta era Donald Trump y el repudio a los valores «o antivalores» que enarbola. A las causas de la mujer también se incluyeron aquellas relativas a la migración, el cambio climático y otras que están en riesgo por el ascenso del empresario populista. El discurso misógino y racista de Donald Trump parece haberle ayudado a ganar las elecciones, pero también abrió la caja de pandora.
Ante el ascenso de un misógino nacionalista y proteccionista, una manifestación de las mujeres global y multicultural.
La democracia liberal, que parecía moribunda y que parece pender del hilo llamado «La Alemania de Angela Merkel», mostró que todavía tiene fuerza y que sigue muy enraizada en Occidente, sobre todo en las grandes ciudades. La manifestación «dio en el clavo» y mandó un mensaje no sólo a Donald Trump, sino a sus pares de otros países, la resistencia que opondrán será mucha y muy grande.
Esta resistencia se inició y se desarrollo en las ciudades. Es en las grandes urbes donde los simpatizantes se pueden congregar y pueden lograr un mayor impacto mediático. Los simpatizantes de Donald Trump, que ciertamente tampoco es que sean muy pocos, se encuentran más bien dispersos en los suburbios y en las ciudades pequeñas.
La mayoría de los medios de comunicación se comportarán como oposición, como lo demostraron con su cobertura de la marcha. Medios como New York Times o Washington Post difundieron ampliamente la manifestación ayudando así a amplificar todavía la resistencia que surgirá de las grandes ciudades. Varias de las estrellas de Hollywood, comediantes y artistas se sumarán como ya lo están haciendo, al igual que las élites intelectuales. Gran parte de la «cultura estadounidense» está en su contra, y debido al discurso políticamente incorrecto (racista, discriminador y misógino) es muy difícil que cambien de parecer.
Otro problema para Trump es que mientras que la postura de oposición de los habitantes de las grandes ciudades -generalmente más liberales que aquellos rurales- suele ser muy firme porque consideran que él representa una agresión a sus ideales, la lealtad de los suyos está de alguna forma condicionada al cumplimiento de sus promesas -regresarle sus trabajos y hacer a «América» más grande-, sea lo que eso signifique.
Por otro lado, la gran mayoría de los opositores de Trump no tienen la percepción de que la economía vaya de picada, por lo cual será muy difícil que el populista de Nueva York conquiste sus corazones. Peor aún, los habitantes de las grandes ciudades no se verán beneficiados por los empleos que Trump tratará de regresar a su país, por el contrario, verán como gracias a la mano de obra más cara, el precio de los insumos producidos por estas empresas aumenta debido a los sueldos más altos.
Si Trump no cumple las expectativas de los suyos y tomando en cuenta que el repudio de los opositores -que son mayoría- se mantendrá constante, terminará arrinconado y sin margen de maniobra alguna. El problema para Trump es que después de todos los agravios y declaraciones que ha hecho, una intentona por moderar su discurso no le traerá los resultados esperados.
Ver que el gobierno de Donald Trump tendrá mucha resistencia es una muy buena noticia, porque ésta es un antídoto para que se consume como el demagogo autoritario que pervirtió a las instituciones y que destruyó siglos de legado histórico para hacer de la nación estadounidense un capricho.
La pesadilla apenas comienza, pero la resistencia también. Que sepan todos aquellos líderes que basan su discurso en el odio y la mentira, que vamos a resistir, que no vamos a dejar que se salgan con la suya.