Según Francis Fukuyama, la decadencia de los estados ocurre cuando la fricción entre el Estado y los ciudadanos se hace más grande. Esto puede explicar un poco el ascenso de líderes demagogos en un mundo donde cada vez menos ciudadanos se sienten representados.
Pero en México el problema es aún más complicado, no sólo se trata de una fricción, se trata de un desmembramiento.
Me explico. La distancia que hay entre la sociedad actual (con sus millones de defectos) y el gobierno es abismal. Este gobierno gobierna para un modelo de sociedad que tan solo existe dentro de sus obtusas mentes.
Su puesta en escena -porque no es otra cosa- con la firma del Acuerdo para la Defensa y Fortalecimiento Económico me trasladó a los años 70 u 80. Ahí estaban el gobierno, los sindicatos, y el Consejo Coordinador Empresarial.
Lo que se respiraba dentro de ese salón no tiene en lo absoluto nada que ver con lo que respiras cuando sales de ahí, son dos realidades diferentes que chocan demasiado. La primera es una artificial, la otra es lo que es, el mundo real. Pero ¿qué pasaba ahí?
Halagos al Presidente, los secretarios -excepto Meade, que se limitó a hacer su trabajo- lambiscones, insistieron en la estatura de Peña Nieto, el líder, el estadista incomprendido que toma decisiones impopulares. Peña Nieto habla de un México que se está «moviendo» y que está transformando, que los pactos que le antecedieron a éste -como los de sus antecesores- buscaban acabar con la tragedia, con la crisis económica que les había explotado, mientras que éste buscaba preservar la estabilidad, el buen rumbo que lleva este gobierno, un buen rumbo que sólo ellos son capaces de ver.
El Presidente quiso montar esta escena como esperando tranquilizar a la gente enardecida, que se vea que el gobierno ahora sí va actuar. Que reducirá el sueldo de los mandos mayores un 10%, que le apostará al transporte público, que se preocupará por la economía de las familias, ¿qué no era esa su obligación desde hace cuatro años? Luego dejó a hablar a los secretarios y líderes sindicales cuyo discurso se orientó a enaltecer al honorable Presidente.
El líder sindical de la CTM, Carlos Aceves del Olmo, hablaba una y otra vez de los pobres, que no apoyaba los subsidios porque estos beneficiaban a los ricos, y no a ellos, por los cuales tanto se preocupa mientras presumía un Patek Phillipe de casi $500,000 pesos. Navarrete Prida, mientras tanto, se encargó de alabar al susodicho mandatario nacional.
Y con ese circo, tan de los años 80, pensaron que iban a generar un efecto en la población, que estaba afuera manifestándose, que estaba partiéndose la madre en la oficina platicando con sus colegas de lo nefasto que es Peña Nieto. Hablaban de la unidad, pero ahí sólo estaba el gobierno, los sindicatos -adheridos al PRI- y el Consejo Coordinador Empresarial. No había un sólo representante ciudadano, peor aún, no había siquiera una mujer en ese recinto, eran los camarillas de siempre.
Luego llegó el golpe que tumbó el circo. Coparmex hizo pública su negativa a participar en tal teatro. Decían que se trataba algo improvisado, que les mandaron la propuesta dos horas antes, y la consideraron una mera estrategia de imagen pública.
Todos hablan de la negativa de Coparmex, nadie habla de los puntos propuestos.
Porque fuera de esa realidad artificial que tan sólo ellos perciben, no hay vítores para Peña Nieto. La opinión pública -excepto la que ha sido maiceada- mantiene una postura cada vez más beligerante con el Presidente, se le percibe como una desgracia, como una tragedia. Pedro Ferriz, el ex comunicador convertido en candidato -aunque le cueste quitarse su primera faceta- lo ve como un personaje tan en desgracia que ni desde que empezó su carrera desde tiempos de Echeverría había visto. El desprecio de la comentocracia y de las clases medias, de todos aquellos que no tienen un beneficio de su gobierno, es unánime.
Los memes abundan como una forma de catarsis masiva ante lo desgraciados que somo de tener este gobierno.
No, ni como villano lo respetan. El sentimiento hacia Peña oscila entre el coraje y la lástima, sentimientos de desprecio hacia ese pobre personaje que es incapaz de exhibirse ante la sociedad.
Y no se equivocan, Peña Nieto es un pobre desgraciado, ese será el juicio que haga de él, la memoria histórica de este país, esa memoria que no se puede comprar a billetazos.
Sí, es un pobre desgraciado, un pobre diablo al cual dicen, ni sus aliados respetan en privado.